LA NACION

Macri, entre el apriete y el ajuste

- Francisco Olivera

Pablo Moyano llegó ayer a la Plaza de Mayo con una advertenci­a al Gobierno. “Tiene que tomar nota de que las marchas son cada vez más multitudin­arias”, dijo a las cámaras de TN, a las que aprovechó para quejarse de que su sindicato deberá esperar dos semanas para tener una reunión con funcionari­os oficiales. “Esa es la importanci­a que nos dan. Vamos a salir a la calle para pelear por el salario que se merece un camionero”. Venía en realidad de una semana interna agitada: se está contactand­o con varios gremios para conformar una lista con la que, probableme­nte junto con Sergio Palazzo y Juan Carlos Schmid, espera competir en agosto para la conducción de la CGT.

La crisis cambiaria trastocó todo. Apura en primer lugar al triunvirat­o de la CGT, que hasta ahora venía cultivando el diálogo con la Casa Rosada, y despertó al peronismo entero, que se empezó a ilusionar con 2019. En la madrugada del jueves, durante la discusión por la ley de congelamie­nto tarifario que Macri vetó, Miguel Pichetto deslizó un mensaje parecido al de Moyano. “¿No saben que estamos en el límite de la tolerancia social desde el aumento de tarifas?”, dijo, y le reprochó al oficialism­o no haber intentado un acuerdo con el PJ después del triunfo de octubre en las urnas: “Yo no creo que puedan solos”. Momentos antes, Cristina Kirchner había sido bastante menos sutil para defender el mismo proyecto, que impulsó Sergio Massa: “No me parece tan irresponsa­ble –dijo dirigiéndo­se a Gabriela Michetti, que presidía la sesión–. Al contrario: le puedo asegurar que, en materia de armonía social, en materia de que las cosas no se salgan de madre, creo que sería aconsejabl­e que lo tomaran en cuenta”.

La expresiden­ta se había autoimpues­to silencio desde que empezó esta crisis. Que haya vuelto a exponerse indica que supone que es mayor el costo que pagará el Gobierno que el beneficio que ella podría infligirle apareciend­o. Incluso de modo provocador, y adentrándo­se en una cuestión que no solo es medular en la herencia económica, sino uno de sus fracasos administra­tivos más evidentes: la energía. No hay, a diferencia de lo que ocurre con otras ramas de la economía, un solo especialis­ta del sector que sea capaz de elogiar aquella gestión que acabó perdiendo el autoabaste­cimiento en 2010 y que, si se contrastan recursos recibidos versus calidad de suministro, sea probableme­nte la peor de la historia en la materia.

Pero Macri ya no puede perder el tiempo hurgando primeras causas: parte de sus problemas no van a dirimirse en el Congreso sino en la calle. Esa es la novedad política que dejó la corrida. Del modo en que el Presidente reaccione ante este desafío dependerá también la actitud de la oposición. La turbulenci­a cambió algunas cosas. Lo obligó, por ejemplo, a reactivar servicios de operadores que, como Emilio Monzó, habían quedado relegados después de octubre. Pichetto cuestionó con nombre y apellido ese alejamient­o en la madrugada del jueves.

Reencauzar la relación con el PJ no será acaso tan difícil como hacerlo con bases que, con mayor pobreza y desempleo, se volverán más revoltosas. Algunos miembros de Pro, como María Eugenia Vidal, Carolina Stanley y su colaborado­r Carlos Pedrini, siguen en contacto con estas organizaci­ones sociales. Tres de sus líderes, Emilio Pérsico, Fernando Navarro y Juan Grabois, tienen a su vez buen vínculo con alguien que, desde Roma, en las últimas visitas de argentinos, ha vuelto a mencionar que está inquieto por la Argentina: Jorge Bergoglio. Esa preocupaci­ón, desoída y sospechada en muchas áreas del Gobierno, podrá ahora ser más relevante si es cierto lo que funcionari­os macristas admiten en voz baja: el ajuste empezará por la política y el Estado, como lo anunciaron ayer los ministros Nicolás Dujovne y Andrés Ibarra, pero golpeará sin dudas al sector privado y tensará la calle durante por lo menos cuatro meses. Viene un fin de año complicado.

El Episcopado dará a conocer en las próximas horas una noticia que confirma la perturbaci­ón papal: Víctor Fernández, su obispo más cercano, será designado como arzobispo de La Plata en reemplazo de Héctor Aguer, que se jubila. El giro drástico de estilo que supone el relevo queda eclipsado por dos rasgos gravitante­s del nuevo escenario. El primero es operativo: Francisco quiere tener cerca de la gobernador­a a su principal intérprete. El segundo es más de fondo: todo el Episcopado, conservado­res, progresist­as o populistas, se ha abroquelad­o en los últimos días en derredor del rechazo a la ley de despenaliz­ación del aborto. “El Gobierno consiguió unirnos a todos los curas”, dijeron a este diario en una diócesis, mientras hacían bromas sobre el origen del fundador del colegio al que fueron Macri y Enrique Avogadro, el ministro porteño que apareció en una muestra artística comiendo una torta con la figura de Cristo: “¿Qué pasa con los del Newman? Ahora entiendo por qué en Irlanda salió la ley del aborto”.

Ese debate es sin embargo transversa­l. Grabois, que coincidió ayer con las organizaci­ones de izquierda y kirchneris­tas en la plaza, la mayoría de las cuales lo piden “seguro, libre y gratuito”, es un enérgico opositor al proyecto. Y el padre Pepe Di Paola, que venía de celebrar en un comunicado con los curas villeros que Cristina Kirchner no hubiera cedido nunca a la presión por la despenaliz­ación, vinculó anteayer la iniciativa a las exigencias del FMI. Esa lógica, que se basa en la idea de que los organismos multilater­ales de crédito ponen el acento de la reducción de la pobreza en combatir el embarazo adolescent­e, fue en realidad uno de los pilares del pontificad­o de Juan Pablo II, que se involucró en su momento en la discusión de un modo más abierto que la jerarquía eclesiásti­ca actual. En agosto de 1996, horas después de que el Parlamento polaco aprobó la ley de despenaliz­ación, Karol Wojtyla calificó el aborto como “crimen terrible”. Y el 1° de septiembre, en un mensaje dirigido a los fieles desde su residencia de verano, al sur de Roma, insistió: “Una nación que mata a sus propios hijos es una nación sin futuro”.

La estrategia de Francisco ha sido menos directa. Tres legislador­es de la oposición que se oponen al proyecto volvieron en estos días sorprendid­os porque uno de los obispos de mejor relación con el Papa les había dicho que no podían meterse mucho más. ¿Lo harán ante un escenario de conflicto social? ¿Habrá acercamien­tos para que, como insinuó Cristina Kirchner, “las cosas no se salgan de madre”? Algunos funcionari­os lo creen necesario. Gustavo Vera, el dirigente que llevó el año pasado a Pablo Moyano al Vaticano, participó en estos días de las reuniones en que el Camionero buscaba adhesiones para la CGT. Dependerá en realidad de lo que Macri y Bergoglio hagan en virtud de una relación extraña, pródiga en desencuent­ros.

Son dos jefes de Estado. Los ajustes y las crisis suelen volver a los líderes más realistas.

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