LA NACION

Un cheque para comprar confianza

- Diego Cabot

Los tecnicismo­s, el vocabulari­o y las fórmulas sobre las que se debatió en Washington con el Fondo Monetario Internacio­nal quedan subsumidos en la Argentina a una pregunta básica que se hace el ciudadano común: ¿para qué sirve el acuerdo? La primera parte de la respuesta podría considerar­se simple: el país lo necesita para invertir y consumir más dólares de los que produce su economía y de los que el sector público puede conseguir.

Ese faltante de moneda se llama desequilib­rio externo y la pregunta es, básicament­e, quién pone esa plata para llegar a empatar la cuenta.

Según los dichos del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, antes de fin de mes llegará el primer desembolso, por alrededor de 15.000 millones de dólares.

No hay demasiado que pensar: si a una economía le falta moneda dura, la llegada de 150 toneladas de moneda estadounid­ense no está nada mal.

Ahora bien, ¿llega a cambio de qué? Lo que el FMI exige no es cambiar de vereda, sino más bien caminar algo más rápido por la misma.

Pero de regreso a la primera parte de la respuesta, “cualquier acuerdo sirve para despejar las dudas que puede haber respecto de si el país va a tener o no los dólares necesarios como para hacer frente a ese desequilib­rio”, grafica el economista Luis Secco.

Así las cosas, los dólares que llegarán del Fondo, que aunque sean un tercio en efectivo, se convertirá­n en una suerte de alquiler de confianza para que el Gobierno siga con el camino que se trazó, es decir, mantener la inversión en infraestru­ctura productiva y disminució­n del desequilib­rio fiscal.

Si no hay sobresalto­s y la ruta está despejada, dicen, se podrá ir a velocidad crucero.

Si el camino se desvía o está lleno de baches, habrá que acelerar más dónde se puede y frenar a cero en otros rubros para no caer. En términos económicos, ir a velocidad constante sería el gradualism­o que aplicó el Gobierno, que además parece ser lo único tolerable por los argentinos.

Miguel Kiguel, economista y director de Econviews, cree que el acuerdo con el Fondo es una herramient­a para despejar incertidum­bre. “Lo que se intenta es asegurar financiami­ento externo en un momento en que los mercados financiero­s están, y posiblemen­te se mantengan, volátiles. Pero hay algo más: dar un marco de política macroeconó­mica por tres años”, dice.

Se refiere a algunas pautas que segurament­e estarán escritas en el acuerdo.

Por ejemplo, asegurar que el BCRA no financie al Tesoro y que mantenga su independen­cia, tener metas de déficit fiscal que estén controlada­s por un tercero y de inflación más cercanas a la realidad.

Para retomar la pregunta inicial, pues entonces el acuerdo con el Fondo sería un reaseguro para que el mundo inversor y el financiero recobren la confianza en la Argentina.

Los primeros vendrán en busca de oportunida­des en la economía real y los segundos volverán a prestar a tasas razonables. Ambos, a su manera, ingresarán dólares para financiar el crecimient­o.

Hasta allí el cuento de hadas con Christine Lagarde (directora ejecutiva de la entidad) y sus dólares frescos. “Hasta que se recupere la confianza, la crisis se pagará con crecimient­o”, dice Secco. Kiguel opina lo mismo. “Si se despejan las dudas, el dinero vendrá. La pregunta es cuánto tiempo pasará y cuál será el impacto en la economía real”, resume.

Y entonces sí se podría empezar a concluir: el Gobierno compró un bono de confianza y, básicament­e, lo pagó con costo político.

Finalmente, los mercados son como ese distante oficial de migracione­s que cuando un extranjero entra a su país le pregunta si tiene dinero. Más aún, a veces le pide que se lo muestre.

Visto y contado, lo dejará pasar. Y será responsabi­lidad del viajero pasear o intentar quedarse a vivir allí. El FMI puso el dinero en la billetera de la Argentina para que el mundo le deje abierta la puerta.

Pero no podrá establecer­se sin papeles. Tiene cosas por hacer y el prestamist­a lo sabe.

Lo que el FMI exige no es cambiar de vereda, sino caminar más rápido por la misma

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