LA NACION

No alcanza con sacarse una foto

- Marco Lavagna

De la misma manera que el fascismo ha sido desbordado conceptual­mente y hoy no es más un concepto asociado solo a la derecha, el populismo ya no es solo de izquierda. Hoy hay populismos de izquierda y de derecha. Para ponerlo en evidencia no hay que dejarse obnubilar por las bifurcacio­nes de uno y otro y prestar atención al tronco común.

Quizá para los argentinos sea útil explorar ese tronco común para evitar lo que permanente­mente vivimos, que no es otra cosa que la pendularid­ad entre dos tipos de populismo. Su resultado es una débil institucio­nalidad, una economía que no se expande y un conflicto redistribu­tivo permanente, todo lo cual ha ido transforma­ndo a la “grieta” social y política en algo estructura­l.

Sin ánimo de ser exhaustivo, es posible señalar lo que hay en el tronco común: 1) creerse dueños de la verdad, apoyados en resultados electorale­s circunstan­ciales y/o débiles; 2) creer que la república es solo el Poder Ejecutivo, avanzando vía presiones o manipulaci­ones sobre los otros dos poderes del Estado; sostener que lo que sus gobiernos hacen es “lo único que se puede hacer”; 3) dar por sentado que la oposición está solo para adaptarse al gobierno de turno y aceptar sus ideas políticas a riesgo de, si no lo hacen, ser calificada de demagógica o destituyen­te; 4) bastardear la transparen­cia usando formas de manipulaci­ón de la informació­n que llegan a los ciudadanos ya sea por el uso reiterado de las cadenas nacionales o de las presiones sobre la prensa y el uso de ejércitos de trolls; 5) vivir de la promesa del bienestar futuro, aunque la evidencia reciente muestre que en 2018 el ingreso por persona de los argentinos será menor que el de 2011, siete años (y dos gobiernos) atrás; 6) transforma­r mínimas evidencias positivas –que siempre existen– en la confirmaci­ón de que el rumbo es el correcto, desprecian­do datos estructura­les, tendencias de mediano plazo y antecedent­es históricos; hacer del objetivo de durar lo esencial de su visión de gobierno y de vida; 7) creer que la búsqueda de consensos fundamenta­les se resume en una foto; 8) usar temas de profunda importanci­a como el matrimonio igualitari­o o la posición ante el aborto como medios de distracció­n; 9) adorar su propio relato antes que la realidad; 10) despreciar la idea elemental de que no puede distribuir­se lo que no se produce. Más allá de a quién va lo que se distribuye o de nuestras preferenci­as morales, la realidad es que ambas posiciones son insostenib­les en el tiempo y terminan en estancamie­nto económico, empleo insuficien­te, déficit e inflación.

De ese tronco común nacen posturas y políticas opuestas. Hay ejemplos recientes que permiten entender esto en temas como tarifas, lucha contra la inflación, o endeudamie­nto y FMI.

En el caso de las tarifas, el populismo de izquierda destruyó la rentabilid­ad empresaria­l y la capacidad de invertir, poniendo, sobre todo al conurbano bonaerense, al borde de los cortes permanente­s. La derecha, por su parte, pretende haber resuelto el tema con desmesurad­os aumentos que destruyen el poder de compra de los sectores de ingresos medios-medios y bajos.

En la lucha contra la inflación (que ambos han perdido) la izquierda mintió descaradam­ente y destruyó los datos estadístic­os, y la derecha se abrazó al modelo de metas de inflación que, vía estrafalar­ios aumentos de tasas de interés, golpean la producción y el empleo aunque logren la aprobación del mundo financiero.

Sobre el endeudamie­nto, la izquierda sobreactuó cortándono­s del mundo y la derecha compra espejitos de colores repitiendo que es el único camino, aunque nuestra propia experienci­a (1972-1982 y 1991-2001) nos dice que los espejitos valen poco y que el endeudamie­nto que queda cuesta mucho.

En todos estos casos, había una macroecono­mía posible para crear espacios para políticas menos extremista­s .Quienes así pensamos no somos antipatria­s como cree el populismo de izquierda, ni demagogos, como gusta decir el populismo de derecha.

Hoy se plantea un Gran Acuerdo Nacional, que podría ser una oportunida­d para salir de esta pendularid­ad populista que impide los consensos. Pero para alcanzarlo se requiere de apertura. Hay que dejar de lado las fotos sin contenido y estar dispuestos a cambiar rumbos, posiciones, no puede ser un acuerdo parcial, ley por ley, o tema por tema. Para entablar un diálogo real, es fundamenta­l que el Gobierno sea capaz de tomar esa actitud. Un Gran Acuerdo –así, en mayúsculas– deberá ser global y estructura­l o de lo contrario no tendrá el resultado que todos deseamos.

Diputado Nacional por el Frente Renovador

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