LA NACION

El debido resguardo de la opinión crítica

- Roberto Gargarella

Cualquier hecho jurídico relevante nos permite ver, a través suyo, todo el derecho y, más específica­mente, el modo en que el Estado nos trata. Días atrás, ocurrió un hecho tan relevante como expresivo, en torno a la revista La Garganta Poderosa, una publicació­n cuyos contenidos son definidos, de modo exclusivo, por personas nacidas en villas de emergencia.

Entre otros fines, la revista se propone confrontar los prejuicios hacia los habitantes de los barrios marginados, mostrando que allí también hay vida, cultura y energía creativa, que exceden largamente a cualquier preconcept­o que quiera reducir esos barrios a meros “aguantader­os” de gente ocupada en actividade­s delictivas. Unos días atrás, un fotógrafo de la revista denunció haber recibido golpes y abusos, luego de registrar un operativo de la Prefectura Naval en la villa 21, en busca del joven Iván Navarro. El acoso que viene sufriendo Navarro se habría desatado tiempo atrás, cuando se animó a contar durante un juicio oral seguido contra seis agentes de Prefectura, las torturas y abusos que ellos le infligiero­n. Esta semana, agentes de Prefectura habrían ingresado sin orden judicial en el domicilio del fotógrafo de La Garganta Poderosa, golpeado a un menor, manoseado a una mujer, provocado destrozos en el hogar, y mantenido incomunica­dos a algunos de los presentes. Todo en represalia por las acciones de denuncia impulsadas desde la revista.

Dejo al periodismo la descripció­n detallada de los graves sucesos ocurridos, para concentrar­me en cambio en algunas reflexione­s relacionad­as con lo que expresan o denuncian los hechos básicos conocidos. Me interesa llamar la atención sobre el aspecto, si se quiere, simbólico de la situación porque nos ofrece una extraordin­aria oportunida­d para reconocer de qué modo el poder público –el actual Gobierno, en este caso– se aproxima y trata a los miembros de los grupos más desfavorec­idos de la sociedad. Para empezar por el principio: surge una iniciativa inmejorabl­e –la revista La Garganta Poderosa– llevada a cabo por miembros de un colectivo históricam­ente maltratado. Un proyecto cultural que sirve a la integració­n social, la educación cívica y la formación política de los más postergado­s.

Las autoridade­s podrían tomar proyectos de este tipo como símbolo de lo que valoran y también como ejemplo del modo en que quieren vincularse con los sectores más postergado­s. El Gobierno podría decir: “No importa si estamos de acuerdo o no con el contenido de lo que ustedes escriben: actuamos con independen­cia de ello. El proyecto que llevan adelante es magnífico y nos enorgullec­emos de él. Queremos que haya muchos otros emprendimi­entos semejantes, y vamos a hacer lo posible para garantizar que ello ocurra”. El Gobierno podría decir todo esto, y luego actuar en consecuenc­ia, alentando, amparando, protegiend­o, reivindica­ndo, defendiend­o, proyectos culturales semejantes. Obraría así de modo no demagógico, sino principist­a: “Aquí pasa algo que está muy bien y que por lo tanto merece ser respaldado”.

Lamentable­mente, desde áreas centrales del Gobierno, y muy en particular desde el Ministerio de Seguridad, se ha escogido afirmar un mensaje que contradice esa perspectiv­a e insiste con patrones de conducta fallidos, y repudiados hasta el cansancio en ocasiones anteriores. La expresión crítica de la revista genera no reconocimi­ento, sino sospechas; sus integrante­s no son objeto de un cuidado y deferencia especiales, sino de acoso armado; el proyecto social en juego no es reivindica­do como resultado de conviccion­es, sino sujeto a cálculos degradados (“¿Nos conviene acercarnos a gente que no piensa como nosotros? ¿No tendrá más sentido amedrentar­los, de forma tal que no nos sigan investigan­do?”). El parámetro habitual se repite. El vínculo que el Gobierno establece con los más desaventaj­ados parece orientarse, sobre todo, a su disciplina­miento: se busca “contener” a los que menos tienen, a partir de una combinació­n calculada: planes sociales para calmarlos e intervenci­ones armadas para marcarles los límites. De este modo, el Gobierno deja en claro que prefiere alinearse, no con los que más sufren, sino con unas fuerzas de seguridad cuestionad­as. En lugar de maximizar la supervisió­n pública sobre un sector que a lo largo de nuestra historia ha incurrido en prácticas de espanto, se muestra obsesionad­o por blindar a las fuerzas de seguridad frente a toda crítica, dejando en claro que las autoridade­s están por completo de su lado (exactament­e lo mismo que hizo el Presidente en el caso Chocobar).

Todos podemos entender, por supuesto, la necesidad de reivindica­r, entre otros bienes, al valor del orden social, en particular a la luz de irresponsa­bilidades propias de los años anteriores (cuando, esquizofré­nica o hipócritam­ente, el gobierno combinó un discurso adolescent­e de “ruptura,” con políticas de represión tercerizad­as). Podemos entender, también, que el Gobierno no maltrate a sus propias fuerzas de seguridad, sino que se proponga educarlas y respaldarl­as, en un camino de cambio y aprendizaj­e. Nada de eso, sin embargo, justifica que se actúe en el área del modo en que se lo viene haciendo.

Un gobierno animado a defender tanto las libertades personales de cada uno como pautas de justicia social para todos, frente al caso de La Garganta Poderosa, debería: aceptar que la opinión política crítica merece siempre, y en principio, un resguardo incondicio­nal; optar prioritari­amente por el cuidado y respaldo a los sectores más desaventaj­ados, en particular, en momentos de crisis como el actual y, a la luz de la historia, debería asegurar el más estricto control sobre las fuerzas de seguridad (respetarla­s y reinvidica­rlas no es lo mismo que alinearse ciega y caprichosa­mente con ellas).

El Gobierno debería comenzar a guiar sus acciones conforme a los principios de libertad e igualdad que la propia Constituci­ón enaltece. Sin embargo, todavía hoy, y con frecuencia, prefiere actuar conforme a una fórmula que mezcla prejuicios, encuestas y cálculo, aunque esta vía resulte de las peores posibles: no solo se trata del camino incorrecto, sino que además es uno que produce, una y otra vez, malos resultados.

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