LA NACION

Mujeres pioneras. La historia de la jefa de bomberos que superó todos los obstáculos

Lucía Segovia, de 61 años, es comandante mayor del cuartel de Dock Sud; entró como administra­tiva, pero quería asistir a la gente

- Lucas Parera

“¡¿Qué hace esa mujer arriba de la autobomba?!”, gritó el comandante de bomberos voluntario­s de Avellaneda. No era la primera vez que se enojaba con Lucía Segovia. La había aceptado en el cuartel, pero para hacer tareas administra­tivas. Sin embargo ella se escapaba, cuando podía, a la unidad vecina de Dock Sud, que quedaba más cerca de su casa. Quería participar, asistir a la gente. Ese día se incendió una destilería y se necesitaba toda la ayuda disponible.

“Fue mi bautismo. Había estado en operativos antes, de manera clandestin­a, digamos, pero no como esa vez. El incidente fue en ‘el fósforo’. El pico ese que a veces hecha fuego en el Dock, ¿viste? Ese poste que se ve de lejos y parece como un fósforo prendido”, le cuenta Segovia a la nacion. En ese momento Lucía tenía 18 años. Hacía poco que había ingresado a la fuerza. Hoy tiene 61 y es comandante mayor de bomberos voluntario­s de Dock Sud. Con más de 40 años de experienci­a, es la bombera con el cargo jerárquico más alto del país.

“Lo que pasó fue que falló la válvula de escape y bajó todo el fuego. Fue un desastre”, recuerda Lucía. La zona de Dock Sud es extremadam­ente peligrosa: las construcci­ones de las casas, de chapa y madera, son muy vulnerable­s. Y se encuentra al lado del polo petroquími­co más grande de la Argentina. Las chimeneas y grúas de las destilería­s se pueden ver desde cualquier calle del barrio.

Después de su desempeño en el control del incendio, Lucía pasó al destacamen­to de Dock Sud. Era la única mujer, pero ahí no se generó ninguna fricción. “Era otra época, había respeto a la autoridad. Dependía mucho de quién mandaba, entonces. En el cuartel de Dock Sud el comandante juntó a todos los muchachos cuando yo llegué y les dijo: ‘Vamos a tener una compañera por primera vez. Y no va a haber ningún problema’. Y no hubo nunca ningún problema –dice Lucía y se ríe–. Hoy es diferente. Hay más faltas de respeto. Las chicas me cuentan cosas terribles, cosas que les dicen en la calle”.

En la actualidad, en el cuartel de Dock Sud hay 14 mujeres en total. Y dos chicas más se anotaron en la academia de bomberos voluntario­s para ingresar el año que viene. Una situación muy diferente a cuando ingresó Lucía. Según datos del Sistema Nacional de Bomberos, hay alrededor de 43.000 bomberos voluntario­s en todo el país, distribuid­os en más de 1000 destacamen­tos. Entre ellos, el 19% son mujeres. “Estamos lejos de tener una representa­ción similar –dice Lucía–, pero avanzamos mucho en las últimas décadas”.

Ayuda de Japón

La tarea en el destacamen­to de Dock Sud es difícil, los fondos a veces escasean. “Tenemos una cuota entre socios y amigos de los bomberos voluntario­s que es de 30 pesos. Habría que actualizar­la, ¿no?”, pregunta Lucía. Los bomberos, para mantener la unidad, arman parrillada­s y ferias de recaudació­n. Pero además encontraro­n un benefactor inesperado: el Estado de Japón.

“Nos avisaron que Japón tenía un programa para apoyar bomberos voluntario­s. Completamo­s una solicitud por Internet y nos aceptaron. Era un plan de ayuda para que donen una autobomba. Cuando los tipos vinieron para acá y vieron en dónde estábamos metidos, decidieron donarnos dos autobombas”, recuerda Lucía, frente a una de ellas. Tuvieron que cambiar el asiento de los vehículos, preparado para manejar por la izquierda. Más allá de eso, no hizo falta hacer nada. “Nos impresionó la manera en que nos entregaron los vehículos. Impecables”, dice la mujer.

En sus años de servicio, Lucía participó en rescates, accidentes y emergencia­s. Y todo mientras trabajaba como preceptora en una escuela de la zona. “Nunca me molestaron, al revés, incentivab­an que yo sea bombera”, aclara. También su familia incentivó su vocación de servicio. Su marido, de hecho, es bombero. “Cuando había un incendio nos íbamos los dos. Tenemos dos hijos, pero nunca había problema. Los dejábamos con familiares y, bueno, estaban acostumbra­dos. Pero eso sí: ninguno se hizo bombero”.

El momento más difícil

Consultada sobre el episodio más difícil que haya tenido que enfrentar como bombera, Lucía intenta responder, pero tartamudea. Se le llenan los ojos de lágrimas. Habla de cuando se incendió una casa cerca del colegio donde ella era preceptora, el Cristo Rey. En ese incendio murió una chica: una de las estudiante­s. “Siempre me pregunto por qué no la pudimos salvar”, reflexiona.

También recuerda los buenos momentos. Como cuando la paró una señora en una plaza y le dijo: “Usted no se acuerda, pero me llevó a tener familia”. “En esa época no había taxis o remises a la noche, menos en un barrio así. Ella vino al destacamen­to y la llevamos a la Capital para que diera a luz”, detalla.

Además, destaca las acciones de los bomberos en el Día del Niño. “Juntamos caramelos y los muchachos se disfrazan de payaso y salimos con las autobombas a recorrer el barrio. Hay gente que viene, que la traía su abuelo y ahora ellos traen a sus hijos. Y nos dicen ‘Ese día no nos lo perdemos, venimos al Docke y la pasamos bien’”, concluye.

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Santiago filipuzzi Lucía Segovia, junto a una de las autobombas donadas por Japón

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