LA NACION

Tres claves del méTodo

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La selección, un deseo profundo Aunque fue una jugadora muy destacada en los equipos que integró, tanto en la Argentina como en el exterior (se desempeñó en clubes de Alemania y España), a Luciana Aymar la une una relación muy singular con la selección. “No me gustaba tanto el hockey –reconoce–, sino vestir la camiseta de la selección”. Esa identifica­ción fue una de las claves de su altísimo rendimient­o en las Leonas, que estuvo por encima del que consiguió en los clubes donde jugó.

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La obsesión profesiona­l

Tuvo sus costos, asegura ella. Pero, aunque debió resignar unas cuantas cosas y debió trabajar mucho con ella misma después del retiro, la obsesión con que afrontó su carrera fue una de las llaves del éxito. En la cancha, claro, pero sobre todo en los entrenamie­ntos y en la vida personal.

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El motor del deseo Lo sintetiza en cuatro palabras: “Quería ser la mejor”, dice. En esa frase se resume el deseo inquebrant­able de quien buscó hacer cumbre en un deporte de elite. El resultado: está entre los mejores deportista­s argentinos de todos los tiempos.

–¿Cómo es llegar a una final? P R –El trabajo más grande es de los entrenador­es. Se van fijando cómo está el equipo previament­e y nos pasan videos motivacion­ales. –¿Dormís la noche previa? P

–¡Yo no duermo nunca! R

–Bueno, entonces empecemos P por eso…

R –No dormí nunca en 20 años de carrera.

–Estabas en la cama… P

–Siempre fui de visualizar mucho, R demasiado.

–¿Pero podés desayunar o P tenés el estómago hecho una piedra?

R –Me ha pasado, en momentos de mucha presión, de tener que tomar ciertos licuados proteicos porque se me cerraba el estómago. Pero lo que más me costaba era la noche anterior.

–Un consejo a los chicos y P chicas que hoy abordan una situación de estrés. No de la dimensión de una final de Juegos Olímpicos, pero, digamos, una situación estresante.

–Uno hace mucho análisis, R cuando da un paso al costado, de todo lo que vivió. Me da mucho orgullo lo que conseguí en mi carrera. Pero después, viendo a Luciana desde afuera, la forma de ser que tuvo por 20 años... No es que me arrepiento, pero sí hubiese cambiado algunas cosas... –¿Qué? P

–Mi forma de disfrutar la vida. R De vivir la vida. –¿Eras un robot? P

–Era medio robotito, tenía una R obsesión por ganar siempre, por ser la mejor. –¿Podrías haber llegado tan P lejos sin serlo?

–No, yo creo que mi disciplina, R mi constancia, mi exigencia, sumadas al talento que tenía, me han llevado a ser la mejor. Pero si yo tuviera un hijo, no sé si le recomendar­ía el estilo de vida. –Me acabás de arruinar la P última pregunta.

–Te leí la mente. R

–¿Qué le dirías a un hijo de 15 P o 16 años cuando te dice “mamá, me voy para el Cenard, te veo el jueves a la noche”.

–Yo trataría de ser como fueron R mis padres, nunca me presionaro­n. Disfruté del deporte porque mis padres vivían en el club y yo amaba hacer deportes porque ellos amaban hacer deportes. –¿Pero a tu hijo le dirías “sí, P anda nomás al Cenard”?

–Le diría “hablemos, tratemos R de sacar todo lo emocional”. Mi estilo de vida fue un estilo de vida demasiado duro. Me acuerdo cuando mi mamá dijo: “Lo único que espero es que mi hija se retire, para que pueda disfrutar de la vida”. Fue el empujón. Tenía razón. Tengo 37 años, basta de tapar. Amé el deporte y lo sigo amando. Fue lo mejor que me dio la vida. Pero necesito vivir la vida, también. –Dijiste tapar. ¿Tapar qué? P

–Era mi forma de no expresarme R de manera normal. Las emociones de adentro. Por eso mi obsesión, yo sentía que me expresaba. La cancha era una terapia. –¿Qué harías distinto? P

–Disfrutarí­a cada momento. R No pude disfrutar tanto porque siempre buscaba más. Mejor jugadora del mundo, buenísimo, ¿qué tengo que mejorar? Entonces, cuando tenga un hijo le voy a decir: disfrutá más de la vida, viví cada etapa. Pero si es el mejor en algo... Al final, es como una contradicc­ión. –Volvamos a un partido: “estresazo”, P

se terminó. ¿Y el post?

R –Los posts para mí eran tremendos, siempre terminaba enferma. Era tanta la presión psicológic­a.

–Después de un torneo, cuando P bajabas la guardia. ¿Pero después de un partido?

R –No, después de un partido, no. Estás todavía en guardia. Te quedan otros partidos. Tenés que ver la táctica, a veces tenés que meter 5 goles para clasificar. Esas presiones una las va cargando. Terminaba el torneo y yo tenía 40 de fiebre, muerta. –Trapo. P

–Sí. R

–¿Cómo fue el abordaje del P retiro?

–Al principio, pasar por la situación R de que muchas se fueran despidiend­o, tu camada. Jugaba con chicas muy jóvenes, a algunas les llevaba 15 o 20 años. Me encantaba. Por momentos iba a la par de ellas. Pero cada vez va costando más, tu cuerpo no se recupera igual. Me empezaba a preocupar por cosas que pasaban dentro de la confederac­ión, no podíamos jugar tranquilas. Había cosas que no sabíamos manejar. El jugador tiene que estar para jugar, no en si cambia el entrenador o el kinesiólog­o, el masajista, las becas. Era demasiado. El deportista tiene que saber apartar muchas cosas personales para poder jugar. Vos a veces te peleás con tu pareja, con un familiar, y tenés que jugar igual. Me costó eso al final. Y esa lesión... Fue una señal. Me decía: “Lucha, basta, hasta acá”. Lloraba, porque fue mi vida y hasta el día de hoy siento melancolía. Miro a las chicas y quiero estar ahí. Quiero estar ahí y hacer todo lo que hacía. –¿Y el día después? P

–De las peores cosas de mi vida. R Así como me obligué a dejar de jugar. Fue una enseñanza muy grande, porque aprendí a tener más empatía, a disfrutar pequeños momentos, a compartir con mi familia, a tener más conexión, más diálogo. A tener una relación, con la que me siento bien, contenida. Tengo un compañero al lado. Sigo aprendiend­o. Cuando empiezo a mirar fríamente, desde otro lugar... ¡Qué obsesión que tenía! ¡Era una extraterre­stre! –¿Qué le dirías a la exjugadora? P

–La última parte de su carrera R la tendría que haber manejado de otra manera. –¿Y a la del día uno? P

–No cambiaría nada. Amé R jugar al hockey. Fui una obsesiva, con una exigencia enorme. Estoy orgullosa de lo que hice. Tuve costos grandísimo­s. Pasé por una etapa muy dura, angustiant­e y depresiva, pero lo estoy superando gracias al psicoanáli­sis. Me conocí más que en 20 años de carrera. Estoy descubrien­do otra etapa de mi vida. Soy la Luciana que disfruta de su familia y de su pareja, que conoce más su cuerpo y sigue investigan­do qué otras cosas la apasionan.

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