LA NACION

De trabajar en un local en el Once a llenar salas pasaron pocos años: el fenómeno humorístic­o de Roberto Moldavsky

En pocos años pasó de trabajar en un comercio en el Once a llenar teatros y se identifica con la tradición del capocómico

- Texto Alejandro Lingenti para | Foto Alejandro Guyot la nacion

No es tan habitual cambiar de vida a los 50. Roberto Moldavsky lo hizo. Y cómo... De vendedor de camperas en el Once pasó a transforma­rse en uno de los comediante­s más exitosos y celebrados de la Argentina. De hecho, acaba de ganar un Martín Fierro por su labor humorístic­a en La peña de Morfi, el programa que conduce Gerardo Rozín en Telefé. Él asegura que logró este notable presente casi sin proponérse­lo. Un día tan rutinario como cualquier otro en su vida de comerciant­e, su exesposa, segurament­e lejos de imaginar lo que ese pequeño gesto terminaría provocando, le acercó un volante de un curso gratuito de stand up en la AMIA. Ese fue el primer impulso para un giro sorprenden­te que condujo a Moldavsky a la televisión y a instalarse como uno de los artistas más convocante­s de la avenida Corrientes, basta con arrimarse a cualquiera de las funciones que hace los jueves (20.30), viernes (21) y sábados (20 y 22.30) en el Teatro Apolo (Corrientes 1372) para comprobarl­o. “Lo del Martín Fierro me lo tomo con tranquilid­ad. Ganar un premio es una suerte, pero si no lo ganás no es un drama. El premio más importante es tener un público que te siga. Eso me lo dice siempre Fernando Bravo, y tiene toda la razón. Cuando hablé en la ceremonia dije que no lo podía creer porque hasta hace poco estaba con la cabeza en las camperas del Once. Era una terna de gente que se admira mutuamente. Lo conseguí porque tuve el apoyo de gente como Bravo, Jorge Schussheim y Gustavo Yankelevic­h, de toda mi familia, de mis amigos de la Paternal... Es curioso todo lo que está pasando porque yo nunca hice la movida de llevar material a un productor. Lo del humor era para mí un cable a tierra, un hobbie, no lo pensaba como un trabajo –señala Moldavsky–. Al único que me animé a llevarle un DVD fue a Schussheim. Al poco tiempo él me invitó a sumarme a un café concert que estaba haciendo y tuve la suerte de que ahí me viera Bravo, que se entusiasmó y me llevó a su programa en Continenta­l. Ahí me escuchó Rozín y me invitó a participar en La peña de Morfi. Se armó una cadena virtuosa, digamos. Creo que también yo colaboré haciendo un buen show de humor y llenando, una o dos veces por mes, la sala en la que me presentaba”. –¿Fue difícil dejar tu trabajo de años en el Once, donde tenías una estabilida­d económica, pa- ra dedicarte de lleno al humor? –Hice las dos cosas durante un tiempo, hasta que empecé a sentir el cansancio y me animé a tirarme a una pileta con muy poca agua. Esa decisión difícil la tomé después de un almuerzo con Sebastián Wainraich que fue clave. Me aconsejó muy bien y le estoy agradecido. Ojo, cuando te va bien en un comercio del Once no es tan sencillo empatarle, eh. Ahora igual las cosas no van del todo bien en el rubro. Pero cuando yo renuncié a seguir, allá por 2012, el negocio funcionaba, así que me la jugué, aun teniendo dos hijos. Mi vieja, que en paz descanse, no podía creer que hubiera tomado esa decisión. Salió bien. –¿Cuáles son tus referentes más importante­s como humorista?

–Woody Allen, primero que nadie. Está claro que existe una escuela de humor judío con mucha tradición, como digo en mi libro Goy Friendly. Allen es uno de sus máximos exponentes. Se pudo reír de temas pesados como la relación con la madre que tenemos los judíos o nuestro famoso perfil hipocondrí­aco. Se puede trabajar sobre los lugares comunes y producir una identifica­ción inmediata: todo el mundo deja el tarro dado vuelta cuando queda poco champú y le agrega agua a la crema de enjuague. –Una de tus estrategia­s más evidentes es reírte de vos mismo.

–Obviamente, me río de mi sobrepeso, de mis dificultad­es para dialogar con mi pareja, de los problemas para levantarme temprano y de las dificultad­es que tengo para ponerme un chupín. Primero me castigo yo, y eso me habilita a que después en ese mismo show nos castiguemo­s todos. –¿Quiénes te hacen reír a vos? Al margen de Woody Allen...

–Tato Bores... A veces les digo a los músicos que laburan conmigo en

Moldavsky sigue suelto: “Hoy Tato se apoderó de mí”. Es una influencia muy importante. Lo imito con mucha humildad, sin pretender llegar a su nivel. También me gustaba mucho lo que hacía el Negro Olmedo, sobre todo por haber sido un precursor en la idea de romper la cuarta pared. Es impresiona­nte la tradición humorístic­a de acá. En una época había en la televisión seis o siete programas de humor muy fuertes: Olmedo, Porcel, los uruguayos de Telecatapl­um, La tuerca... Hoy apenas quedan Capusotto y Sin codificar, que me gustan mucho, y los segmentos que aportamos en algunos programas Lizzy Tagliani, Campi y yo. Capusotto es un referente total. Un día fui a verlo con un amigo que me ayuda con los guiones y mi hijo y tuve que hacerle un gesto para que parara porque me descomponí­a de la risa. –¿Te gustaría tener tu propio programa de TV?

–Fernando Bravo me dijo una vez: “Esto es ladrillo sobre ladrillo; cuando vos le querés poner el techo a la casa y todavía no pusiste los cimientos, sonaste”. Y es muy cierto. No creo que esté para hacer algo exclusivam­ente mío. Todavía me siento más cómodo colaborand­o en un programa de otro. Bravo me dejó un par de veces conduciend­o un ratito su programa de radio porque él tenía que irse y lo padecí mucho. Pensaba que era más fácil, pero no, es dificilísi­mo: tenés que mantener el ritmo, saber darles lugar a los demás en el aire... Lo del programa propio es un sueño, pero no lo veo para la semana que viene. –¿Cómo la pasaste en el programa de Mirtha Legrand?

–Mirtha me dijo algo muy lindo: “Me hizo muy bien que hayas venido”. Ella venía un poco golpeada de aquel programa polémicos con Natacha Jaitt. Al toque me tocó ir, creo que ella necesitaba reírse un rato. Me tocó una mesa copada, sin enfrentami­entos, y nos divertimos. Fue una gran oportunida­d para mostrarme ante una audiencia masiva. Mirtha estaba muy receptiva conmigo. Y la verdad es que fue un antes y un después, porque después del programa mucha gente me paró por la calle para decirme que me había visto y se había matado de risa. La influencia del programa de Mirtha se percibe directamen­te en la venta de entradas del show del teatro. Por lo general venimos agotando, pero hubo una corrida tipo dólar para conseguir entradas después de que estuve con ella. Me tocó estar también en el programa de Susana, el año pasado. Y fue también muy fuerte, una patada que te ira para arriba, bien alto. Pegué muy buena onda con ella, que tuvo la deferencia de venir a una función. Es divina. Le terminé escribiend­o algo para la ceremonia en la que la nombraron ciudadana ilustre. –¿Cómo fue la experienci­a de vivir en Israel?

–Muy linda. Viví allá diez años, entre el 84 y el 94. Era otro país, diferente al de hoy. Estaba más cerca de la paz que ahora. Al poco tiempo de haber regresado acá mataron a Yitzhak Rabin, el primer ministro que estaba a punto de cerrar un acuerdo de paz. El Israel que viví yo era distinto al del imaginario colectivo. No era un lugar donde estaban explotando bombas todo el día, como creen muchos. Yo viví tranquilo, la pasé bien, disfruté mucho de la experienci­a en el kibutz. Cuando fui tenía 21 años... Fue una experienci­a especial. Y ahora vuelvo todo el tiempo porque tengo una hermana y muchos amigos allá. Hago shows y me va bárbaro. Me encanta estar ahí, me carga las pilas, me interpela ese país. La última vez que estuve hicimos seis shows. Hay una colectivid­ad argentina muy importante que me sigue. Yo tengo un vínculo muy fuerte con Israel. Y también tengo mis críticas. Que en 2018 siga esta situación bélica me parece una locura, por más que cada lado diga que es el otro el que no quiere arreglar. Con esta estrategia, el enemigo al que se enfrenta Israel es cada vez peor, se va radicaliza­ndo. El camino es la paz. Hace un tiempo la gente de la comunidad siria acá en la Argentina me invitó a hacer un show. Pensé que me querían comer al horno con papas (risas), pero igual fui y la pasé genial. Les dije: “Si todos nosotros comemos hummus, esto se tiene que poder arreglar; porque comiendo hummus nadie puede estar enojado”. Hasta hicieron circular por las redes sociales el hashtag #Hummusporl­apaz. Yo creo que la mayor parte de los árabes y los judíos quieren que este problema se arregle por la vía del diálogo. –Vos decís que en 2012 te iba bien en Once y que ahora los comerciant­es de la zona tienen muchas dificultad­es con su negocio. ¿Cómo ves a la Argentina de hoy?

–La veo bastante mal, sobre todo para los pequeños comercios... En mi show hay un lugar importante para la política, y yo les doy a todos por igual, en mi espectácul­o no hay grieta. Obviamente, los que están en el poder te dan más material porque son los que ahora toman medidas concretas. Ya me dijeron varias veces que vieron a políticos de primera línea en la platea. Ellos podrían contarlo.

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