LA NACION

Celular para principian­tes

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bailar las dos. Ahora, me saqué una selfie y se la mandé para que vea que estoy aprendiend­o”, cuenta Hanzzenson.

Enseñarle a usar la tecnología a un adulto mayor puede ser extenuante, pero cuando finalmente adquieren esa autonomía digital, dicen los profesores, no quedan dudas de que el trabajo valió la pena.

Bien lo sabe Pamela Sualet, profesora de los cursos de inclusión digital que dicta la Anses. Ella está al frente de tres clases: en la primera enseña a usar una computador­a. En la segunda, el celular, y en la tercera, se lleva a los alumnos a un cajero automático.

“Hoy vamos a hablar del celular. ¿Saben qué es un smartphone?”, pregunta Sualet, frente a un grupo de jubilados que asisten al centro Doña Rosa, en frente del Hospital Garrahan. No son solo alumnos. Además, integran la comisión directiva del centro y suelen viajar juntos por el país. Por eso, el clima jocoso atraviesa toda la clase. “Sí, pero ¿nos podés enseñar a hacer llamadas por WhatsApp sin que se corte?”, la interrumpe Beatriz Bene, de 70 años.

“Después. Ahora les voy a enseñar a usar el sistema Android”, detalla Sualet. “¿Andro? ¿Como Sandro?”, pregunta Alicia Bernal, de 76 . “No, como androide, pero sin e”, le responde Héctor Bozzacchi, de 97 años, arquitecto y dramaturgo. “Puede variar por la marca, pero todos los modelos funcionan más o menos igual”, intenta la profesora.

“El smartphone es táctil. No tiene teclado”, dice, y la interrumpe­n. “Este tiene teclado”, apunta Bernal, mientras saca del bolso un equipo con botones. “Yo hasta el año pasado me negaba a cambiarlo. Y mi marido tenía el de la valijita”, acota. Entonces se abre un debate sobre cuál fue el mejor celular de la historia. Varios postulan el StarTAC. “Los nuevos teléfonos cada vez pesan menos. Este equipo pesa 30 gramos. Y así los teléfonos se van a ir reduciendo a la nada misma”, dice la profesora. “Como nosotros”, le retruca Bozzacchi.

“Cuando era chica imaginaba que en el futuro la gente ya no iba a caminar y que en vez de agua íbamos a tomar whisky. Y acá estamos, aprendiend­o a usar un celular”, aporta Bernal. La docente intenta que la clase no se disperse. Pero es una tarea difícil. “Vamos a hablar del wifi”, apura. “Acá no hay señal”, dice Bozzacchi. “Para saber que está encendido tiene que estar pintado de color azul”, explica. “El mío está amarillo”, interrumpe Luis Solón, de 83 años. “Es lo mismo. Tiene que estar de color”, responde Sualet.

“Yo tengo 46% de señal”, dice Leandro Miguenz, de 66. Sualet le explica que esa es la batería y agrega que la señal son las rayitas. “A mí me bajó la señal”, interrumpe Bozzacchi, moviéndose con el celular en la mano. “Ahí me está subiendo, me está subiendo”, dice. “Bien, Héctor”, aplauden los demás, picarescos. “Ya tengo tres rayitas”, proclama. “¿Tres rayitas? ¿No estarás embarazado?”, le retruca Bene. Las risas se apoderan de la clase.

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