La justificada advertencia de un lúcido Tony Judt
En 1995, el historiador británico Tony Judt advirtió algunos de los peligros que se asomaban en Europa. The New York Review
of Books lo había convocado a dictar un seminario sobre la historia del europeísmo, ese sentimiento de pertenencia común que, sin embargo, siempre constituyó una ilusión en un sentido doble: por una parte, expresaba la posibilidad de ilusionarse con el futuro compartido pero, por otra, tenía características ilusorias. no es casual que Judt publicara sus conferencias bajo el título “Europa: una gran ilusión”.
Judt, un socialdemócrata que combinaba bien optimismo y escepticismo, dijo entonces: “Si recurrimos a la Unión Europea como una solución cajón de sastre, recitando ‘Europa’ como un mantra, y agitando la bandera de ‘Europa’ en la cara de los heréticos ‘nacionalistas’ recalcitrantes, nos podríamos despertar un día y ver que, lejos de resolver los problemas de nuestro continente, el mito de ‘Europa’ se ha convertido en un obstáculo para reconocerlos. […] Hay cierta ventaja autocumplida al hablar de Europa como si ya existiera en un cierto sentido más fuerte y colectivo. Pero hay algunas cosas que no puede hacer, algunos problemas que no puede abordar. ‘Europa’ es más que una noción geográfica pero menos que una respuesta”.
Darle cuerpo a la idea de Europa tomando en cuenta las realidades particulares es, quizás, la mejor forma de transformar el concepto en una verdadera solución. Frente a los que explotan el odio y a los que desprecian la “gran política”, cabe un cosmopolitismo abierto al futuro que contenga, como principio básico, nuevas formas de cohesión social y solidaridad para un mundo que no volverá a ser el del pasado. aunque los agoreros del odio y de los gritos lo rechacen, no parece imposible conseguirlo.