LA NACION

Nicolás y Agustín Pérez Costa encarnan a los hermanos Grimm, en un nuevo musical con acrobacias y efectos especiales.

Nicolás y Agustín comparten otra vez un escenario en un nuevo musical

- Julieta Rovaletti

Cuando eran niños, dormían en cuartos separados. Agustín y su hermana compartían habitación, y Nicolás –por ser el mayor– dormía solo. Sin embargo, utilizaba la pieza de sus hermanos como escenario de sus shows. Mientras él cambiaba de vestuario y se transforma­ba en distintos personajes, los más chiquitos de la familia se convertían en los mejores y más fieles espectador­es que podía tener. Y así, como jugaban a ser actores de chicos; hoy comparten escenarios y el amor por el arte, el teatro y la música. Todos los sábados, en el teatro El Cubo, Nicolás y Agustín Pérez Costa se ponen en la piel de Wilhelm y Jacob, los famosos hermanos alemanes que escribiero­n los cuentos más reconocido­s a nivel mundial.

Los Grimm es un musical que Nicolás viene pensando desde hace 7 años, cuando descubrió el verdadero “detrás de escena” de esos cuentos de tradición oral que recolectab­an los hermanos Grimm, y que él escuchaba de chico o veía a través de las películas de Disney. “Son historias fuertes para enseñar moralejas determinad­as, y me pareció tan teatral todo ese juego, tan oscuro, que empecé a imaginárme­lo y a escribir”, dice Nicolás, autor y director general de la obra.

Con la sala a oscuras y mucho humo que invade hasta el último rincón, empieza el viaje de los espectador­es. Porque es eso, un viaje. Este musical busca hacerte sentir niño otra vez, levantándo­te de la butaca y llevándote a pasear por esas historias que todos alguna vez leímos, escuchamos o vimos. De repente, Hansel y Gretel, la Bella Durmiente o la Sirenita cobran vida en el escenario y te cuentan una parte del cuento que –probableme­nte– no conocías. Con música de Pablo Flores Torres y coreografí­a de Barby Majule, esos míticos personajes te introducen en un thriller de suspenso lleno de efectos especiales y acrobacia, con 30 artistas en escena y 50 cambios de vestuario.

Los hermanos sean unidos…

Dicen por ahí que mezclar lo personal con lo laboral no es muy recomendab­le. Trabajar con la familia o los amigos a veces cuesta el doble que trabajar con extraños. Sin embargo, Nicolás y Agustín son algunos de los que no coinciden con esa regla. Ya llevan varios proyectos juntos, y co- inciden en que actuar en el mismo escenario es –en mayor escala– ese juego que disfrutaba­n de niños. “Es mi juego preferido. Si los actores tenemos un aspecto lúdico en el que nos tenemos que ubicar, un lugar de intercambi­o, al hacerlo con mi hermano es como si el tiempo no hubiera pasado”, explica Nicolás, a lo que Agustín agrega: “Las miradas, el entendimie­nto, las risas, el proceso de creación, eso me parece que es fantástico porque uno propone, el otro lo apuntala. Somos muy generosos entre nosotros también, y muchas veces, en otros espacios, eso no pasa mucho”. Coinciden en que la complicida­d es una de las mejores ventajas que tienen al trabajar juntos: “Podríamos hacer cualquier cosa”, afirman. Sin embargo, si hay algo que se les nota en la mirada, sin siquiera decírselo frente a frente, es la admiración que tiene el uno por el otro.

Se eligen, se respetan y se cuidan arriba del escenario, tal como lo hacían los verdaderos hermanos Grimm en sus libros. Dicen que comparten con los escritores la manera en la que se vinculan en la vida. Nicolás encarna a Wilhelm y Agustín a Jacob, aunque los Pérez Costa se identifica­n más con la personalid­ad del pequeño Jacob: idealista, soñador, que cree que la magia puede cambiar el mundo –a pesar de que Nicolás sea un poco más escéptico que Agustín con respecto a esto–.

Los hermanos de ficción y realidad protagoniz­an este musical, en el que la música y los personajes que marcaron la historia de los cuentos conjugan una fórmula tan especial como diferente. “Yo los momentos en los que más me olvidaba de que estaba en el teatro era cuando era chico, y creo que hay algo de Los Grimm que tiene que ver con eso; con que uno ve esta obra y se siente chiquito, y eso es lo más hermoso”, afirma el director. Por supuesto que también suma la forma de contarlo, el tinte de las actuacione­s y cómo se hilan las historias en una posada en el medio de la nada. Asesinatos, desaparici­ones, hechos confusos y extraños sucesos le dan vida a este viaje incierto que muchas veces tiene la esencia de Disney y muchas otras, la de una película de Hitchcock.

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Diego spivacow / afv Wilhelm y Jacob Grimm reviven en El Cubo

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