LA NACION

El tenis argentino celebra, París los disfruta

El jugador de 1,70 m venció a Anderson, de 2,03 y 7º del mundo, tras remontar un 2-0 en sets y alcanzó los cuartos de final, al igual de Del Potro; desde 2005 no había dos argentinos en esa etapa del torneo francés

- Ariel Ruya ENVIADO ESPECIAL

PARÍS (De un enviado especial).– Por primera vez desde 2005, dos jugadores argentinos animarán los cuartos de final de Roland Garros. Juan Martín del Potro venció al número 10 del mundo, John Isner, con un triple 6-4 y se medirá mañana con el número 4, Marin Cilic. Y Diego Schwartzma­n, que le ganó un partido fantástico al número 7, el sudafrican­o Kevin Anderson, será el próximo rival de Rafael Nadal, que va por su undécimo título en París.

PARÍS.– Es un pequeño gran león. El martirio, ahora mismo, queda reducido a una anécdota. Diego Schwarztma­n acaba de ganar el partido de su vida. Debe de sentir eso, en la colosal mañana de sol en París. Gana con un ace, todo un símbolo. Se arroja sobre el polvo de ladrillo, patas arriba. No puede creerlo. Nadie puede creerlo: lo que acaba de suceder es un sueño. Saluda a su rival, el sudafrican­o Kevin Anderson, que ni lo mira, desde 33 centímetro­s más arriba. Peque es el gigante.

Alcanza por primera vez en su carrera los cuartos de final de Roland Garros, luego de estar 6-1, 6-2 y 5-3 abajo, y también 5-3 atrás en el cuarto set, incluso con el servicio para su competidor. Salva dos puntos de partido. Resiste y gana por 1-6, 2-6, 7-5, 7-6 (7-0) y 6-2 con una fuerza mental pocas veces vista en su carrera.

Y se cita con Rafael Nadal, el rey de París. Un amigo, además, que lo cobijó en su academia apenas un par de semanas atrás. Su gesta no llega sola; Juan Martín del Potro lo acompaña en el mismo escalón, luego de superar al estadounid­ense John Isner por 6-4, 6-4 y 6-4. Para los libros: la última vez que dos argentinos alcanzaron los cuartos de final en Bois de Boulogne fue en 2005, con el choque Mariano Puerta vs. Guillermo Cañas. Historia viva.

“Vamos car... Merci”, rubrica Schwartzma­n en la cámara oficial, después de la faena. “Que se venga Rafa”, debe de estar pensando, en este instante. Se siente en la cúspide de la Torre Eiffel. Tiene destreza, garra y una muñeca de salón. Tiene, ahora sí, destino de top 10; al menos, en el ranking real está 11º. Y pensar que la gira sobre polvo de ladrillo fue un suplicio. Y pensar, también, que su equipo de trabajo le aconsejó parar la máquina. El destino es curioso: lo mismo había ocurrido en las semanas anteriores a su primer trofeo, el de Estambul 2016... “Estaba fundido, pero no quería parar. Algo me guardaba”, recuerda.

Cuando está contra las cuerdas, es como aquellos boxeadores que desprecian el miedo: es entonces cuando lanza los mejores golpes, casi de KO. Hasta le saca una sonrisa a la jueza Marijana Veljovic cuando contemplan, uno al lado del otro, el sitio exacto del pique de una pelota. Mala, por cierto. Peque bromea. “Me haces reír”, sonríe la serbia, conocida como “mujer de hierro”.

La valentía no se aprende; viene de fábrica. Hay, eso sí, un mar de desventaja­s que Schwartzma­n debe atravesar con éxito: Anderson es el 7º del mundo, tiene más experien- cia (32 años), mayor estatura (2,03 metros) –algo que en el tenis no es todo, pero influye–, suma cuatro títulos, posee uno de los mejores servicios del circuito y aprendió a pelotear con cierta dignidad. “Vamos, vamos. Así. ¡Dale!”, se alienta cuando no encuentra respuestas. “Diego, Diego”, canta la gente, aunque hay muy pocos argentinos. Peque devuelve la simpatía, pero de a ratos. Por momentos grita, furioso. “No hables ahora”, le recrimina a su equipo; por allí está Juan Ignacio Chela, el entrenador; también Martiniano Orazi, el preparador físico que tanto lo ayudó. El espectácul­o baja en intensidad, pero gana en dramatismo. Durante el cuarto parcial, antes del tie-break maravillos­o, se devuelven quiebres, uno detrás del otro. “Todos errores, todos errores”, se plantea el argentino.

El quinto parcial es un concierto de desvaríos, de un lado y del otro. Queda la sensación de que quien se afirma primero, va a ganar el partido. O sea, va a viajar rumbo a los cuartos de final. Lo logra Peque, cuando el deporte se convierte en un drama y acaba en comedia. La emoción es a la medida de Schwartzma­n, que nunca va a despertars­e de este sueño.

“Se trató de la película de David y Goliat. Con menos fuerza y menos estatura que Anderson, lo di vuelta. A veces, la gente me toma cariño por eso, me alienta para que siga luchando. En los cambios de lado, era fuerte, porque él es el doble de mí. Pero en el tenis, por suerte, es lo mismo ser alto que bajo cuando se devuelve un saque. Igual, durante un buen rato me c... a palos... Tampoco fue por una cuestión de altura”, se divierte quien ubica este triunfo en la cúspide. Y más allá. “Esta victoria está muy arriba en mi carrera. No la esperaba, porque el partido estaba

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Pascal Rossignol / ReuteRs Schwartzma­n y el desahogo tras un partido emocionant­e: venció al sudafrican­o Anderson (7º del ranking mundial) en cinco sets
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AFP y ReuteRs
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 ??  ?? sSchwartzm­an se arroja sobre el polvo de ladrillo de París, con las piernas arriba; el argentino venció a aAnderson en cinco sets y avanzó a los cuartos de final de rRoland gGarros por primera vez
sSchwartzm­an se arroja sobre el polvo de ladrillo de París, con las piernas arriba; el argentino venció a aAnderson en cinco sets y avanzó a los cuartos de final de rRoland gGarros por primera vez

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