LA NACION

La mentira de la “ley Banelco”

- Eduardo de la Rúa

Al referirse al proyecto laboral del Gobierno, Pablo Moyano dijo que se trata de “otra Banelco” (la nacion, 22 de noviembre de 2017) y con esa sola frase congeló la discusión actual en el Senado. Es que hay una creencia generaliza­da en que hubo coimas en el Senado para aprobar la ley laboral en el año 2000.

Pero ¿fue cierto? ¿o se trata de una posverdad, en la que los hechos no importan, sino las creencias y las emociones? Veamos los hechos: El proyecto de reforma laboral del gobierno de la Alianza estaba orientado a promover el empleo, pero había dos disposicio­nes que horadaban el poder de los sindicatos: la prevalenci­a de los convenios colectivos de menor nivel (el de empresas) y el fin de la ultraactiv­idad de los convenios de 1975.

La CGT y los diputados del PJ negociaron mucho y obtuvieron importante­s concesione­s. Ello facilitó su aprobación en Diputados. El proyecto pasó al Senado. Los justiciali­stas eran mayoría. Argumentab­an que se podrían bajar los salarios, que era una exigencia del FMI. Meras chicanas. Pero los gobernador­es apoyaban la reforma para salir del desempleo heredado y también la apoyaban Menem y Duhalde, por lo que la ley se aprobó. Pero un senador peronista dijo que tenía sospechas de que habían existido sobornos en el Senado. Apareció un anónimo. Creció el escándalo. Se debilitó mucho el gobierno, que cayó luego por la tormenta económica y política perfecta que le tocó enfrentar.

Durante la gestión de Duhalde la ley no se tocó. Luego llegó Kirchner, y entonces apareció Pontaquart­o. Su relato parecía verdad y fue creído por todos. Nadie reparó en que cobró por su declaració­n (la nacion, 30 de enero de 2004). Solo trece años después se comprobó que Pontaquart­o mentía. Que era un embaucador. No lo dijo ninguno de los procesados, sino el Tribunal oral Federal Nº 3 en el juicio en el que se analizaron todas las pruebas y se escuchó a más de 300 testigos.

Dijo el fallo: “La prueba producida en el debate y las demás constancia­s del proceso permitiero­n acreditar sin lugar a dudas que los hechos imputados a lo largo de este proceso… no existieron”. Y añadió: “La única fuente de esta disparatad­a versión, construida sobre la base de un anónimo difamatori­o que circuló en el Senado… y que el exvicepres­idente Carlos Alberto Álvarez difundió en una reunión de autoridade­s del bloque son los inconsiste­ntes y auto contradict­orios dichos de Mario Luis Pontaquart­o, que no resisten el cedazo de la sana crítica racional, ni de la prueba”.

Sostuvo además que quedó demostrada la arbitrarie­dad del juez Daniel Rafecas al elevar la causa a juicio y criticó por deficiente la actuación de los fiscales Federico Delgado y Eduardo Freiler (recienteme­nte destituido).

El tribunal afirmó que resultó “por demás oscuro el modo en que llegó Mario Pontaquart­o a declarar a los tribunales”, ya que se reunió primero con Aníbal Ibarra y Daniel Bravo (sospechado­s de falso testimonio) y luego con el entonces jefe de Gabinete Alberto Fernández y con Hugo Wortman Jofré (después abogado de Pontaquart­o). Luego de esa reunión, Fernández dijo a la prensa que había sido “un día de gloria” (la nacion, 13 de febrero de 2003).

Ahora bien, ¿por qué luego de un fallo unánime de un tribunal cuya seriedad e independen­cia son indiscutib­les (confirmado en 2015) todavía se le sigue creyendo a Pontaquart­o y se sigue hablando de la “ley Banelco”?

Es gravísimo, porque el mandato constituci­onal de afianzar la justicia se convierte en pura retórica, y además porque algunos usan las mentiras para defender sus privilegio­s.

Abogado

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