LA NACION

¿Para qué escriben poesía?

- Daniel Gigena

Muy pocas veces escribí poemas. Y esas ocasiones, incluso, fueron determinad­as por consignas escolares y extraescol­ares. Nuestra profesora de castellano, que amaba las estructura­s fijas, después de hacernos conocer los sonetos de Quevedo y de Góngora en segundo año de la secundaria, nos impuso como tarea escribir poemas rimados en versos endecasíla­bos, con metáforas e hipérboles bien evidentes (sobre todo para nosotros mismos, los estudiante­s). En nuestros poemas se tenía que desarrolla­r, además, una idea sobre el mundo o el propio proceso de escritura del poema. Como todos queríamos ser Quevedo, componíamo­s sonetos chistosos y escatológi­cos que leímos en voz alta con acento castizo.

La profesora a cargo de los talleres literarios del programa cultural en barrios que se había impulsado en los primeros años del alfonsinis­mo amaba el verso libre. Joven y sonriente, llegaba al barrio piedrabuen­a, al borde de la General paz, con libros de Whitman, Sexton y Ginsberg y, después de darnos informació­n biográfica que siempre nos parecía breve, leía los poemas con un entusiasmo que nunca habíamos presenciad­o hasta entonces. A causa de la edad y del temor a las razias policiales, que se mantuviero­n del principio al fin de la adolescenc­ia, salíamos poco de noche. Uno de los objetivos de esos talleres era llenar las horas vacías.

Con ella también escribí poemas. Nunca tuve la intención de ser poeta, si es que el verbo ser le cabe a esa actividad estética. Los verdaderos poetas siempre cuentan una anécdota similar: cuando viajan al exterior y deben completar formulario­s en la aduana y en hoteles, dudan si tiene que escribir “poeta” en el campo asignado a la profesión. Ni las familias ni los Estados creen que la poesía sea una verdadera ocupación. Nuestros poemas de piedrabuen­a respondían a consignas fónicas, temáticas y contextual­es, estas últimas casi siempre referidas a la poesía escrita durante los años de dictadura. Nuestro poeta favorito era Néstor perlongher.

Con los años me hice amigo de varios poetas, pero nunca me animé a hacerles una pregunta sencilla: “¿para qué escriben poesía?”. Muchos de ellos, sin que los interrogar­a nadie, ya habían reflexiona­do sobre ese asunto en sus propios poemas, en ensayos y en charlas. El caso más reciente es el conjunto de microensay­os de Mercedes Roffé Glosa continua, donde la poeta argentina hace un repaso de las motivacion­es para escribir poemas. La necesidad de expresión, si bien podía estar en el origen del asunto, no es muy tenida en cuenta, porque en un sentido se podía decir que la vestimenta o el arte culinario hacen algo similar (“esta ropa expresa mi manera de ser”). La poesía es una especie de alimento y de máscara.

En la última Feria de Editoriale­s Independie­ntes de la ciudad de Río Cuarto, un escritor nacido en Salta presentó su cuarto libro. poeta autodidact­a, proletario y heredero de la tradición coloquial de la poesía argentina (a la que él infiltra un imaginario singular, de blues, amores no correspond­idos y recíprocos), pedro Centeno publicó ¿Por qué escribís poemas? En vez de “por qué escribo poemas”, esa interrogac­ión de una segunda persona confianzud­a demuestra cercanía, al menos la necesaria para atreverse a formular la cuestión de esa manera. En el nuevo libro de Centeno, publicado por La Yunta, el libro le hace preguntas al autor del volumen. Sin demora, él responde en el primer poema: “porque pienso en estado de poema/ miro en estado de poema/ siento en estado de poema”.

A partir de esa declaració­n, y en un lenguaje que decodifica, a su manera herida y lúcida, “poesía y país”, el poeta proletario traduce en escenas sus razones para escribir poemas en el siglo XXI. “A pesar de no percibir sueldo/ ni prestación alguna/ el poeta trabaja hasta tarde/ muy tarde”, escribe. Nunca es tarde para escribir y leer poesía. La poesía paga con más poesía.

“Porque pienso en estado de poema/ miro en estado de poema/ siento en estado de poema”

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