LA NACION

Una vida de bajo perfil entre la psicología, la realeza y la música

Fue la gran protegida de Máxima y la madrina de su hija menor; trabajaba en el gobierno nacional

- Evangelina Himitian

Las celebracio­nes previas a la boda real comenzaron con un almuerzo en el palacio Huis Ten Bosch. Por orden de la reina Beatrix, nadie podía vestir de negro. Unos días antes había llegado Inés Zorreguiet­a, la hermana menor de Máxima, que entonces tenía 16 años. Su look dark alertó a algunos consejeros de la corona, que intentaron advertirle a la entonces futura reina. Pero Máxima no lo permitió. Amable, les dijo que no se metieran con su hermana.

Inés era la menor de siete hermanos: María, Ángeles y Dolores –hijas del primer matrimonio de Jorge Zorreguiet­a con Marta López Gil–, y Máxima, Martín, Juan e Inés, de su relación con María del Carmen Cerruti. Era la protegida de Máxima, con quien se llevaba 13 años de diferencia. “Estamos todos conmociona­dos. Inés era una lucecita”, confió una persona de su entorno familiar ante la noticia de su muerte.

Nació el 4 de diciembre de 1984 y había sufrido el mal que hostigó a varias de las Zorreguiet­a a lo largo de su vida: la obsesión por el peso. Con matices que van de los vaivenes en la balanza al hostigamie­nto social por la apariencia, y llegan hasta los trastornos alimentari­os como la anorexia y la bulimia.

Inés creció en una familia de la alta sociedad, que atravesó problemas económicos, pero que recuperó protagonis­mo cuando Máxima se puso de novia y se casó con el príncipe holandés. Para Inés, semejante giro, en plena adolescenc­ia, no fue sencillo de elaborar.

Cuando terminó la secundaria en la escuela Palermo Chico, empezó a estudiar psicología en la Universida­d de Belgrano. Se graduó en 2010, luego de presentar una tesina titulada Las diferencia­s de género y su relación con el suicidio y las conductas vinculadas. Allí escribió sobre el vínculo de esos temas con los trastornos de la alimentaci­ón.

Estos, en su posadolesc­encia, fueron un gran dolor de cabeza para la familia. Sumados a problemas psicológic­os, hicieron que varias veces tuvieran que internarla.

Cuando nació la tercera hija de la pareja real, Máxima le pidió a su hermana menor que fuera la madrina. No solo eso: le puso su

nombre: Ariane Guillermin­a Máxima Inés.

Antes de recibirse como psicóloga, Inés comenzó a trabajar en la Organizaci­ón de las Naciones Unidas. Se mudó tiempo después a Panamá, donde formó pareja y trabajó en áreas de investigac­ión, análisis y recursos humanos. Pero cuando su relación amorosa terminó, volvió a Buenos Aires y se deprimió. Máxima le ofreció que se mudara a Holanda. Pero ella no quiso. En cambio se anotó en una escuela de música y empezó a despuntar su pasión por el canto y la guitarra.

En 2016 fue designada en el Ministerio de Desarrollo Social, a cargo de Carolina Stanley. Su cargo era el de directora de Despacho y Mesa de Entradas de la Dirección General de Administra­ción de la Secretaría Ejecutiva del Consejo Nacional de Coordinaci­ón de Políticas Sociales de la Presidenci­a de la Nación. Vencida esa designació­n, que era solo por seis meses, siguió trabajando en el ministerio.

Hasta el viernes pasado, se presentó a trabajar a las oficinas de Las Cañitas, de la Subsecreta­ria de Integració­n Sociourban­a. Ahora no tenía un cargo específico y había colaborado con el área que tuvo a cargo el relevamien­to de barrios populares.

Sus compañeros de trabajo quedaron consternad­os por la noticia. No había pedido licencia ni parecía deprimida. En el último tiempo, nadie había advertido que este mal silencioso se había apoderado de ella. Tenía 33 años.

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Archivo En 2016, Inés y Máxima luego de una charla en la UCA
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Archivo/aFP

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