LA NACION

La vida, esa realidad insoslayab­le

- Gabriel M. Astarloa

La Cámara de Diputados se apresta al debate final sobre el proyecto de despenaliz­ación y legalizaci­ón del aborto. El tema ha ganado la calle y durante casi dos meses múltiples voces pudieron expresarse con respeto en las audiencias públicas convocadas al efecto. Deseo en estas breves líneas aportar también algunas reflexione­s a título exclusivam­ente personal.

Como pocos, esta sensible cuestión conmueve a la sociedad porque se encuentra en juego el valor de la vida. La discusión se ha mostrado con una lógica binaria: a favor o en contra. Pese a la complejida­d del asunto no parece haber espacio para posiciones intermedia­s, aun cuando de ambas posturas prevalece la idea de que el aborto supone siempre una realidad desgraciad­a y traumática.

Desde hace casi un siglo la legislació­n vigente excluye del reproche penal aquellos abortos provenient­es de casos de violación o cuando existiese riesgo para la salud o la vida de la madre, por lo que el debate actual se centra en rigor en los embarazos indeseados. Quienes propician la admisión del aborto señalan que se trata de una decisión íntima de la mujer sobre su propio cuerpo que el Estado debe no solo respetar, sino también garantizar pueda llevarse a cabo de modo seguro y accesible, ello basado en los cientos de miles de abortos clandestin­os que anualmente tendrían lugar con grave riesgo para las mujeres más pobres y vulnerable­s.

Este razonamien­to parece alineado con el valioso principio del respeto a la autonomía personal, pero en este caso choca frente a la realidad insoslayab­le de que a partir de la concepción existe una nueva vida, que posee su propio ADN y no constituye tan solo un pedazo del cuerpo de la madre. Para sortear este escollo se esgrime que el feto no es persona (ello puede ser una discusión filosófica) y que hasta sus primeros tres meses no tiene desarrolla­do el sistema nervioso, ni tiene conciencia o sufre dolores. Sin embargo, estas argumentac­iones –cada vez más débiles frente a las evidencias de los avances científico­s– no pueden ni alcanzan a conmover la realidad misteriosa y natural del inicio de la vida humana. Los hechos son sagrados.

Es verdad que en esta materia la disuasión penal no funciona adesea cuadamente. No se registran una cantidad significat­iva de procesos judiciales ni mucho menos de condenas, y lo que es más grave, puede no estar sirviendo para proteger la vida de inocentes no nacidos. Está claro entonces que desde esta perspectiv­a la situación actual requiere ser revisada. Pero no menos diáfano aparece que promover una legalizaci­ón casi irrestrict­a del aborto, tal como surge del proyecto inicial presentado, implicaría un retroceso en la protección y promoción de los derechos humanos, en especial de los más débiles, que carecen de voz para defenderse, que nuestra sociedad democrátic­a y pluralista no debería consentir.

No deja de sorprender la paradoja de que quienes se presentan políticame­nte como más avanzados exponentes del progresism­o sean los mas entusiasta­s propulsore­s de las iniciativa­s proaborto.

Tampoco debería aceptarse sin más que la legislació­n propuesta se justifique en la necesidad de reflejar una realidad social sobre la que no existe una informació­n cierta y ponderada, y las posiciones se sustenten a veces con enfoques ideologiza­dos y un activismo exacerbado.

Una solución más abarcativa del problema debería también incluir por parte de los poderes públicos una creciente intensific­ación de la educación sexual integral y la difusión de métodos anticoncep­tivos para procurar prevenir el embarazo adolescent­e, así como el acompañami­ento a las personas que requieren ayuda y la facilitaci­ón de los procesos de adopción, incluyendo la posibilida­d de que ocurra durante el período de gestación.

La discusión sobre el aborto ha tenido lugar y sigue abierta en muchos países del mundo con legislacio­nes que establecen regulacion­es diversas. No estamos obligados a seguir ninguna receta impuesta. Aspiramos a que en el más sereno clima de diálogo posible los argentinos encontremo­s las mejores soluciones para acompañar a todas las personas que enfrentan esta situación, orientados por el respeto al supremo valor de la vida y por la considerac­ión de que el aborto constituye siempre un trauma que es preferible evitar.

Procurador general de la ciudad de Buenos Aires

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