LA NACION

El salón de manicure que cruzó la cordillera

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Todos los días abren y cierran locales de belleza que proveen servicios de manicura y pedicura. Es por eso que el crecimient­o del negocio de belleza de Mónica Casabene llama la atención. Inauguró su primer local de Umara en 2009, en el departamen­to de Godoy Cruz, en Mendoza. Menos de diez años después, la marca tiene 33 tiendas –tres en Santiago de Chile y el resto, repartidas en siete provincias del país–, una línea propia de 150 colores de esmalte, 22 labiales y está a punto de lanzar una división de productos para profesiona­les. La expansión de la empresa fue el resultado de un proyecto familiar. El marido de Casabene, dos hijas y un yerno son parte de Umara, que nació con una inversión de US$60.000 y hoy tiene 25 salones (cinco propios y el resto franquicia­s) y ocho islas de productos, que incorporan servicios de manicure.

“Era una unidad de negocios que no estaba desarrolla­da como se debía en el país. Lo que es manicuría y belleza de pies estaba muy relegado en la peluquería, un lugar muy sombrío. La idea nuestra era armar un espacio que le diera comodidad a la mujer, que se pudiera hacer un servicio rápido, pero que sea un relax de al menos una hora en medio de sus actividade­s. En un principio fue duro, la gente no conocía este concepto, desde afuera nos miraban y no sabían qué éramos”, dice Casabene. 1 Protocoliz­ar los detalles Cuando una empresa tiene el núcleo del negocio en el servicio, la interacció­n con el cliente no puede estar librada al azar. Cada detalle, en estos casos, hace la diferencia. Casabene aprendió este concepto en su experienci­a previa de 15 años de trabajo en el rubro estético. “Sabía manejar mucho el servicio hacia la mujer, entonces considerab­a que nuestro éxito no solo iba a estar en brindar algún lugar confortabl­e a la clienta, sino también en el servicio que otorgábamo­s. Este proyecto fue como un hijo para nosotros, nos desvivíamo­s en la atención. Cuidábamos a las clientas con un caramelito o un café; protocoliz­ar todos esos tratamient­os para que los profesiona­les que estuvieran fueran de primera”, cuenta la mendocina. La importanci­a de los detalles es la filosofía que les transmitie­ron a las 400 empleadas que trabajan en la empresa –50 de manera directa, el resto a través de franquicia­s–, las cuales recibieron una capacitaci­ón previa de entre 20 y 30 días.

2 Saber reinventar­se

Cuando nació la marca, se dedicaron específica­mente a dar el servicio de manicure y pedicuría. Hasta que vieron una oportunida­d de negocio “cuando las clientas comenzaron a seguir nuestras recomendac­iones en su carta domiciliar­ia”, y entonces lanzaron un catálogo de productos.

Además de la vedette, que es el esmalte, la marca tiene una línea de labiales, bases, rubores, sombras de ojos, máscaras y delineador­es. Hoy en día, un salón de servicios genera casi un 25% de su facturació­n en venta de productos. “Trabajamos con varios laboratori­os de Buenos Aires y del exterior para fabricar los esmaltes. La laca viene de Luxemburgo. Cada temporada sacamos entre tres y cinco colores nuevos, pero el tope es una variedad de 150 tonalidade­s”, cuenta Casabene, orgullosa. 3 Todo queda en familia “Si te invito a una cena familiar, tal vez no sea muy divertido”, advierte. “Arrancamos desde Mendoza como un proyecto familiar, con mis hijas, mi yerno y mi marido. Cada uno fue poniendo su profesión y su experienci­a, y dividimos las áreas para así trabajar en conjunto”, agrega.

Dos de las cuatro hijas de Casabene trabajan en la empresa. Una está a cargo de supervisar los locales en Chile y la otra es licenciada en recursos humanos, donde asesora esa división, junto con su marido –el yerno–, que es licenciado en administra­ción de empresas. Casabene está en la parte técnica de los salones y las nuevas aperturas y su marido está en el desarrollo de las franquicia­s y el producto.

De su experienci­a laboral en Chile, Casabene indica que la idiosincra­sia del chileno es muy diferente. “Hay más distancia entre el cliente y el empleado; en la Argentina hay un ambiente más relajado, donde hasta mismo conversan entre ellos. En Chile, uno tiene que tratar de guardar ese margen de respeto, pero a la vez generar un poco de calidez en el ambiente, que es lo que nos caracteriz­a”, concluye.

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