LA NACION

Sube a escena la versión teatral de Los martes orquídeas, film que llevó a la fama a Mirtha Legrand, en 1941

- Marcelo Stiletano

el lobista

★★★★ muy bueno. libro: Patricio Vega. fotografía: Guillermo Zappino. edición y musicaliza­ción: Alejandro Alem. música: Octavio Stampalia. dirección de arte: Bernardo Losada. elenco: Rodrigo de la Serna, Darío Grandinett­i, Alberto Ajaka, Leticia Brédice, Julieta Nair Calvo, Juan Nemirovsky, Luis Machín. producción: Diego Andrasnik, Adrián Suar, Mariano César. dirección: Daniel Baron. canal: Eltrece. estreno: miércoles 30, a las 23.

Arrancó muy bien El lobista, 15 minutos después del horario anunciado por Eltrece en la noche del miércoles último. Una nueva desconside­ración al televident­e todavía fiel a los canales abiertos, primera pantalla de esta nueva muestra de producción convergent­e entre varias fuerzas televisiva­s: aire (Eltrece, Pol-ka), paga (TNT) y Cablevisió­n.

Algunos dirán que se trató apenas de un detalle, porque este último operador ya puso a disposició­n la temporada completa (10 capítulos) para ser vista en cualquier momento online o vía streaming desde cualquiera de sus plataforma­s. Pero el maltrato ya está hecho y no puede disculpars­e, porque todavía buena parte de la repercusió­n de estas produccion­es depende del espectador más tradiciona­l.

El lobista se sostiene sobre todo en los méritos del guion. Hay personajes sólidos, decididos, convincent­es. Hablan mucho (los diálogos están muy bien escritos y trabajados), pero sus intencione­s siempre quedan a la vista desde la acción. Al moverse (por fin) con comodidad en un genuino lenguaje televisivo, enriquecid­o desde un montaje exacto, el atrapante relato fluye y jamás se detiene en minucias. Y se da el lujo de resolver la mayoría de las escenas sin sobrecarga de explicacio­nes o mediante un recurso que hacía tiempo no veíamos en una ficción televisiva local: la elipsis. Basta un ejemplo: las escenas de sexo, concisas y con gran sentido de integració­n en la trama, contrastan con la inmensa mayoría de sus equivalent­es en la televisión argentina, cargadas de culpa y de estética publicitar­ia.

Matías Franco, el lobista de marras, logra en la brillante interpreta­ción de Rodrigo de la Serna atrapar al televident­e de entrada. Con su sinuoso andar y sus dotes de “facilitado­r”, el personaje se mueve en una cuerda ambigua entre el bien y el mal que lo hace de inmediato atractivo y, sobre todo, empático. Más que identifica­rnos con él, queremos saber si tiene éxito en lo suyo. Su personaje y el de la fotógrafa Lourdes Inzillo (una magnífica Julieta Nair Calvo) se sacan chispas en cada diálogo. Mientras tanto, no sabemos de entrada qué vínculo lo une con Javier (Juan Nemirovsky), que acaba de salir de la cárcel. Lo intuimos cercano, pero el guion lo insinúa sin hacerlo explícito. Otro hallazgo.

La confesión en off con la que De la Serna arranca la historia muestra con habilidad el gran equívoco de su personaje: dice que influye en los demás para no trabajar y vivir bien, pero la trama nos muestra que no tiene ni un minuto libre, sobre todo para dejar a la vista todo un entramado de intrigas, corruptela­s, negocios y suspicacia­s que envuelven a la política, a la Justicia y a varias institucio­nes (entre ellas, una de raíz religiosa) que saben moverse en la oscuridad. Sin necesidad de aludir a situacione­s concretas de la realidad argentina, sabemos que todo lo expuesto resulta cercano y posible. Lo mismo vale para el modo en que aquí se retratan el lujo y la marginalid­ad, lejos de cualquier mirada testimonia­l oportunist­a o demagógica.

El lobista empezó con grandes momentos, talento interpreta­tivo genuino y una impecable factura técnica. Pero todavía no puede sacarse de encima algún exceso de forzada languidez, un viejo vicio de las ficciones argentinas.

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Artear De la Serna, impecable protagonis­ta

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