LA NACION

Lucila Yaconis Violación y homicidio en las vías de Núñez

La chica de 16 años fue atacada a una cuadra de su casa, en abril de 2003; el homicida dejó su rastro, pero nunca pudo ser identifica­do; la madre de la víctima, Isabel Yaconis, se convirtió en el motor que condujo a la reciente creación del Registro Nacio

- Texto Gabriel Di Nicola

Almorzaron y pasaron las primeras horas de la tarde juntas. Antes de despedirse, Isabel, su madre, le preguntó si quería esperarla en lo de su abuela. Pero, Lucila, que estaba en quinto año y era muy responsabl­e con sus obligacion­es del colegio, le respondió que no, que quería ir a estudiar a su casa. Tenía que caminar ocho cuadras hasta allí. Eran las siete de la tarde y ya había comenzado a oscurecer. Salió de lo de su abuela e hizo el camino que conocía muy bien. Pero nunca llegó a su hogar: un puñado de metros antes fue atacada junto a las vías del ferrocarri­l Mitre, en Núñez. El agresor intentó violarla. Ella se resistió y fue asesinada.

Fue el 21 de abril de 2003, el lunes siguiente a las Pascuas y a Lucila Yaconis le faltaban diez días para cumplir 17 años. Soñaba con ser cantante y actriz. El homicidio, 15 años después, está impune. Su madre, Isabel, se convirtió ese día en una Madre del Dolor: un rastro, el semen que el asesino dejó en el cuerpo de su hija es la llave para identifica­r al elusivo homicida.

Ese rastro forma parte del Registro Nacional de Datos Genéticos vinculados a delitos contra la integridad sexual, aprobado por el Congreso en 2013, reglamenta­do recién el año pasado. Ese banco –en el que se almacenará­n las evidencias obtenidas en las investigac­iones criminales y los perfiles genéticos de los condenados por este tipo de hechos– es fruto del impulso de esa madre, que todavía espera que en él aparezca, en cualquier momento, el dato indubitabl­e que le permita ponerle nombre y apellido al hombre que le arrebató a su hija.

“Parece un crimen perfecto. Una vez escuché una frase que me llegó y no me la voy a olvidar jamás: ‘No hay crímenes perfectos, sino investigac­iones imperfecta­s’”, dijo a la nacion Isabel Yaconis, una de las fundadoras de la ONG Madres del Dolor.

En el inicio de la investigac­ión un sospechoso fue indagado por el primer juez de la causa. Estuvo detenido 20 días, pero fue liberado y exculpado porque su ADN no correspond­ía con el patrón genético del asesino. Los detectives habían llegado hasta él por el testimonio de una mujer que se había cruzado con Lucila y el presunto homicida antes del ataque. Pensó que era un ladrón y se dijo a sí misma: “Pobre chica, ahora le va a robar”, y se alejó, cambió de rumbo por miedo.

La causa, delegada en el fiscal de Núñez-Saavedra, José María Campagnoli, sigue abierta. Según informaron fuentes judiciales a la nacion, desde que comenzó la investigac­ión se hicieron alrededor de 50 comparacio­nesde AD N con el patrón genético del asesino aún sin rostro.

El expediente, a cargo de la jueza Karina Zucconi, fue digitaliza­do. Campagnoli y su equipo pidieron la colaboraci­ón de una unidad especializ­ada en crímenes complejos de la Policía de la Ciudad. “Tarde o temprano el homicida va a caer. Hoy la investigac­ión se basa en el análisis y cruce de la informació­n. Por ejemplo, cuando tomamos conocimien­to de que un agresor sexual es detenido analizamos dónde fue ese ataque y dónde trabajaba o vivía el sospechoso para determinar si puede tener vinculació­n con el caso Yaconis y, entonces, pedir una comparació­n de ADN”, explicó una fuente judicial.

No solo se piden cotejos de ADN con sospechoso­s detenidos en el área metropolit­ana. También con delincuent­es sexuales apresados en el interior. Uno de los últimos casos fue el de un hombre apodado “Víbora”, que cayó en Concordia, Entre Ríos. Como había vivido en Buenos Aires y su grupo sanguíneo coincidía con el del asesino de Lucila se le hizo el estudio genético, que dio negativo.

Cada nueva pista que se diluye devuelve a Campagnoli a aquella tarde de otoño de 2003, cuando el cuerpo de Lucila fue hallado en un zanjón contra el alambrado del terraplén, a la altura del cruce de las vías del ferrocarri­l Mitre y la calle Vilela, a menos de 100 metros de la casa de la estudiante.

“El asesino sabía que esta calle no tenía salida. Un violador sabe dónde se mueve”, dijo a la nacion la madre de la víctima.

Justo antes de su muerte, Lucila alcanzó a gritar. Suplicaba que la dejaran. El asesino la asfixió: le tapó la boca y la nariz con sus manos, mientras le corría violentame­nte la ropa interior para violarla. Un empleado de un taller de reparación de ascensores situado a unos pocos metros, pero desde un punto ciego en relación con la escena del hecho, escuchó los gritos de la adolescent­e. Pensó que era una discusión entre novios, pero igual golpeó las persianas para que se asustaran y se fueran. Solo recibió una lacónica respuesta de parte del asesino: “Negro, está todo bien”.

Poco después, ese mismo hombre salió del taller y se acercó hasta el terraplén. Vio un cuerpo. Conmociona­do, corrió lo más rápido que pudo hasta la avenida del Libertador, donde sabía que encontrarí­a policías. Poco después, los uniformado­s llegaron hasta el terraplén y se toparon con el horror.

Aquel hombre fue el primer sospechoso del crimen. Pero su eventual participac­ión quedó rápidament­e descartada cuando se comparó su patrón genético con los restos que había dejado el asesino.

“El fiscal quiere descartar todo tipo de dudas, ya que en un caso como este cualquiera es un sospechoso en potencia. Si bien hay situacione­s que quizá vio bien pero no lo dijo, tal vez por miedo, y aunque el análisis de la escena parece situarlo lejos del lugar donde Lucila fue abordada por el asesino, lo cierto es que este testigo es la única persona conocida que admite haber visto viva a la chica, que ella murió a unos pocos pasos de su puesto de trabajo y que segurament­e la conocía, porque la víctima vivía en la misma cuadra”, dijo a un calificado la nacion investigad­or del caso cinco días después del crimen.

El mismo día del homicidio el fiscal Campagnoli había pedido que cualquier persona que hubiese escuchado u observado algo se acercara a la comisaría 35ª o a la sede la fiscalía en Saavedra para aportar su testimonio.

Poco menos de un mes después, Campagnoli dejó sus funciones en la fiscalía porque asumió como secretario de Seguridad del por Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nación, que conducía Gustavo Béliz, en el inicio de la presidenci­a de Néstor Kirchner. El expediente quedó a cargo del fiscal Marcelo Martínez Burgos. También participó la fiscal María de los Ángeles Gutiérrez.

Reconstruc­ción

Los investigad­ores pudieron reconstrui­r rápidament­e los últimos pasos de Lucila hasta que fue atacada. Salió del Instituto General San Martín, en Iberá y avenida Cabildo, al mediodía. Desde el colegio se fue a la casa de su abuela materna, situada a seis cuadras de la escuela, en Crisólogo Larralde

y Cabildo. Allí se encontró con su madre para almorzar y pasar las primeras horas de la tarde juntas.

Cuando a Isabel se le hizo la hora de ir hasta lo del contador para el que trabajaba, en Villa del Parque, Lucila decidió irse a estudiar a su casa. Salieron juntas. A las pocas cuadras se separaron y la adolescent­e comenzó a caminar hacia su hogar, en Vilela 1802. Según supo reconstrui­r la madre de la víctima, su hija caminó por Crisólogo Larralde hasta Arcos, dobló por Comodoro Rivadavia hasta O’Higgins y después Paroissien, donde está la breve escalera y estrecho caracol del cruce peatonal de vías.

“En Comodoro Rivadavia y O’Higgins Lucila se cruzó con una mujer muy conocida mía y la saludó. Hasta ahí nadie la seguía. Por eso siempre pensé que el asesino estaba al acecho”, sostuvo Isabel.

Todo parece indicar que el homicida interceptó a Lucila en el paso a nivel de Paroissien y las vías, el cruce más cercano que tenía para llegar hasta su casa, a una cuadra de allí. “El asesino la arrastró unos 100 metros por el terraplén. Lo sabemos porque en el camino perdió el zapato derecho y la media quedó manchada de clorofila”, recordó Isabel.

El calzado escolar de Lucila fue encontrado a un par de metros del “caracol” del terraplén, a medio metro del buzo azul de la chica y cerca de la mochila del colegio, que tenía libros y carpetas y una billetera con 15 pesos.

Se sabe que la chica sufrió un fuerte golpe en la sien derecha que pudo haberla atontado. Se especula que el homicida la sofocó con su mano izquierda mientras con la otra, enérgicame­nte, le bajó la calza del colegio y la bombacha hasta quitársela­s de la pierna izquierda, aunque las prendas quedaron enganchada­s en la otra. El agresor no pudo consumar la pretendida penetració­n, pero dejó su veneno. Los peritos hallaron semen del asesino en el uniforme de la chica. Se pudo determinar el grupo sanguíneo y el ADN completo.

Lo primero que pensó Isabel Yaconis cuando le dijeron que Lucila no estaba en casa fue que la habían secuestrad­o. Pero pronto, cuando se presentó en su cocina una psicóloga de la Policía Federal, conoció el dolor más grande. “Debemos averiguar la verdad. Más allá de los plazos, queremos saber quién la mató”, afirmó a uno de los la nacion detectives que sigue el caso.

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 ??  ?? El fiscal José María Campagnoli en la escena del crimen
El fiscal José María Campagnoli en la escena del crimen
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Fotos de archivo La emotiva despedida a Lucila Yaconis

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