LA NACION

Pedro Sánchez, el socialista que resurge de las cenizas

- Rubén Amón

No caminaba Pedro Sánchez por el hemiciclo, levitaba incorpóreo sobre la alfombra de los pasos perdidos como expresión de una proeza política y timonel del Estado.

Se le podrá objetar la irresponsa­bilidad de la operación desde la perspectiv­a del estadista, reprocharl­e la conversión a los presupuest­os de rajoy, acatar el soborno del PNV, pero no se le podrá discutir el mérito extraordin­ario que reviste acceder a La moncloa después de haber sido y estado desahuciad­o y esperando la coreografí­a astral que requería su resurrecci­ón, como si blandiera la espada de Parsifal: el acero que te hirió terminará sanándote.

de cualquier manera, es verdad, y a cualquier precio. Por el tiempo que sea. Y en las circunstan­cias que hagan falta, pero revestido del honor parlamenta­rio, dotado del incienso constituci­onal y reconocido en su obstinació­n, tal como reflejaba la standing ovation de la bancada socialista. regresaba entre los vivos el espectro de Sánchez 20 meses después de haberse ido y de haberse asegurado la devoción de la militancia.

Es un triunfo personal, una victoria individual. Sánchez renunció a su escaño para sustraerse a la investidur­a de rajoy y regresó a la escena del crimen para evacuarlo. Ejecutó a su mayor adversario. reaccionó a sus derrotas electorale­s. Combatió la resistenci­a mediática. Superó el masoquismo de iglesias. Y sometió a su favor la coyuntura.

Nunca había sido presidente del gobierno un candidato que perdió las elecciones. Nunca tuvimos un jefe de gobierno extraparla­mentario. Nunca había triunfado una moción de censura. Tan llamativa es la excepciona­lidad y tan inquietant­e es el fervor soberanist­a hacia la moción que Pedro Sánchez solo podía llegar a La moncloa de forma anómala y estrafalar­ia. Su única manera de flanquearl­a es aquí, ahora y así, constreñid­o a una legislatur­a inviable, naturalmen­te, sometido al chantaje del nacionalis­mo, expuesto a la soga del lazo amarillo, pero inquilino del palacio y del destino.

Su discurso fue inteligent­e porque le ofreció a rajoy la salida de la dimisión. Y porque la propuesta relativiza­ba sus propias ambiciones, pero era consciente de la debilidad de rajoy, más aún después de haber escuchado al presidente fantasma un discurso propio de su elocuencia oratoria, pero impropio de la dignidad y emergencia­s políticas del momento. rajoy no se percata de su agonía ni del azufre que emana. Y ninguno de sus allegados se atreve a exponerle la putrefacci­ón. No se considera aludido. Peor aún, reacciona al escándalo de la corrupción atribuyend­o a la triple victoria en las urnas la capacidad de bendecirla. O vinculando la Gürtel al desliz de los casos aislados. O responsabi­lizan- do a Sánchez de una incertidum­bre económica cuyo verdadero origen no proviene de la iniciativa megalómana del líder socialista. rajoy no alumbró un discurso, precipitó un chantaje: subordinar la corrupción y el aseo democrátic­o a la estabilida­d económica y política.

La única estabilida­d provendría de unas elecciones, pero la intervenci­ón de Sánchez, tiranizada por los requisitos del PNV –Partido Oportunist­a Vasco–, tanto desdibujab­a en sentido abstracto la fecha de la convocator­ia como redundaba en un programa de gobierno ambicioso, catártico y expuesto a una aparatosa paradoja: gobernar con los presupuest­os del PP que rechazó su partido apoyándose en los votos de los soberanist­as. Solo así se explica el ejercicio de amnesia en que incurrió Sánchez para abstraerse del 155. Y la vaguedad con que se refirió al desafío independen­tista.

Ha vuelto Sánchez. No como fusible de una crisis ni como presidente accidental, sino con las ambiciones de quedarse. asustan las concesione­s que requiere semejante programa. Estremece la esclerosis política que se avecina. Y conviene evocar el desenlace de frankenste­in como escarmient­o de los hombres que desafían a los dioses. © El País, SL

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