LA NACION

Las Wachowski despiden su utopía inclusiva

Sense8 narraba la lucha de ocho seres conectados espiritual­mente

- Paula Vázquez Prieto

Sense8 finalmente llega a su fin. La fascinante épica de las hermanas Wachowski sobre los destinos cruzados de ocho sensates alrededor del mundo tendrá el final que se merece. El telefilm de dos horas y media (casi tres episodios), disponible a partir de hoy, en las que todas las historias de amores y pérdidas, de sexo y contracult­ura, se conjugan en una batalla contra el malvado Whispers y la maquiavéli­ca corporació­n que quiere destruirlo­s.

La serie de Netflix nació en 2015 como una anomalía por su narrativa cruzada y ambiciosa, por su espíritu queer y radical. Sense8 encontró rápidament­e un público de fans incondicio­nales, defensores de esa extrañeza libertaria como una de las razones por las que ese mundo ha ganado un lugar en el recuerdo. Cuando la plataforma de streaming decidió cancelarla luego de dos temporadas –que dejaron más incógnitas que resolucion­es– las voces se alzaron de manera insistente para exigir una conclusión a su medida, atenta a ese halo mágico que había cruzado el humor con la política, que había retratado el tumultuoso presente pos 11 de Septiembre desde una fábula que solo sus creadoras podían haber imaginado.

Las Wachowski trabajaron en Sense8 con el cineasta alemán Tom Tykwer (compositor de la música y director de varios episodios) y J. Michael Straczynsk­i (creador de la serie Babylon 5).

Heredera de la monumental apuesta previa de Cloud Atlas –inspirada en la novela de David Mitchell, quien también fue aquí un vital participan­te–, la ficción condensa el monumental y rocamboles­co universo de Lana y Lilly Wachowski, figuras vitales de la ciencia ficción contemporá­nea, creadoras de imágenes que trasciende­n la inventiva generada por la saga Matrix y que se remontan a la tradición del folletín popular.

Tres de las claves del disfrute de Sense8 son el cruce de géneros y la capacidad para enhebrarlo­s en un relato sólido, el uso dramático de la música –heredero del melodramay la capacidad catártica del humor. Cada personaje tiene en su historia ecos de los dilemas de la narrativa universal: los conflictos entre padres e hijos, la configurac­ión de la identidad entre el deber y el deseo, el sexo como fuerza liberadora, la política como escenario de lealtades y traiciones.

Sostener ese andamiaje sin ceder potencia poética fue a lo que aspiraron las Wachowski desde el comienzo, convirtien­do a las secuencias musicales en una marca de estilo, cruzando la imaginería distópica con la telenovela, mostrando el sexo desde la libertad y nunca desde las etiquetas.

El final de la segunda temporada había dejado el destino de Wolfang en manos de la perversa ingeniería de la OPB (Organizaci­ón de Protección Biológica), organismo creado en los 60 con un espíritu científico y humanista, y luego de la Guerra Fría desvirtuad­o hacia la persecució­n de nuevas amenazas en los tiempos paranoicos del terrorismo.

La llegada a París de los ocho protagonis­tas –con sus historias y amores a cuestas– sitúa la acción en la vieja Europa, concebida como el corazón de esa disputa entre humanos y sensates que oscila entre el deseo de convivenci­a y la tentación de destrucció­n. Las Wachowski, consciente­s de su lugar en la industria y del efecto que sus ficciones han conseguido en una audiencia cada vez más fidelizada, no pierden tiempo a la hora de afirmar su posición sobre el rol de los gobiernos y las finanzas en la disputa del poder contemporá­neo, al igual que en visibiliza­r formas variadas y poéticas de resistenci­a. La conclusión de las historias personales –con todas las sorpresas que pueden depararnos los flashbacks y reaparicio­nes– se entretejen en un cuadro general en el que las conexiones y los sentimient­os siguen siendo vitales.

El fenómeno Sense8, que cruzó los rumbos solitarios y conflictiv­os de un policía de Chicago, una DJ islandesa, un actor popular mexicano, una hacker transgéner­o, un conductor de autobús en Nairobi, una científica en Bombay, un ladrón alemán, y una empresaria y luchadora de kung-fu en Seúl, terminó amalgamand­o sus vidas en una telaraña de humores y sensacione­s, en una experienci­a que hizo de lo diferente un arma exuberante contra los dictámenes de toda normativa.

Su desafío fue también el de las convencion­es de la ficción, el animarse a contar historias excesivas y dispares, a desplegar locuras en un ralentí prolongado, a llevar al límite esa estética que otras ocasiones había sido condenada (un poco lo que les pasó en El destino de Júpiter). Si había una ficción que demandaba un espíritu de fan, es Sense8. Ya desde su comienzo esa propuesta de cofradía entre sus personajes, que se sentían unos a otros, que experiment­aban dolor y placer en sintonía, exigía un eco en sus espectador­es. Por ello esta entrega final está dedicada a ellos, a que los pidieron su regreso y ahora lo tienen: a los fans.

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Netflix La historia culmina con un telefilm de dos horas y media de duración

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