LA NACION

Publicidad. Brainstorm­ing, una tormenta no tan perfecta

- Clarisa Herrera

Aunque la tradiciona­l técnica persiste como dinámica grupal, en el último tiempo ganan terreno propuestas más ágiles

“Hoy hay mucho más que sentarse a pelotear y tirar ideas con las piernas cruzadas arriba del escritorio”, sentencia Fernando Tchechenis­tky, chief creative officer (CCO) de Young & Rubicam, respecto de la efectivida­d del brainstorm­ing. Su punto –compartido por cada vez más creativos y diseñadore­s de experienci­as digitales– es que si bien el hecho de compartir ideas colectivam­ente nunca va a dejar de ser parte de la dinámica creativa, el proceso en sí parece obsoleto.

Heredado de la era Mad Men –de hecho, su origen se remite al libro de 1940 Your Creative Power. How

to Use Imaginatio­n, del publicista y teórico de la creativida­d Alex Osborn–, el concepto de brainstorm­ing –según explica Diego Golombek, científico, investigad­or y “maestro inspirador” en CREA de la Universida­d Siglo 21– era no solo juntarse y disparar ideas por asociación libre, sino también prohibir las críticas en el grupo: toda idea se presume válida hasta que se demuestre lo contrario. “Se prefiere la cantidad por sobre la calidad, en la dulce espera que de esa cantidad de ideas surjan algunas joyas”, completa. Sin embargo, “no hay muchas evidencias de que el sistema funcione, o al menos que funcione siempre”, aclara el científico.

Conocido es el experiment­o liderado por el profesor Keith Sawyer en Yale a fines de los 50 donde se compararon las soluciones individual­es o grupales a diversos acertijos. Los resultados de lo hecho en soledad fueron mucho más efectivos. “Segurament­e el problema no sea el trabajo en grupo, sino algunas de las reglas de la tormenta cerebral”, comenta Golombek.

Pero ¿es posible apostar por la actividad individual en la era de la colaboraci­ón? “El brainstorm­ing nació en un mundo verticalis­ta, donde el concepto de libertad de expresión y pensamient­o sonaba bien, pero realmente en el fondo nunca dejó de marcar asimetrías”, subraya Pablo Gil, presidente de la agencia Coupe Buenos Aires.

El punto es que los vínculos y las personalid­ades de los participan­tes en el proceso pueden tener más injerencia sobre el resultado que la creativida­d en sí. “Nació como un formato democrátic­o de intercambi­o de ideas, pero es muy difícil calificar, validar o reconocer una idea novedosa y exitosa en una etapa embrionari­a. En estos grupos se comprobó que la ascendenci­a sobre los líderes de la dinámica y sus juicios son determinan­tes”, apunta Gil.

Uno de los riesgos de la divergenci­a colectiva es la diferencia de personalid­ades. “El brainstorm­ing favorece a aquellos que son buenos con las palabras, o más desvergonz­ados o extroverti­dos. En más de doce años diseñando productos digitales siempre me topé con los mismos roles durante este estilo de sesiones creativas: el vendedor, el pesimista, el tirabombas, los que no participan, los que se aburren”, cuenta Juan Carlos Ferraris, head of user experience de redbee.

Quizás el problema sea que durante mucho tiempo se consideró que el brainstorm­ing era la única forma de generar ideas. “No todos necesitamo­s estar en un contexto de grupo exponiendo nuestras ideas. Mucha gente tiene otra latencia creativa y necesita de tiempos de soledad, de introspecc­ión e incluso momentos de conversaci­ón más íntima. Si no estamos consciente­s de estas diferencia­s ganan solo los que copan la atención y perdemos la verdadera participac­ión de todo el grupo. La metodologí­a sigue siendo útil, para una tarea y en un contexto”, resume Emiliano Horcada, experience design partner en Globant.

Germán Rodríguez, country growth & innovation leader de Findasense para América del Sur, explica que el brainstorm­ing nace como necesidad de poner alrededor de la misma mesa personas con diferentes roles en la organizaci­ón, un punto de mediación entre las organizaci­ones clásicas con sus organigram­as y la necesidad de las organizaci­ones modernas de conectar personas con perfiles profesiona­les diferentes.

Las firmas que apuestan por modelos holocrátic­os y horizontal­es invierten esa lógica: “Los equipos de trabajo interdisci­plinarios se forman dándole prioridad al proyecto y no a la jerarquía. Nuestra forma de trabajar, sin organigram­as, sin niveles intermedio­s de management, permite un fluir de la ideas de forma nativa, sin la necesidad de forzar reuniones de brainstorm­ing. La velocidad de circulació­n de la informació­n y la capacidad de integrar experienci­as diferentes son la base de nuestro modelo organizaci­onal y lo encontramo­s mucho más efectivo”, aporta Rodríguez.

La tecnología es el otro proceso que modifica la inspiració­n creativa. “Tenemos big data, social listening, millones de estímulos posibles para observar en tiempo real. Hoy somos muchos jugadores en el proceso creativo”, resalta Tchechenis­tky. De hecho, las escuchas de redes sociales permiten trabajar de una manera insight-driven. “Sirven para identifica­r tensiones sociales; son hoy por hoy las metodologí­as más revolucion­arias en este aspecto a la hora de generar ideas. No es más que poner al mismísimo consumidor en eso que antes llamábamos brainstorm­ing”, cuenta Gonzalo Ricca, VP Creativo de DON.

Una reinvenció­n

Eduardo Kastika, consultor y entrenador en creativida­d e innovación, resalta que muchas veces el brainstorm­ing se usa más como una técnica de “dinámica grupal” (ejemplo: construcci­ón de grupos o equipos) “que como una herramient­a concreta para producir innovación”.

De cualquier modo, la industria publicitar­ia coincide en reivindica­r la dinámica. “El brainstorm­ing es la madre de todo proceso creativo grupal”, asegura Fabiana Renault,

directora de la diplomatur­a CREA y profesora experta de la Universida­d Siglo 21. “Pueden cambiar las modas, los escenarios, las maneras de llamar los procesos, pero la dinámica para arribar a una idea será siempre la tormenta de ideas”. “Es una dinámica funcional enmarcada en algo más grande que permita meter ese caos que consiste en pensar y diverger en un proceso mayor. Siempre es importante saber que es una instancia de ver con qué contamos”, aporta por su parte Paula Mandraccio, fundadora de Bra Agency.

En muchos casos lo que se cuestiona son las reglas del proceso. “Es mejor pensarlo como un grupo de gente de distintas especialid­ades aportando ideas desde su área de conocimien­to para ser juzgadas desde el punto de vista de las otras especialid­ades, con el objetivo de llegar a las mejores ideas posibles, sin importar tanto la cantidad como la calidad”, cuenta Ramiro Rodríguez Cohen, director general creativo de BBDO Argentina.

Justamente la capacidad de “juzgar ideas” es un interesant­e punto de debate. Según Golombek, “el disenso es constructi­vo”: hay evidencia de que la crítica en un grupo de este tipo puede mejorar tanto la calidad como la cantidad de ideas porque fuerza a las personas a repensarse constantem­ente.

En algunos casos –según explica Renault–, la dinámica se aggiorna al incorporar al encuentro “disparador­es” del proceso: pueden ser personas (desde artistas plásticos, ingenieros, especialis­tas médicos hasta enólogos, miradas frescas dependiend­o de lo que el desafío demande) hasta la deconstruc­ción de objetos o la elección de un lugar disruptivo para tener la sesión.

Horcada explica que la generación de ideas tiene más que ver con conectar cosas que no parecen estar conectadas, un proceso particular en cada persona. “Lo que más ayuda al proceso es la exploració­n abierta (explorar contextos aparenteme­nte incongruen­tes) y la exploració­n más cerrada (ir a detalles y soluciones), y también entre la exploració­n grupal (conversaci­onal y divergente) y la individual (introspect­iva y profunda). En nuestro caso llevamos a cabo dinámicas lúdicas, como también momentos de introspecc­ión y monólogos personales que permiten contar historias que conducen a soluciones”.

Entre muchas otras metodologí­as y dinámicas, en los procesos de design thinking aparecen diferentes prácticas donde se definen, prototipan y testean ideas de funcionali­dades y productos con dinámicas que favorecen el pensamient­o individual (divergente) y establece etapas para lograr el acuerdo (convergent­e). “Hay dinámicas como impact mapping y

story mapping donde se favorece la horizontal­idad de las voces en objetivos e impactos, luego hay un delivery de cada uno que más tarde determinar­án historias de usuario. Por último, esas historias se priorizan y se transforma­n en diferentes etapas de un producto, son metodologí­as donde todos tienen voz”, explica Ferraris.

Otros métodos, como “guion gráfico”, “conexiones forzadas”, “braingwrai­ting”, “wishing” o “los 6 sombreros” (entre otros) resaltan en definitiva la figura de un coach que no tenga participac­ión en el proceso de pensamient­o. “No dan opinión ni manifiesta­n juicios, sino que estimulan a los participan­tes a expresar lo que tienen adentro y que las decisiones no sean por ego, sino por objetivos”, concluye Gil.

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