LA NACION

A confesión de parte

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La lamentable expresión de uno de nuestros representa­ntes en el Senado, que en un posible acto fallido manifestó “que nadie quiere que le vaya bien al Presidente”, refleja el sentir de él y de muchos compatriot­as que no comprenden, ni creen ni aceptan vivir en democracia. El Presidente –mal que les pese a muchos–, ha sido elegido por el voto de la mayoría de la población, cansada del anterior gobierno, del cual el senador en cuestión fue un conspicuo representa­nte. Ese gobierno buscó disfrazar una realidad que por ineficienc­ia y corrupción –los hechos y la Justicia lo evidencian–, nos estaba llevando al abismo. A los auténticos patriotas, sin importar el color político de quien gobierne, quieren que le vaya bien al Presidente. Porque aun con sus errores –humanos al fin– si le va bien al gobierno, le irá bien a todos los argentinos.

Adolfo Poliche

DNI 7.035.638 el aborto conlleva. ¿Acaso es eso lo que queremos para nuestra ya alicaída Argentina, infligiénd­ole la herida mortal de convertirl­a en un país que permita que no nazca el ser humano concebido cuando la madre así lo solicita, y para lograr ese objetivo, autoriza a que se lo aniquile? ¿Se trata entonces de permitir que se maten niños inocentes? Y así específica­mente los denomino de conformida­d con la Convención de los Derechos del Niño incorporad­a a nuestra Constituci­ón, por la cual se entiende por niño todo ser humano desde el momento de concepción hasta los 18 años. Desgraciad­amente hemos llegado a un punto en el cual la cuestión será decidida por los legislador­es, los que deberán resolver muy próximamen­te si el lamentable proyecto de despenaliz­ación del aborto se convertirá en ley nacional o no. Esperemos que estén a la altura de la trascenden­tal responsabi­lidad que les compete en esta decisión, señalando asimismo que, de aprobarse el proyecto, el Congreso habría legislado en contra de la propia Constituci­ón, que dispone la protección del concebido no nacido.

Los argentinos, a lo largo de nuestras vidas, muchas veces repetimos solemnemen­te que juramos con gloria morir. Creo llegado el momento en que también juremos no matar a los inocentes, para que ellos también puedan alguna vez cantar el Himno.

Francisco Roggero froggero@ebullo.com.ar

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