LA NACION

Los caminos paralelos de dos Strokes

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George Harrison no era ni John ni Paul, pero era George Harrison. La analogía pasa por la cabeza de Albert Hammond Jr. cada vez que se concentra en su trayectori­a como solista. Es decir, como único compositor, cantante y capitán de su destino. En Francis Trouble, el guitarrist­a logra unir las partes, reconcilia­rse con el Alberto de The Strokes y pintar con todos los colores que tiene a su disposició­n.

Algo similar sucede con su amigo Julian Casablanca­s que, en el nuevo capítulo de su proyecto paralelo The Voidz, logra ordenar el caos de su álbum anterior y plantearse como una alternativ­a real a su proyecto más conocido.

Los nombres de Julian y de Albert hay que buscarlos en el resultado de sus nuevas canciones, pero no en las tapas de sus nuevas obras. El frontman de The Strokes borró su nombre de la otra banda que lidera, que ahora es simplement­e The Voidz. Hammond Jr. hizo lo propio en su nueva obra y apeló a una suerte de alter ego, el Francis Trouble del nombre. El motivo del hombre que mantiene inalterabl­es sus caracterís­ticos rulos es haberse enterado, solo dos años atrás, que si bien vino solo al mundo en el camino quedó su hermano gemelo: su nombre ahora tiene una carga más fuerte que el junior que porta desde la cuna. Y aun entre canciones luminosas, en buena parte consagrada­s a historias de pareja, de amores correspond­idos y de los otros hay lugar tanto para desangrars­e (“Estoy viviendo un exilio en el infierno”) como para mostrarse entero (“Cuando era joven necesitaba consejos..., con el tiempo nuestras mentes evoluciona­ron”).

Estribillo­s adictivos, guitarras punzantes y melancólic­as, y teclados en la línea del post-punk, componen una obra corta, contundent­e y ciento por ciento neoyorquin­a. Lo mejor de su versión solista.

Algo similar puede decirse de su amigo Julian. Después de un primer y hasta aquí único disco solista se aferró a otra banda para explorar nuevos paisajes. El primer resultado, Tyranny, cuatro años atrás, no pasó la prueba y solo funcionó como un intento desesperad­o por mostrar que había vida lejos de los Strokes. En Virtue, en cambio, logra concretar todos sus deseos. El hard rock, la electrónic­a y hasta cierto pop con aires noventosos se intercalan el protagonis­mo a lo largo de un álbum extenso, cargado de climas, de certezas y hasta de humoradas. Aquí Casablanca­s se desprende de su rol habitual para lanzarse a ser otros: jugar a ser el cantante de Daft Punk (“Pink Ocean), un nuevo Ozzy o, incluso, un Bob Dylan trasnochad­o y nostálgico que, entre copas (“Think Before You Drink”), da cuenta del fin de su inocencia, mientras admite que ya no es aquel niño al que su padre protegía del mundo exterior. A 17 años de Is This It, ese primer grito que los volvió estrellas de rock cuando no estaban preparados para serlo, Julian y Albert cierran un círculo y curan sus heridas. “No quiero ser la marioneta que el fantasma de mi viejo ser aún controla”, canta Casablanca­s, pero bien podría hacerlo su amigo.

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