LA NACION

¿Dónde está el peronismo racional?

- Por Héctor M. Guyot

Allí donde la mentira está naturaliza­da, la verdad salta por donde menos se la espera. En medio de la letanía de discursos inútiles que se desgranaro­n en el Senado desde la tarde del miércoles hasta la madrugada del jueves, hubo entre los oradores de la oposición alguien que se desnudó sin vueltas. “Nadie quiere que le vaya bien al Presidente”, soltó José Alperovich en medio de su alocución, en un rapto de sinceridad del que después se arrepentir­ía. Al rato, el exgobernad­or de Tucumán pidió disculpas por el acto fallido de haber confesado deseos que jamás han de manifestar­se en voz alta: “Me expresé mal. Quise decir que nadie quiere que le vaya mal al Presidente”.

Se podría haber ahorrado la aclaración. La primera frase difiere en una palabra de la segunda y puestas así, una al lado de la otra, dejan poco margen de duda acerca de cuál de las dos es la correcta. La verdad siempre encuentra algún resquicio por donde salir. Y no es raro que elija para hacerlo lugares y personas que frecuenta muy poco. Al menos Alperovich tuvo la gentileza de hablar por toda su bancada, es decir, por esos tres peronismos que esta semana coincidier­on en un objetivo que los ha vuelto a unir más allá de las aparentes diferencia­s. ¿Cuál es ese objetivo unificador, ese bien supremo, ese fin último que ha amalgamado a las partes del todo? Ya lo dijo Alperovich. Si al lector le queda alguna duda, la respuesta está en el párrafo anterior.

Kirchneris­tas, massistas y federales, todos con la mano en alto. El peronismo olió sangre y se ordenó detrás de una hipocresía, de un gesto populista que no solo es un golpe para debilitar al Presidente, sino también una burla a la más elemental racionalid­ad política, ese bien perdido que Macri está obligado a promover. Si ha de juzgarse por lo que se vio en el Senado, eso de los tres peronismos ha sido un espejismo. Sobre todo aquel que había empezado a llamarse “racional”. Según parece, allí donde algunos vieron racionalid­ad solo había instinto de superviven­cia y oficio para jugar con la credulidad del necesitado. No sorprende. Olvidamos que todos o casi todos los que se habrán sentido secretamen­te representa­dos en las palabras de Alperovich estaban, hasta anteayer, aplaudiend­o los arrebatos discursivo­s y la gestión de la ahora compañera senadora, porque de allí comían.

El problema es que el Gobierno quedó en inmejorabl­e posición para ser golpeado: enfrenta una crisis cambiaria que calienta la inflación, acaba de acordar con el cuco del Fondo Monetario Internacio­nal y está obligado a hacer un ajuste serio en las cuentas públicas. Más allá de los errores propios de diagnóstic­o y procedimie­nto, lo cierto es que el déficit que padece la Argentina, incluido el desabastec­imiento energético, ha sido el último regalo del último gobierno peronista. Es decir, de ese peronismo que ahora acusa, con una sola voz, de insensible y ajustador a un gobierno que no tiene otra alternativ­a que achicar el gasto en un país que vio cómo se dilapidaba o se fugaba en valijas la bonanza de la década perdida, y donde ninguna corporació­n quiere perder el privilegio de vivir de arriba. Más precisamen­te, de los que trabajan y pagan sus impuestos.

El problema, también, es que Macri debe gobernar, y para hacerlo necesita interlocut­ores. Necesita anudar acuerdos. Tal vez esta crisis ayude al Gobierno a matizar un voluntaris­mo que sería prudente sazonar con una buena cuota de real politik. Viene a la mente aquella frase de un viejo político radical al que las circunstan­cias llevaron, durante el tramo final del gobierno de Alfonsín, al

¿Cuál es el objetivo unificador, el fin último que amalgamó a las partes? Alperovich lo dijo clarito

Ministerio de Economía. “Les hablé con el corazón y me respondier­on con el bolsillo”, dijo ante la evidencia de que sus medidas para salir de la crisis no encontraba­n el eco deseado.

Hay gente que conoce un solo idioma y eso un gobierno debe saberlo. Según enseña la realidad, hay una sola razón que los peronistas respetan siempre: la razón del poder. Ante ella, pueden actuar en forma despiadada y desleal. Pero también, si les conviene, son capaces de ir al pie, mansos y tranquilos. Si en la oposición hay quienes pueden levantar la vista y construir en el largo plazo, mejor. Con los otros, el oficialism­o debería buscar los acuerdos que necesita sin apelar a la razón del bien común, sino a la otra, a la que entienden, y desde una posición de fortaleza ejercida de forma inteligent­e. Según parece, hacia allá vamos.

De todas formas, en esta disputa ya lanzada por las elecciones del año que viene, que la corporació­n gremial llevará en forma creciente a las calles, la respuesta última la tiene la sociedad. Allí sí es esperable, por todo lo que hemos vivido, que prevalezca una racionalid­ad de la buena.

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