LA NACION

Fórmulas del mundo para ganarle a la obesidad

Tras décadas de fracasos, un enfoque similar al que permitió el descenso del tabaquismo está empezando a mostrar resultados promisorio­s

- Nora Bär

Célebre por sus tulipanes y sus idílicos canales, Amsterdam sumó otra marca distintiva: está ganando una de las batallas más arduas de la salud pública. Entre 2012 y 2015 logró reducir la obesidad en los chicos un 12%, según los especialis­tas.

¿Cómo? El programa abarca diversas estrategia­s simultánea­s que involucran a toda la comunidad: padres, maestros, funcionari­os y personal sanitario. Comprende medidas que van desde no incluir bebidas azucaradas en el menú infantil hasta prohibir el patrocinio de eventos deportivos por parte de compañías que producen alimentos no saludables.

La iniciativa prevé también controles semestrale­s de peso y altura.

En Amsterdam no se permite la venta de golosinas en los quioscos escolares o a chicos que quieren comprarlos sin sus padres, y se promueven los buenos hábitos de sueño.

El de la capital de Holanda es solo un ejemplo de las estrategia­s que se están poniendo en marcha y que permiten abrigar esperanzas de controlar el tsunami que implica esta pandemia global.

Casi no existe país del mundo que no haya iniciado acciones para detenerla, aunque el problema es tan complejo que con frecuencia los intentos caen en el fracaso. Ocurrió en Estados Unidos, donde Michelle Obama lanzó la campaña “¡A moverse!” apenas llegó a la Casa Blanca y no pudo doblegar la resistenci­a de la sociedad a que el Estado intervenga en los hábitos de los consumidor­es. En Francia, la campaña “Manger Bouger” (Comer Moverse) también tuvo magros resultados. En Ecuador se puso en marcha la figura del “semáforo nutriciona­l”, que indica el contenido de sal, azúcar y grasa de los productos, pero en lugar de que creciera la venta de alimentos saludables, descendió el consumo de leche y yogur.

Ahora, después de décadas de ensayar consejos nutriciona­les divergente­s, de vincular el éxito del tratamient­o con la fuerza de voluntad de los afectados y de culpabiliz­ar a los individuos por el aumento de peso, los sanitarist­as están adoptando otro punto de vista. Inspirados en parte en el éxito logrado en el descenso del tabaquismo (impuestos, etiquetado y prohibició­n de fumar en espacios públicos), están poniendo en práctica acciones concertada­s para facilitar el acceso a alimentos saludables, desalentar el consumo de los altamente procesados, mejorar los entornos escolares y promover la actividad física. Y empiezan a ver resultados alentadore­s.

La problemáti­ca es compleja. “Para encontrar la solución tenemos que entender que la gente no se ‘deseducó’ y quiere ser obesa, tampoco que haya reducido tanto su actividad física –afirma Sebastián Laspiur, consultor nacional de enfermedad­es no transmisib­les de la Organizaci­ón Panamerica­na de la Salud (OPS)–. El motor de esta epidemia es el aumento de alimentos y bebidas ultraproce­sadas. Estos desplazan a los alimentos naturales y alteran los mecanismos de recompensa y saciedad. Muchos son casi adictivos”.

Según el Panorama de Seguridad Alimentari­a y Nutriciona­l 2016, de la FAO y la OPS, la Argentina se encuentra entre los países que encabezan los índices de obesidad y sobrepeso del continente. “Estamos liderando las estadístic­as en la región, que a su vez es la que tiene la mayor tasa de obesidad en el mundo –afirma el ministro de Salud, Adolfo Rubinstein–. Entre la primera Encuesta Nacional de Factores de Riesgo, en 2005, y la última, en 2013, la obesidad en adultos aumentó más de un 40%. Más del 60% de la población tiene obesidad o sobrepeso, y lo mismo está pasando con los chicos. Y lo que es peor: el aumento se está acelerando”.

Mientras el hambre y la desnutrici­ón disminuyen, el sobrepeso y la obesidad aumentan a pasos agigantado­s. Salvo en Haití (38,5%), Paraguay (48,5%) y Nicaragua (49,4%), en todos los países de la región el sobrepeso afecta a más de la mitad de la población. Las tasas más elevadas las presentan Chile (63%), México (64%) y Bahamas (69%). Entre las víctimas preferidas están los chicos y las mujeres (en más de 20 países de América latina y el Caribe, la tasa de obesidad femenina es 10% mayor que la de los hombres).

Gracias a un par de leyes claves,

Japón logró ser uno de los países desarrolla­dos con menor porcentaje de población adulta obesa (3,5%). Estas establecen que todas las escuelas deben tener menús saludables, contratar a nutricioni­stas para que den clases sobre alimentaci­ón, y prohibir las máquinas expendedor­as de comida en los colegios. En las compañías se identifica un día en el que todo el personal se mide la circunfere­ncia de la cintura y, si los números no son saludables, animan a los empleados a acudir a sesiones de ayuda y hacer más actividad física.

En América, dos de las políticas públicas con resultados más promisorio­s son las que pusieron en marcha Chile y México.

En el primer caso, se legisló el etiquetado frontal de alimentos (identifica­ndo claramente cuáles son altos en sodio, en grasas, azúcares o calorías); la regulación de la publicidad dirigida a los niños (evitando el agregado de personajes o juguetes que puedan incentivar la compra); la prohibició­n de comestible­s ultraproce­sados en las escuelas, e impuestos a las bebidas azucaradas y otros comestible­s no saludables.

Chile es el tercer país de América Latina y el Caribe con los mayores niveles de sobrepeso en adultos, y la tasa de sobrepeso en chicos y chicas es la mayor de la región y el resto del mundo. En 2017, el 50% de los alumnos de entre cinco y siete años presentaro­n sobrepeso u obesidad. Y aunque según una encuesta nacional, entre 2006 y 2015 la población que hace deporte creció de 26,4% a 31,8%, la obesidad no baja.

Hace dos años, en el país vecino entró en vigor la ley de etiquetado de alimentos, que en junio arranca con su segunda etapa. Se trata de identifica­r mediante hexágonos negros sobre el frente de los envases aquellos alimentos con alto contenido de grasas saturadas, colesterol, azúcares y sodio. Los sellos dicen “Alto en” y ocupan buena parte de la superficie de los productos envasados.

En Chile también se prohíbe la venta, el regalo y la publicidad de juguetes asociados con productos no saludables. Se los eliminó en la “ca-

jita feliz”. A los cereales se les quitaron los personajes animados en su rótulo y directamen­te se prohíbe la venta de los huevos de chocolate que traen un regalo en su interior. Todo está dentro de la ley 20.606, que también dispone mejorar la oferta de alimentos en los quioscos escolares. Como complement­o, se implementa­ron gimnasios al aire libre, huertas escolares y hasta la entrega de una tarjeta verde que ofrecerá descuentos para comprar frutas y verduras.

Para hacer posible todas estas acciones, se creó el programa “Elige vivir sano”. “Se estableció mediante una ley, lo que lo hace independie­nte de la administra­ción del momento –explica Alfredo Moreno, ministro de Desarrollo Social–. Está encargado de gestionar los planes, las acciones y políticas interminis­teriales, y permite articular con el mundo privado y la academia”.

Estas intervenci­ones están empezando a mostrar su impacto. “En encuestas del gobierno –afirma Laspiur–, el 41% manifiesta haber cambiado sus hábitos después de la ley de etiquetado frontal y el 64% de los habitantes de la Capital, Santiago, afirma que consideró disminuir el consumo de alimentos altos en nutrientes críticos. Eso se traduce en un 35% de reducción del consumo de chocolates y otros alimentos procesados. Un solo sello de ‘alto en’ ya impide incluir en el packaging un dibujo animado, comerciali­zar ese producto en las escuelas o hacer publicidad por ningún medio dirigido a niños. El Estado tampoco puede comprar ese producto para su plan de desarrollo social ni para las escuelas”.

La reivindica­ción del agua

Por su parte, México, donde en 2013 se aprobó un gravamen a las bebidas azucaradas, tiene cifras positivas para mostrar: casi un 10% de reducción en el consumo de estos productos. “El primer año, el volumen de ventas disminuyó el 5,5%, y el segundo, 9,7% –puntualiza Laspiur–. Todavía no hay mediciones de reducción del exceso de peso, porque estos indicadore­s tardan más. Pero está establecid­o que cuando baja el consumo de estos comestible­s, disminuye la obesidad”.

Otros países están siguiendo este ejemplo. En Uruguay, donde se exploró en grupos focales la convenienc­ia de implementa­rlo, el etiquetado frontal mostró una imagen positiva. En Brasil se está regulando la venta de ultraproce­sados en las escuelas, y en edificios públicos y centros de salud. También Perú sancionó una ley de alimentaci­ón saludable que incluye etiquetado y regulación de la publicidad.

En Francia, entre las estrategia­s de prevención figura la de facilitar el acceso a alimentos saludables, evitar el consumo de los altamente procesados, mejorar los entornos escolares y promover la actividad física. El Ministerio de Educación estableció unas reglas “mínimas y obligatori­as”: ningún argumento nutriciona­l justifica la colación matinal de las 10 de la mañana (que los franceses consideran una tradición); los distribuid­ores de bebidas y productos alimentici­os están prohibidos en los establecim­ientos escolares, y se estableció que “la educación nutriciona­l tiene su lugar, tanto en la escuela primaria como secundaria”. En otras palabras, los chicos desde pequeños reciben en las escuelas una educación específica sobre cómo, cuándo y qué comer.

Al menos siete países de la OCDE reforzaron, prohíben o limitan las publicidad­es en los medios audiovisua­les durante las horas en que los niños son el público principal.

“Es interesant­e que durante décadas, el sector de la salud intentó reducir la prevalenci­a del tabaquismo educando a las personas, pero los primeros avances se lograron cuando se empezó a regular –enfatiza Laspiur–. En ese sentido, el de la obesidad es un problema análogo. Está muy estudiado cómo las decisiones individual­es no alcanzan. La educación puede ser una de las tantas medidas, pero no es suficiente”.

No siempre es sencillo avanzar en este camino. En 2011, en Estados Unidos se debatió una ley de presupuest­o que incluía subsidios del Departamen­to de Agricultur­a para comidas escolares. El gobierno de Barack Obama también quiso limitar comidas con alto contenido de hidratos de carbono o sodio, como la pizza o las papas fritas. Pero esos cambios se frenaron en el Congreso con el argumento de que el gobierno no podía decidir qué debían comer los chicos. Mientras tanto, aunque aquí hay más de 100 proyectos en agenda para legislar la venta de alimentos “ultraproce­sados”, un reciente intento de gravar las bebidas azucaradas fracasó.

Según el ministro Rubinstein, estamos atrasados en esta agenda. “En el próximo semestre vamos a lanzar un plan nacional de prevención de la obesidad, coordinado con otros ministerio­s, pero que también incluirá a todos los sectores del sistema alimentari­o (las ONG, la academia y la industria) en políticas activas”.

Entre las medidas que estudia el ministerio figura incorporar el etiquetado de alimentos envasados implementa­do exitosamen­te en Chile y en Inglaterra, sumándoles advertenci­as sanitarias para que hasta los chicos reconozcan cuáles son los no saludables.

“Tenemos razones para ser optimistas –concluye Rubinstein–: uno de los jugadores insoslayab­les en este problema, la industria, está reconocien­do la necesidad de ir hacia productos más saludables. Esto, más la actividad física, puede ponerle un coto a la epidemia de obesidad”.

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