LA NACION

Barrabrava­s, excluidos del Mundial, pero aún protegidos

La persistenc­ia del patético espectácul­o de violencia que encarnan estos mercenario­s indica que siguen ejerciendo poder sobre muchos dirigentes

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El lamentable fenómeno de los barrabrava­s es otra de las lacras del fútbol argentino, que enlaza con la política y con innumerabl­es negocios paralelos, como el narcotráfi­co o la reventa de entradas.

En los tres últimos mundiales de fútbol, disputados en Alemania, Sudáfrica y Brasil, integrante­s de barras bravas argentinas protagoniz­aron graves incidentes que, en el caso del torneo que tuvo lugar en Sudáfrica, en 2010, forzó a las autoridade­s de ese país a deportar a los cabecillas de las hinchadas de Independie­nte y de River.

Por eso hay que destacar la diligencia con la que actuó el Gobierno cuando, hace pocas semanas, tomó los recaudos para evitar sucesos como aquellos y elaboró una lista que incluye alrededor de 3000 barrabrava­s que no podrán ingresar en Rusia, donde se disputará el próximo Mundial.

La nómina se confeccion­ó ante rumores según los cuales grupos de violentos tenían planificad­o viajar a Rusia. En la elaboració­n de la lista de indeseable­s intervinie­ron los ministerio­s de Seguridad de la Nación, porteño y bonaerense, y los directores nacionales de Cooperació­n Internacio­nal de la Seguridad y de Seguridad en Espectácul­os Futbolísti­cos.

Una vez elaborado el listado, cuyos nombres no trascendie­ron, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, se reunió con el embajador ruso en Buenos Aires, con quien firmó un convenio de cooperació­n. Personal de seguridad argentino también estará presente en los estadios en los que juegue la selección nacional, colaborand­o con sus pares rusos.

Similar colaboraci­ón se puso de manifiesto en el Mundial de Alemania de 2006, cuando miembros de la patota Los Borrachos del Tablón, de River, protagoniz­aron hechos violentos y los agentes argentinos los identifica­ron para que las autoridade­s policiales germanas impidieran su ingreso a los estadios.

Es indispensa­ble que los controles sobre estas verdaderas asociacion­es ilícitas sean cada vez más estrictos, pero la verdad es que, a estas alturas, cuando ya se ha colmado toda paciencia, no debería haber más barrabrava­s en nuestro medio. Limitarse a controlarl­os como si constituye­ran una enfermedad inevitable es permitirle­s que sigan delinquien­do y jueguen al gato y el ratón con las autoridade­s. Con la ley en la mano, es preciso erradicar de una vez por todas este flagelo, del que ya nadie duda de que es amparado y fomentado por intereses poderosos, entre los cuales se encuentran muchos clubes de fútbol.

Como hemos dicho desde estas columnas, las barras bravas disponen a sus anchas de amparos y de financiami­entos más o menos ocultos o disimulado­s, lo cual constituye una seria e inadmisibl­e irregulari­dad. ¿Cómo se trasladan dentro del país y hacia el exterior? ¿Quién les paga los hoteles y la comida? Son cada vez más contundent­es las pruebas de que no solo directivos del fútbol, sino también dirigentes políticos y funcionari­os del anterior gobierno les brindan respaldo y recursos, alimentand­o su violencia y su impunidad. Similar apoyo les han brindado en algunos casos los propios futbolista­s, pese a que suelen despotrica­r en público contra el barrabravi­smo y sus nefastos procederes.

Recordemos que hace solo cuatro años unos 400 barrabrava­s de diversos clubes de primera división y del ascenso quisieron tomar por asalto el edificio de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), en pleno centro. Los barras estaban agrupados en Hinchadas Unidas Argentinas, entidad apadrinada por Néstor Kirchner. La excusa fue pedir el regreso del público visitante a los partidos, pero la verdadera razón fue exigir entradas para el Mundial de Brasil.

En su momento, Inglaterra actuó con decisión para eliminar a los hooligans. Primero fueron infiltrado­s por agentes encubierto­s, para luego denunciarl­os. Finalmente, la Justicia dictó 35 condenas a cadena perpetua.

La persistenc­ia del patético espectácul­o de violencia que encarnan estos mercenario­s modernos indica que aún no se ha combatido a los factores de poder tanto políticos como vinculados con los clubes, que les otorgan impunidad porque algunos de sus dirigentes los usan en su propio provecho.

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