Terminó la primera parte, que para el DT tuvo dos objetivos
El seleccionado argentino cerró una etapa en la que Sampaoli intentó en Ezeiza acortar las diferencias generacionales y definir algunos roles para el futuro; el plantel viajará hoy a Barcelona
“¡Pipaaa, Pipaaaaa!”. La Bombonera celeste y blanca eleva una proclama cuando el partido es lo que iba a ser: un trotecito gentil, un pase soso, algún amago. Van 23 minutos del primer tiempo cuando el 9 de la selección, el que está siempre primero en la línea de disparo de memes cuando las cosas van mal, recibe esa caricia en sus oídos, justo en la cancha de Boca, la vereda de enfrente de su corazón de River. En el costado de la cancha, pegadas sus zapatillas blancas a la línea, Jorge Sampaoli contempla, extrañamente inmóvil y con los brazos cruzados. El partido, cómo negarlo, no es ni eso porque nunca se pretendió que lo fuera. Es, en realidad, el cierre del primer eslabón de una cadena de tres pasos que terminará en Moscú, el 16 de junio, la tarde del debut ante Islandia en el Mundial.
Eso se valora en el predio de Ezeiza, a esta incipiente altura del camino. Pasaron más de dos semanas de trabajo con una asistencia que fue creciendo de los cinco jugadores de los primeros días –Mascherano, Salvio, Tagliafico, Agüero y Lanzini– hasta completar los 23 el viernes pasado, cuando se unió Maximiliano Meza, el último de la fila. Funcionó la idea de “concentración espontánea” que pergeñaron Sampaoli y Messi en Barcelona, en la última visita del técnico al comandante en jefe de la expedición a Rusia: algunos, como Willy Caballero, incluso durmieron algunas noches en la renovada concentración del lugar. Sobre todo, lo que se buscó fue acortar distancias: que deje de haber un mundo entre el más joven, Giovani Lo Celso (21) –que anoche jugó su partido número cinco en la selección–, y el propio Caballero, el mayor (36). Que el grupo de los de siempre –Messi, Mascherano, Di María, Higuaín, Agüero...– establezca complicidades con la joven guardia que personifican Lo Celso y Lanzini, los dos nuevos a los que el técnico piensa darles un espacio en el equipo titular.
Entra Marcos Rojo antes del comienzo del segundo tiempo y detrás del arco que va a defender Caballero le da la bienvenida una bandera que tiene dibujado un grito de gol en la boca del defensor. El cambio abre una sucesión de variantes conforme pasan los minutos, otra señal del carácter amistosísimo del asunto. Viene a la cancha Pavón, a ver qué tanto de eso que muestra en los entrenamientos puede trasladarse a la cancha, aunque la medida no pueda tomarse contra Haití... El delantero de Boca, aclamado por la Bombonera, le llena los ojos a Messi, señalan desde el cuerpo técnico. Es, como Di María, alguien que puede jugar al espacio, una virtud que no abunda entre tantos pasadores. En las mañanas y tardes de Ezeiza, Pavón se destaca tanto como Lanzini y Lo Celso, los llamados a ser socios del capitán.
En el banco hay dos que saben que no serán parte de la rotación esta vez; para Nahuel Guzmán y Franco Armani es tiempo de espera. Aunque ya haya caído el tercer gol y el estadio imagine “que de la mano de Leo Messi...”. No. El arco empieza a tener dueño, supera da ya la mi ni crisis por latraum ática salida de Sergio Romero. Ese episodio, ocurrido apenas un día después de conocida la lista de 23, provocó un bajón que los propios futbolistas asumieron como necesario: se iba un referente. El calendario y la casualidad podrían generar un reencuentro en Barcelona, donde Chiquito podría operarse en estos días.
Esta noche, cuando el lujoso avión contratado por la AFA remonte vuelo hacia Cataluña, se cerrará el paso A de una manera amable: sin lesiones a la vista, con el calor que abrigó a los jugadores en el entrenamiento abierto en el estadio de Huracán el domingo y también anoche, en otra práctica pero por la que había que pagar la entrada. Lo que se buscaba. Detalles al margen, el paso que sigue tendrá la B de Barcelona, el patio de la casa del mejor futbolista del mundo. Vendrá una semana de trabajo allí que terminará en otro amistoso, bastante más a contramano que el de aquí: en Jerusalén, ante Israel. Un viaje largo y un lugar incómodo cerrarán ese espacio de preparación, solo justificado por el cachet que recibirá la AFA. Recién después se activará la etapa final, la decisiva. Comenzará en un pueblito ruso llamado Bronnitsy casi un mes después de que todo se haya puesto en marcha en Ezeiza. Un arranque que quedará lejos en tiempo y espacio: “Es que empezamos antes que cualquier otra selección”, remarcan alrededor de Sampaoli. El final de la historia, igual, respeta el manual del fútbol: imposible saberlo.