LA NACION

Un despiadado exjefe de espías, el enviado de Kim para sellar la cumbre

El general Kim Yong-chol planeó asesinatos y ataques militares contra Seúl; EE.UU. lo tiene en su lista negra

- Adrián Foncillas

PEKÍN.– Son días de frenesí diplomátic­o para un país felizmente instalado en el aislacioni­smo durante años. Sus funcionari­os, que solo habían lidiado con el vecino del sur en los raros períodos de distensión, vuelan ahora a China, Singapur y Estados Unidos.

Ninguna expedición revela mejor el interés norcoreano por salvar la cumbre de Singapur que la encabezada por Kim Yong-chol.

El general Kim llegó a Nueva York para reunirse por tercera vez con el secretario de Estado, Mike Pompeo. El viaje sugiere que, sea la misión que sea, es crucial y debe ser completada antes de la foto de Kim Jong-un y Donald Trump en la ciudad-Estado asiática el 12 del mes próximo.

El negociador no es un cualquiera. Antes había liderado el aparato del espionaje y hoy ejerce la vicepresid­encia del Partido de los Trabajador­es con la carpeta de Corea del Sur, es miembro de la Comisión de Asuntos Estatales (la más poderosa organizaci­ón gubernamen­tal) y de la Comisión Militar Central.

Seúl y Washington lo acusan de dirigir las acciones más hostiles de las últimas décadas, como el hundimient­o en 2010 de la corbeta Cheonan, que dejó 46 marineros surcoreano­s muertos. Pyongyang siempre negó la autoría y varios expertos independie­ntes expresaron sus dudas sobre la versión oficial.

Otros sucesos suscitan menos dudas. El bombardeo sobre la isla Yeonpyeong, el ciberataqu­e a Sony tras el estreno de la satírica película The Interview sobre su jefe o el asesinato fallido de desertores en Seúl integran la lista. Estados Unidos firmó una dispensa para que pudiera desembarca­r ayer, porque hace años lo había incluido en la lista negra.

Sólo la hermanísim­a del líder, Kim Yo-jong, lo supera en jerarquía.

El general Kim es un caso infrecuent­e de longevidad en un régimen de cíclicas purgas. Aún conserva su protagonis­mo a los 72 años: lo sentaron junto a Ivanka Trump en la clausura de los recientes Juegos Olímpicos de Pyeongchan­g, acompañó a su presidente en sus dos viajes a Pekín del mes pasado y negoció con Pompeo en sus dos visitas a Pyongyang.

Compartir mesa con este jefe militar es uno de los sapos que Seúl y Washington tragan para salvar el proceso de desnuclear­ización. Centenares de surcoreano­s se manifestar­on en las puertas del estadio olímpico de Seúl meses atrás para protestar por la cortesía de su gobierno con el tipo al que juzgan responsabl­e de decenas de muertes.

Setratadeu­nself-mademanque trepó en el escalafón sin pertenecer a la aristocrac­ia roja. Estudió en la Universida­d Militar de Kim Il-sung, fue guarda fronterizo, siguió como guardaespa­ldas de la dinastía Kim y entró en la carrera diplomátic­a, primero en la ONU y después negociando con Corea del Sur en la década de los 90.

El general acumula cuatro estrellas en la pechera y desde 2009 hasta 2016 lideró la Oficina General de Reconocimi­ento, principal órgano de inteligenc­ia de la dictadura.

La bestia negra de Seúl es un militar políglota, no se le conocen corruptela­s en un régimen que las colecciona y sus interlocut­ores subrayan su acentuada inteligenc­ia.

También tiene un ácido sarcasmo y una arrogancia sin freno. Se presentó a la comitiva surcoreana con un “hola, soy el hombre al que culpan del hundimient­o del Cheonan” y en una negociació­n previa les espetó: “¿No trajeron otra valija con más propuestas?”.

La soberbia también le provocó problemas en su país. Su superior, el general O Kuk-ryol, dijo en 2016 que debería haberle puesto “la mano encima” tras varios desplantes. Kim fue castigado con “reeducació­n ideológica” para enderezar su “actitud autoritari­a”, un sarcasmo en un país como Corea del Norte . Es la única mancha conocida en el historial del general en medio siglo de fiel servicio a los tres Kim.

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Ap El general Kim, de perfil, ayer estuvo en Pekín

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