EL MALBA, ESPACIO DE RESISTENCIA
Con un diálogo público con Guillermo Kuitca, el curador español terminó ayer su gestión de cuatro años como director artístico del Malba; este mes se anunciará quién será su sucesor
Trabajando hasta el último minuto. Y dialogando en público con Guillermo Kuitca, uno de los artistas más consagrados del país, sobre Collected Drawings (JRP|Ringier/KBB), flamante libro que compila una vida en dibujos. Así pasó ayer Agustín Pérez Rubio su último día como director artístico del Malba, tras cuatro años desde su llegada al país.
Aunque el curador español asegure que no se identifica con la típica melancolía porteña, lloró, una vez más, como lo hizo también cuando inauguró la muestra dedicada a David Lamelas, la última de su gestión. “Estoy muy feliz, está todo en orden”, había asegurado horas antes a LA NACION mientras la consultora británica Liz Amos realizaba entrevistas para definir quién lo sucederá. El resultado se conocerá la segunda quincena de junio. El orden es, justamente, uno de los puntos fuertes del balance de su labor, que aportó estructura al museo fundado en 2001 por Eduardo Costantini. Incluso se ocupó de realizar una transición prolija durante los nueve meses y medio que pasaron desde que se anunció su partida.
–¿Te vas en buenos términos?
–Sí, porque yo vine por tres a cinco años. Mi contrato era por un mínimo de dos años. Ha pesado lo personal y también lo profesional, en el sentido de que ya he hecho un mogollón de cosas y la institución puede continuar. Con Eduardo y todo el equipo me llevo fenomenal.
–¿Cuáles son tus próximos proyectos?
–Me quedo en la Argentina hasta mitad de julio y luego me voy a Madrid por un año. Tengo varios proyectos como curador independiente, muchos relacionados con arte contemporáneo latinoamericano. Uno para el año que viene, en una institución de acá, y otros en Perú, Chile, Brasil, Italia, Gran Bretaña y España, donde voy a hacer algo para ARCO. Y también soy miembro del Comité Internacional de Museos y Colecciones de Arte Moderno (Cimam), que tendrá su conferencia anual en Estocolmo.
–¿Cómo es tu balance de la gestión?
–Muy positivo. Fueron cuatro años de mucho trabajo y también de aprendizaje. Creo que he dado mucho a la institución en términos institucionales, de contenido, de transversalidad en la manera del trabajo interno, de cómo establecer qué es un museo para el siglo XXI. Cuando llegué no había departamentos de programas públicos o de arte y pensamiento, ni un board curatorial, ni una catalogación... Cambiamos la narrativa de la colección, cambiamos el espacio. A partir de que inauguramos “Verboamérica”, muestra con obras de la colección del museo que cocuramos con Andrea Giunta, dije: “Yo me podría ir del museo”. Porque ya la estructura estaba montada. La colección dispara no solamente el propio sentido, cómo mirar el arte latinoamericano, sino todos los contenidos del museo: las exposiciones temporales, las compras, las actividades e incluso la manera de comunicar. Desde “Verboamérica” entiendes, por ejemplo, el programa de mujeres artistas.
–¿Cómo cambió la representación de mujeres en la colección con “Verboamérica”?
–Mucho. De 17% en las obras exhibidas, ahora hay 46%.
–Les dedicaste una sala a artistas mujeres. ¿No va a estar más?
–Mi programación dura hasta este momento. Mi compromiso era terminar los programas expositivos que se habían comenzado a largo plazo, como la coproducción de la muestra de Lamelas. La institución tiene que decidir qué continúa y qué no. Y eso está muy bien, creo que tiene que buscar con sus propios intereses. Cuando tú vas viendo que tus intereses se empiezan a alejar...
–¿Cuáles son esos intereses de la institución que sentís que se alejaban de los tuyos?
–Eso tienes que preguntárselo a la institución; yo te puedo decir cuáles son los míos. Me interesa entender el arte latinoamericano desde un punto de vista que no sea eurocentrista ni elitista, que sea amplio y democrático en disciplinas y temáticas. Por supuesto, atravesado por una cuestión sociológica, política... Política es la ecología, el género, la economía. Me interesa ese tipo de relecturas que hoy hacen a los museos mucho más pregnantes, más allá de la cantidad de público. Aunque la de Yoko Ono fue la tercera de muestras más visitadas del museo.
–Desde el principio de tu gestión dijiste que no te interesaban las muestras taquilleras.
–Yo no hago una muestra para que no sea taquillera. Del mismo modo que, como dije en otra entrevista con LA NACION, pienso que un museo no es un parque de diversiones. Eso no quiere decir que no sea divertido, pero hay una vocación pedagógica y de experiencia estético-artística. No te montas en el Luna Park. Me interesa cómo atraviesas desde otras disciplinas el conocimiento que se puede desgranar desde el arte.
–¿Para vos un museo del siglo XXI tiene que trabajar así?
–Para mí tiene que dar la oportunidad al público de acceder a diferentes campos de conocimiento. Bajarlos a tierra para las diferentes audiencias. Cada muestra tiene que ser diferente, porque cada uno viene a buscar algo distinto al museo. Viene por una muestra, pero acaba entendiendo otra. A la vez, el museo tiene un compromiso social. Como dice Walter Mignolo, la universidad y el museo son espacios de resistencia y ágoras de encuentro.
–En la era del algoritmo , es bueno llegar a un lugar donde podés encontrar cosas distintas.
–Claro. Por eso es importante entender la comunicación del museo. El museo no tiene que recibir, tiene que llegar al otro. Para mí la página web, el catálogo o participar de conferencias internacionales es tan importante como que alguien entre aquí. No me gusta hablar de público, sino de audiencias: la familia, los colegios, la gente del mundo del arte, el turista. Tienes que ser leal a las que ya tienes, pero llegar también a otras con calidad, con criterio.
–¿Cuál fue tu muestra preferida de estos cuatro años?
–“Verboamérica”, que estuvo dos años y cierra el 20 de agosto. Porque fue producto de una investigación profunda, es un trabajo donde aprendí mucho y la relación con Andrea Giunta fue estupenda. Y creo que ha marcado un precedente en las maneras de mostrar una colección latinoamericana desde el sur.