Padecimientos de un narcisista en el examen para renovar el registro
Una fría mañana de invierno de hace un año, en una oficina pública del sur de la ciudad de Buenos Aires, un burócrata disfrazado de psicólogo decretó que mi “narcisismo” era casi inhabilitante para manejar.
La experiencia había arrancado bien. Una a una, fui pasando las diferentes instancias del trámite para renovar el registro –examen visual, auditivo, de salud– hasta que me topé con el test en el que hay que copiar en lápiz las formas presentadas en unas cartulinas. Cuando lo fui a entregar, el representante del gobierno de la ciudad apenas levantó los ojos del papel. “Está mal, hacelo de nuevo”, masculló.
Consciente de mi carencia histórica de motricidad fina y sin pedir explicaciones, me di vuelta, volví a mi pupitre y lo hice de nuevo. Al rato, al entregar mi trabajo al mismo hombre, la respuesta fue idéntica, lo mismo que mi reacción. Con el tercer intento rechazado, y cuando ya llevaba una hora haciendo dibujos en esa sala odiosa, el asunto empezó a levantar temperatura.
–¿Qué es lo que está mal? –le pregunté al hombre.
–Las proporciones son incorrectas –me dijo.
–¿Y eso qué tiene que ver con manejar? –quise saber, tratando de no elevar el tono de voz y muy consciente de que el poder de este señor sobre mi destino como conductor era absoluto.
–Revela asuntos no resueltos –explicó.
–¿Qué asuntos?
–Cierto nivel de narcisismo –diagnosticó.
La mezcla de indignación e impotencia que me invadió en ese momento borró los recuerdos de cómo siguió el diálogo. Solo me acuerdo del temor que tuve al salir de esa entrevista ante la perspectiva de que me hubiesen reprobado y perder mi registro. Recordaba el cuento de un amigo que, ante una situación similar, tuvo que hacer un curso de varias sesiones y presentar una especie de certificado de salud mental.
Al final obtuve la renovación de mi registro, pero solo por un año, cuando lo habitual es cinco, y con una especie de llamado de atención en mi legajo.
Hace un par de semanas se cumplió el año y, temeroso, volví a otra de las oficinas porteñas para buscar la renovación. Me tocó un psicólogo mucho más empático que se rió con mi cuento, me ayudó con los dibujos y me aprobó mi nuevo registro por cinco años. “Te curaste del narcisismo”, me dijo. Espero que no lea esta nota escrita en primera persona y cambie de opinión.