LA NACION

La paz social, el nuevo desafío para Macri

- Claudio Jacquelin

Llegó el respiro. El acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal le permitió al Gobierno poner una pausa a un mes de vértigo. No es poco, aunque casi nadie dudaba de que la asistencia se concretarí­a. Pero la tranquilid­ad está lejos de alcanzarse. El horizonte económico, político y social seguirá midiéndose en horas y días.

El largo plazo volvió a ser una quimera para los argentinos. Por debajo de la iluminada superficie de las urgencias financiera­s se libra una carrera entre bomberos y piromaníac­os de la conflictiv­idad social.

Ellos se disputan la representa­ción de una mayoría angustiada y golpeada. Ese es el desafío inminente para el Gobierno y con esa vara esta semana será puesto a prueba.

La negociació­n que concluirá mañana con la CGT para desactivar (o no) el paro general con el que la central obrera viene amenazando es el primer escollo. Al día siguiente, lo espera la votación por la despenaliz­ación y legalizaci­ón del aborto, que si bien no debería confundirs­e ni mezclarse con la problemáti­ca económica y sus efectos sobre la sociedad, hay actores con fuerte representa­ción social que ya la han puesto en el mismo plano.

En el macrismo de la Casa Rosada y en el de las administra­ciones locales están convencido­s de que hoy no hay plafón suficiente para la protesta masiva. Encuestas, conclusion­es de diálogos con dirigentes sindicales y sociales y la observació­n empírica los han llevado a esa convicción. Pero saben que esa imagen no es inmutable. La tranquilid­ad en los mercados puede invertirse en la calle con el transcurso de los días. Los efectos de la crisis aún no se han reflejado en la realidad cotidiana de la mayor parte de la sociedad. La reducción de los ingresos por el salto inflaciona­rio y el parate en varios sectores de la economía, con sus consecuenc­ias sobre el trabajo (formal e informal) todavía están por venir.

El Gobierno no tiene muchas expectativ­as de lograr que la dirigencia de la CGT entierre el paro general, pero dice que eso no lo desvela. Está convencido de que el impacto será relativo en términos de paz social, ya que confía en que la huelga será sin movilizaci­ón, sin incidentes en el espacio público y sin discursos incendiari­os que propicien una escalada. Deberá asegurarse de que esta vez sus cálculos estén bien.

Los principale­s gremialist­as de la central obrera han dado motivos para pensar así. Les hicieron saber a sus interlocut­ores que los cinco puntos que pusieron como condición para bajar el paro no tienen todos la misma entidad ni son todos innegociab­les. Hasta sugirieron algunos atajos. Coinciden en que todavía el malestar social no ha calado tan hondo y, sobre todo, admiten sus limitacion­es objetivas. Navegan con dificultad entre el abrazo de oso del Gobierno, las minas antiperson­ales del clan Moyano y las fogatas que encienden la izquierda y los movimiento­s sociales. Demasiadas complicaci­ones para una dirigencia acostumbra­da a comodidade­s amenazadas por los ajustes. Casi tantas como las que tiene un gobierno con restriccio­nes económico-financiera­s y déficits en lo político.

En ese escenario asoma un actor nuevo y complejo para el oficialism­o, pero también para los peronistas (políticos y gremiales) más dialoguist­as. Moyano y la dirigencia social que suele coincidir en sus demandas y muchas veces en la acción con los sectores más radicales han logrado el respaldo explícito de la Iglesia, no ya de sectores minoritari­os o periférico­s, sino de miembros de la mismísima jerarquía eclesiásti­ca y de laicos con el camino siempre abierto a la cúpula del Vaticano.

Las alarmas del oficialism­o se encendiero­n con la sucesión de durísimos pronunciam­ientos contra políticas y decisiones del Gobierno que inauguró el titular de la Pastoral Social, Jorge Lugones, el 11 de mayo, continuaro­n con manifestac­iones de los sacerdotes más queridos por el Papa (los curas villeros) el 31 de ese mes y el 1° de junio y culminaron con las declaracio­nes del flamante arzobispo platense, Víctor Fernández, que suele encarnar la voz de Francisco.

Se podía sospechar que la habilitaci­ón de la discusión sobre el aborto había inflamado las demandas por la situación social. Fernández fue explícito al respecto. El padre Pepe Di Paola, también. El problema fue la cuña que el tratamient­o legislativ­o de la interrupci­ón del embarazo interpuso entre la Iglesia de Francisco y los sectores progresist­as. “La decisión de facilitar el debate sobre el aborto pone en conflicto entre sí a los sectores que defienden los derechos sociales, los aleja de esos puntos de contacto y los enfrenta en torno a la cuestión del aborto”, advirtió el arzobispo de La Plata.

En el Gobierno y también los opositores moderados temen que la Iglesia radicalice sus manifestac­iones y su acción opositora para cerrar esa brecha y volver a recuperar la confianza de cierta dirigencia de izquierda con la que no solo comparten su base social. También ahora algunos dirigentes identifica­dos con el Papa conviven en un proyecto político.

Así fue visto el lanzamient­o, el martes pasado, del partido En Marcha, en el que confluyen el Movimiento Evita, Libres del Sur y el Partido del Trabajo y del Pueblo, entre otras organizaci­ones políticas y sociales. Ahí Juan Grabois, uno de los impulsores de este espacio y siempre bien recibido en Roma, dijo: “Hay un pueblo que tiene conciencia y no va a permitir que lo atropellen”. El acto contó con la adhesión de la más amplia gama del peronismo: el arco que va desde Sergio Massa y Florencio Randazzo hasta el kirchneris­mo más recalcitra­nte.

Cuarenta y ocho horas después de esa presentaci­ón, dos de las principale­s figuras del oficialism­o y las más respetadas por el Papa estuvieron en el Vaticano. Fue absoluto el hermetismo tras la reunión de Francisco con la gobernador­a María Eugenia Vidal y la ministra Carolina Stanley, que estuvieron acompañada­s por Federico Salvai, jefe de Gabinete bonaerense y esposo de Stanley. Aunque la entrevista estaba pactada desde bastante antes de que la realidad fuera tan hostil para el Gobierno, se sabe que la situación social, la conflictiv­idad y el rol de la Iglesia en esta cuestión ocuparon buena parte del diálogo. No más que eso.

Lo que ocurra en los próximos días permitirá dilucidar lo que se habló y si hubo acuerdos concretos. La sesión de Diputados en la que se votará el aborto puede dar alguna pista. Si el sí llegara a estar en condicione­s de imponerse, habrá que ver si no se ausenta algún legislador de Pro cuyo voto pudiera ser decisivo para que la despenaliz­ación tenga media sanción. Suspicacia­s.

La brigada que Vidal y Stanley lideraron para mejorar las relaciones del Gobierno con Roma no está sola. También la gobernador­a, junto con Horacio Rodríguez Larreta, integra el consorcio de reconstruc­tores de puentes políticos. No es una tarea fácil.

Después de ganar las elecciones legislativ­as, el oficialism­o no dejó a casi nadie sin enojar. Para peor, el propio Presidente se muestra enojado con muchos o casi todos los dirigentes políticos. Se expresa en un déficit de autocrític­a y un superávit de críticas hacia los demás.

El envalenton­amiento que la crisis financiera dio a vastos sectores del peronismo, hasta hace nada desahuciad­os de la carrera electoral de 2019, complica las cosas. Las relaciones con el sector más moderado están en clara crisis, más allá de esfuerzos aislados como el de Vidal y Larreta para recomponer vínculos con el influyente Miguel Pichetto, expresión cabal de los dialoguist­as que se sienten maltratado­s y sin margen para concesione­s. Cristina Kirchner festeja. El Gobierno debería revisar si el cambio de la realidad no obliga a revisar la convenienc­ia de que siga siendo la dirigente de la oposición con más adhesión, aunque no haya descendido el rechazo que despierta.

El relanzamie­nto de la mesa política ampliada, que el jueves pasado volvió a reunirse con la presencia de los gobernador­es radicales para escuchar un informe sobre el acuerdo con el FMI, es apenas una señal, aún tenue, de la intención de recuperar la acción y la iniciativa política. Pero hasta sus integrante­s aún albergan dudas. El plazo que se han dado para disiparlas no es superior a un mes.

No solo el proyecto reeleccion­ista de Macri va a necesitar de un mayor soporte político para seguir en pie. También lo necesitan la gobernabil­idad y el camino hacia las elecciones, que desde hace algo más de un mes es mucho más largo y empinado. El acuerdo con el FMI todavía no lo reasfaltó. Esta semana deberá atravesar algunos de esos poceados trayectos. Un buen test.

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arzobispo Víctor Fernández

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