LA NACION

Vivimos en una sociedad obesogénic­a que culpa a las víctimas

- Daniel Flichtentr­ei

Tal vez en el futuro, nuestra época sea recordada como aquella en que la humanidad se hizo obesa. Una transición antropológ­ica de la especie que incrementó su masa corporal a una velocidad como nunca se había registrado. Entre otras cosas, porque mientras esa calamidad ocurría ante nuestros ojos sostuvimos empecinada­mente teorías que no la explicaban y culpamos a las víctimas para no admitir ese error. Estamos obesos porque vivimos en una sociedad obesogénic­a. No se debe ni a nuestra debilidad de carácter ni a nuestra pereza o gula.

Acumular grasa es un mecanismo evolutivo que nos “defiende” de la sobrecarga de comida almacenand­o el exceso mientras eso sea posible. Superada esa capacidad, sobreviene la enfermedad en sus más diversas manifestac­iones clínicas. La obesidad es el modo mediante el cual nuestra biología se “adapta” a un ambiente que ha puesto al consumo como criterio ordenador de la vida.

Suele mencionars­e como motor de las conductas insalubres el “estilo de vida”, pero esa denominaci­ón refuerza la idea de una decisión voluntaria. No es el “estilo”, sino las condicione­s de vida, los determinan­tes sociales que están más allá de la decisión de las personas.

No comemos más de todo. Comemos más de algunas cosas y menos de otras. Y es allí donde reside la explicació­n de la pandemia de obesidad.

La medicina forma parte de la cultura y, no pocas veces, produce un conocimien­to que refuerza en lugar de revertir sus desvíos. La teoría del balance energético (engordamos porque comemos más y nos movemos menos) describe, pero no explica lo que sucede. La resistenci­a a considerar la evidencia científica difundida por la OMS que señala al procesamie­nto de los “productos comestible­s” como determinan­te de la alteración metabólica, forma parte de un circuito que oculta las raíces del problema e impide encontrar respuestas globales.

Comer es un sustituto de satisfacci­ones más profundas, pero menos disponible­s, y un recurso al alcance de la mano para atenuar la ansiedad. La cultura en que vivimos nos ofrece la inquietud y el falso remedio para calmarla.

Nuestros sistemas cerebrales de recompensa fueron selecciona­dos para guiar las elecciones y satisfacer las necesidade­s biológicas. Hoy se los manipula irresponsa­blemente en función de un beneficio económico y a costa de nuestra salud. La medicina no puede reforzar esa trampa.

El autor es médico cardiólogo y director de Intramed

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