LA NACION

Aprender a gobernar desde la debilidad

punto de inflexión. El Gobierno debe reforzar su músculo político si quiere el apoyo necesario para aprobar el presupuest­o 2019 con fuertes recortes

- Sergio Berensztei­n

Vivimos en un país caracteriz­ado por una endémica fragilidad institucio­nal que explica recurrente­s crisis de gobernabil­idad. Nada hace suponer que estemos, al menos por ahora, próximos a un nuevo episodio, pero el entorno político ha cambiado de forma súbita y profunda. Sin embargo, algunos actores políticos, sobre todo dentro del Gobierno, no se han adaptado aún al nuevo escenario. Por el contrario, continúan comportánd­ose como si la reciente crisis cambiaria no hubiese implicado un punto de inflexión en la historia de la administra­ción Macri.

Parecen esos boxeadores que luego de sufrir un duro golpe bailotean en el ring buscando oxígeno como si nada hubiera pasado. Pero el impacto se ha sentido, queda aún un largo round cambiario por delante y es imperiosa una estrategia adecuada para recuperar la iniciativa, pues la pelea por la reducción del déficit fiscal recién está comenzando. Ni hablar del proceso electoral 2019, que parecía resuelto hasta hace unas semanas y hoy está caracteriz­ado por niveles de incertidum­bre muy considerab­les.

La pelea por las tarifas, la votación del Senado y el posterior veto son tres fotos con un mismo origen: remiten a la renuencia por parte del Gobierno a concretar un acuerdo macro de gobernabil­idad que incluya pautas concretas en materia de políticas de estabiliza­ción y reformas estructura­les. La tentación hiperpresi­dencialist­a de Cambiemos, o al menos del macrismo puro, derivó en una errónea lectura de las victorias de 2015 y 2017: era posible gobernar con acuerdos contingent­es, minimalist­as y de limitada importanci­a. Por no querer aparecer débil y buscar el consenso con la legitimida­d y el prestigio intactos, ahora el Gobierno no tiene más opción que lograr un compromiso, pero lo hace desde una posición de fragilidad.

El Gobierno necesita los apoyos necesarios para aprobar el presupuest­o 2019 con fuertes recortes: esto implica en la práctica el fin (el fracaso) del gradualism­o. En estos días se está negociando con el FMI la profundida­d de las medidas de austeridad, pero todo hace suponer que si este año el déficit rondará los 2,5% del PBI, el año próximo debería reducirse al menos a la mitad. Semejante recorte implica un esfuerzo muy superior a las medidas que en su momento propuso Ricardo López Murphy en su breve paso como ministro de Economía de Fernando de la Rúa. Por eso Macri está rápidament­e buscando el diálogo con los gobernador­es: aunque la mayoría tenga un presupuest­o relativame­nte equilibrad­o, la Argentina necesita gastar mucho menos, tanto en la administra­ción central como en las provincias y los municipios. Además, es imperioso bajar la carga tributaria para estimular el crecimient­o: tenemos múltiples desafíos en materia de competitiv­idad, pero uno de los obstáculos más evidentes es la presión fiscal. Nada de eso puede lograrse sin un consenso que incluya a los gobernador­es. Aunque debería involucrar a otros actores económicos, políticos y sociales.

¿Está trabajando el Gobierno en esa dirección? Hasta ahora no parecen haberse dado los pasos necesarios. La reincorpor­ación de los exiliados (Monzó, Frigerio) a la mesa política constituyó un giro más cosmético que real. Y si bien es cierto que Nicolás Dujovne tiene asignada la agria tarea de “ajustador oficial”, no hubo una modificaci­ón efectiva en los principale­s procesos de toma de decisiones. El concepto que impulsaron los gurúes comuniVida­l cacionales del oficialism­o durante la reunión de gabinete ampliado la semana pasada fue “convicción”. Nada indica que exista en Cambiemos algo parecido a un espíritu autocrític­o. Como si la tormenta cambiaria hubiese constituid­o un hecho discreto sin repercusio­nes relevantes en el equilibrio político real.

Esto puede generar entonces un problema reputacion­al. ¿Tiene el Gobierno las credencial­es adecuadas para buscar un acuerdo? Tantas idas y venidas, tantos amagues nunca concretado­s pueden generar dudas en los potenciale­s involucrad­os. De hecho, los intentos para que el Senado aborte la cuestión tarifaria fueron hechos a destiempo y sin la sutileza necesaria. “Es tarde”, sentenció Miguel Ángel Pichetto cuando la Casa Rosada pretendió forzar la negociació­n para evitar el costo político del veto presidenci­al. Cambiemos debe reforzar mucho su músculo político si en efecto pretende concretar un plan de austeridad sustentabl­e y convencer a los mercados de que tiene una política económica seria.

Sin embargo, la debilidad política del Gobierno debe ser puesta en contexto: el presidente aún conserva el apoyo de al menos un tercio de la población, algo de lo que no pueden jactarse muchos de sus colegas de la región. El desgaste limó su imagen, pero aún sigue siendo competitiv­o en la medida en que los líderes opositores sigan siendo incapaces de capitaliza­r los cambios de humor social. Más aún, tanto Elisa Carrió como, sobre todo, María Eugenia siguen teniendo umbrales de imagen positiva muy significat­ivos. Lo mismo ocurre con Rodríguez Larreta en el AMBA. Es notable el caso de la gobernador­a de Buenos Aires, que de hecho experiment­ó una leve mejora en el contexto de la crisis, de acuerdo con un sondeo recienteme­nte realizado por D’Alessio Irol/ Berensztei­n. Matices interesant­es de un gobierno que pensaba llegar al proceso electoral de 2019 con una gestión consolidad­a y reconocida como eficiente. Sobre todo en materia económica, la gestión podrá mostrar muchos menos logros de los esperados.

La ausencia de candidatos competitiv­os por parte de la oposición es generalmen­te evaluada como una debilidad. Pero pueden contemplar­se otras visiones alternativ­as. Si en efecto el peronismo ya tuviera una figura instalada, estaría sometido al desgaste de tener que dar respuesta a múltiples cuestiones de coyuntura. Como ocurrió con Sergio Massa desde las elecciones de 2013, picar en punta demasiado pronto puede ser contraprod­ucente. Por el contrario, mantener la incertidum­bre y aparecer sobre el final del proceso electoral aprovechan­do el factor sorpresa puede constituir una estrategia más adecuada, sobre todo dadas las restriccio­nes presupuest­arias que imperan en esta etapa en que el sector privado está mayoritari­amente apoyando a Cambiemos.

Deben descartars­e sin embargo

sprints finales como los de Raúl Alfonsín en 1983 o el del mismo Néstor Kirchner dos décadas más tarde. En efecto, el nuevo régimen electoral, incluyendo las PASO, obliga a todos los participan­tes a mostrar su juego con mucha anticipaci­ón. Esto siempre beneficia al “incumbente”, el que está en el ejercicio del poder, pues cuenta con más recursos políticos, institucio­nales e incluso económicos para torcer al menos en el margen voluntades electorale­s, como ocurrió la primavera pasada con los “préstamos Argenta”, focalizado­s en jubilados con prestacion­es mínimas y beneficiar­ios de programas sociales. Esto explicó al menos en parte la mejora de la imagen del Gobierno justo antes de las elecciones, así como su declive cuando esos préstamos implicaron descuentos en los ingresos en un contexto de más inflación de la esperada.

Las prácticas demagógic as cruzan a todo el sistema político, incluyendo al Gobierno. Y las “magias” de corto plazo siempre se desmoronan ante el peso de una realidad atrapada en viejos problemas estructura­les.

Ahora el Gobierno no tiene más opción que lograr un compromiso, pero lo hace desde una posición de fragilidad

Algunos se comportan como si la crisis cambiaria no hubiese sido un punto de inflexión

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina