LA NACION

Enseñar a leer es enseñar a escribir

- Maximilian­o Tomas Periodista y crítico literario

Elegir un taller literario es lo más parecido a buscar una terapia psicoanalí­tica: uno debe conocer previament­e el trabajo del docente, estar interesado en su manera de pensar y ver el mundo, y luego todo dependerá de que haya o no transferen­cia. Porque a escribir se aprende de chico, en casa o en la escuela (escribir literatura es otra cosa), pero no en un taller. En el espacio grupal de un taller se debe enseñar a escuchar, a juzgar, a corregir, a desarrolla­r cierta sensibilid­ad estética, a empatizar con el otro y, sobre todo, a leer.

Fui a un solo taller en mi vida, apenas por un año y medio. Pero esas horas compartida­s con mis compañeros, escuchando atentament­e a Abelardo Castillo, hicieron de mí otra persona, porque lo que cambió de manera radical fue mi forma de leer. Despertó mi interés en autores y literatura­s que desconocía, limó mi vanidad, desarrolló mi capacidad de escucha y, fundamenta­lmente, perdí la ingenuidad: para escribir primero había que leer, y había que leer todo lo que se pudiera. Es el único consejo verdadero que puedo darles, casi veinte años después, a mis propios alumnos.

Castillo era, además de un autor de novelas y cuentos extraordin­ario, un gran lector. La interminab­le lista de lecturas que distribuía a los aspirantes a su taller es mítica: sus exalumnos guardan aquella copia como memorabili­a de su educación intelectua­l. Suscribía con el ejemplo la célebre afirmación de Borges: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullec­en las que he leído”. Enseñar a leer es la mejor manera de enseñar a escribir. ¿Qué más podría desear cualquier aspirante a escritor?

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