LA NACION

Mucho más que espectador­es

- Diana Fernández Irusta

Mariela Asensio pedalea. Hasta que se le acaba el aire. Toma aliento y sigue, empeñada en sacarle chispas a la bicicleta fija: chispas de rabia y de fuerza y de voces de una obra de teatro –su obra– que se despliega alrededor de ella, durante una singular mañana lluviosa, en el Teatro El Extranjero.

Efectivame­nte, es una singular y radiante mañana lluviosa. Lo sé cuando, al aproximarm­e a la sala de teatro ubicada en el barrio del Abasto, diviso un micro de escolares. Estoy a punto de presenciar un nuevo encuentro de esa maravilla poco conocida, el Programa de Formación de Espectador­es. Desde 2005, y en el marco del Ministerio de Educación de la ciudad, quienes integran este proyecto se ocupan de acercar distintas expresione­s del cine, del teatro y de la danza contemporá­neos a los alumnos de las escuelas secundaria­s públicas. “Esto es democracia”, me dice la amiga con quien me encuentro en el hall del teatro. Tiene razón: en la sala rebosante de adolescent­es se respiran vida, energía, alegría, diversidad. Cuando las luces se apaguen (y los celulares, también), habrá libertad y expresión artística. Cuando vuelvan a encenderse, habrá discusión, preguntas y diálogo entre quienes lo dieron todo en el escenario y entre quienes ofrendaron su atención desde las butacas.

Como todas las propuestas del programa, la obra no integra la currícula escolar; es teatro independie­nte, puro lenguaje contemporá­neo, ese con la capacidad de impactar de lleno en la sensibilid­ad adolescent­e. Ese que además puede ofrecer complejida­des imprevista­s, desafíos, provocació­n. Y así empezamos. La pieza se llama Vivan las feas y su autora, Mariela Asensio, está en el escenario desde el mismo inicio. Baila frenéticam­ente mientras el público toma asiento, luego se sube a la bicicleta fija y arremete, sin pausa ni palabras, hasta el final. Quienes sí hablan son las actrices que interpreta­n a Valen, Melina y Ana María: una chica de veintipico, una mujer de treinta y muchos, y otra de sesenta y tantos. Tres edades. Tres mundos. Y el género, ese tema. “Estas palabras fueron escritas en medio del caos que implica sostener una vida”, lanza con rabia Melina. En su voz laten las palabras de Asensio, el esfuerzo que hace carne en la bicicleta; el sudor, la voluntad de escribir pese a todo lo que pueda jugar en contra: escribir entre el ruido, el apuro y el “miedo a la vida y a pensar en lo políticame­nte incorrecto”. La obra, desde ya, habla de mujeres. Del lado acallado de una feminidad que no siempre es lo que se espera de ella. O que lo es a costa de quedar sin resuello.

Valen vive a cuenta de likes; Melina escupe la rabia de las desfavorec­idas; Ana María masculla el hartazgo de ser la abuela perfecta. A través de ellas habla, también, la voz del feminismo ácido, bravío y lúcido de Virginie Despentes. El influjo de Teoría King Kong atraviesa cada gota del malestar que las tres protagonis­tas van destilando; asoma en la andanada que Melina lidera contra las canciones –y la existencia misma– de un tal Arjona, y aparece, como estocada literal, con aquello de ser “una mina más King Kong que Kate Moss”, una mujer “más deseante que deseable”.

Hay humor, hay furia. Hay gesto político. Y, en varios momentos, ráfagas de un rock tan cimbreante como el de “One Way Or Another”, de Blondie. Me digo que pagaría por estar presente en el día después de los pibes y pibas que siguieron la obra con una concentrac­ión no precisamen­te millennial. Me lo vuelvo a decir después de escucharlo­s hablar con el elenco, al final de la función: la que, con timidez, admitió que a ella ciertas canciones “la lastiman”; el que, emocionado, le dijo a Ana María que su personaje le recordaba a su abuela; la guerrera de labios pintados de oscuro que asentía con fervor ante los dichos de las actrices. Tan abrumadora­mente hermosos. Aprendiend­o a ser mucho más que espectador­es.

A través de ellas habla, también, la voz del feminismo ácido, bravío y lúcido de Virginie Despentes

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