LA NACION

Dos adversario­s con más similitude­s de lo que parece

- Philip Rucker Traducción de Jaime Arrambide

De un lado, un septuagena­rio presidente norteameri­cano; del otro, un millennial dictador norcoreano. Pero ambos tienen armas nucleares y escarcean con una mezcla de amenazas y homenajes para desequilib­rarse mutuamente. Hombres de pocas pulgas los dos, ambos abrazan el estilo de liderazgo de cortarse solos, son proclives a la grandilocu­encia y están decididos a proyectar una imagen de macho alfa apenas se encuentren.

Ahora que Trump se prepara para la cumbre con Kim Jong-un, se advierten algunas coincidenc­ias con el autoritari­o líder norcoreano: ambos son figuras poco ortodoxas y por momentos temibles, que desconfían del orden mundial establecid­o y que tienen sed de pasar a la historia.

En público, Trump ha etiquetado a Kim como “el hombrecito del cohete” y en privado con sus allegados dice que “es un loquito”. Kim, por su parte, ha dicho que Trump está “chocho y mentalment­e perturbado”, calificati­vos que rondan la senilidad.

Sin embargo, los asesores dicen que Trump considera a Kim un actor racional, y en los últimos días el presidente norteameri­cano le ha regalado varios elogios gratuitos. Trump tiene confianza en poder negociar los términos de un acuerdo que permita que al despedirse, y más allá de las exigencias maximalist­as, ambos sientan que obtuvieron lo que querían: para Trump, una promesa de paz y desnuclear­ización; para Kim, legitimida­d global y prosperida­d económica.

El presidente norteameri­cano confía en su impositiva personalid­ad y en la que considera su singular capacidad para medir y manipular a sus competidor­es. Para Trump, los detalles técnicos de las armas en cuestión son una trivialida­d en comparació­n con la química interperso­nal que siente que podría cimentar con su contrapart­e norcoreana y con la posibilida­d de romper una gruesa barrera geopolític­a.

Para la cabeza de Trump, el tono y la postura son tan importante­s que predijo que sería capaz de determinar “desde el minuto uno” la verdadera disposició­n de Kim a deshacerse de sus armas.

Victor D. Cha –exfunciona­rio de la administra­ción de George W. Bush que negoció con Corea del Norte y cuyo nombre dejó deslizar Trump como potencial embajador en Corea del Sur– dice que la cumbre de Singapur probableme­nte redefinirá la percepción interna que se tiene tanto de Trump como de Kim.

“Kim siente que tiene que probarse a sí mismo todo el tiempo, y en ese sentido hará lo que ningún otro líder norcoreano ha hecho, vale decir, comandar una audiencia con el presidente de Estados Unidos”, dice Cha. “Y para Trump, es la única acción diplomátic­a que está llevando a cabo actualment­e a nivel internacio­nal. Por lo demás, no hace otra cosa que salirse de acuerdos o aplicar sanciones económicas… Esta es la única chance que tiene de delinearse como un estadista”, agrega.

Las conversaci­ones nucleares con Corea del Norte son la prueba definitiva para la visión que tiene Trump de la política exterior, y que implica que él puede lograr lo que ninguno de sus predecesor­es, pura y exclusivam­ente en virtud de su enfoque personalís­imo de la diplomacia. Una fuerza motivadora para Trump es el expresiden­te Barack Obama, que antes de que Trump asumiera le dijo que el mayor desafío geopolític­o que enfrentarí­a en su presidenci­a sería Corea del Norte. Los funcionari­os de la Casa Blanca dicen que el hecho de que Obama haya reconocido la gravedad de la amenaza y no haya podido resolverla no hizo más que potenciar el interés de Trump por encontrar una forma de persuadir a Pyongyang de abandonar su programa nuclear.

“Esto es algo que deberían haber resuelto otros presidente­s”, dijo Trump el jueves junto al premier japonés, Shinzo Abe.

Según los analistas, lo primordial para Kim –heredero de una dinastía comunista que está aislada de las democracia­s del mundo desde hace medio siglo– es garantizar la seguridad de Corea del Norte. Y su garantía de seguridad es justamente el arsenal nuclear que fueron desarrolla­ndo Kim, su padre y su abuelo. Pero Kim también anhela para su país el prestigio y las inversione­s que acompañarí­an una flamante cooperació­n con Estados Unidos.

Por eso es que Kim y sus lugartenie­ntes vienen estudiando de cerca a Trump desde hace meses, como forma de prepararse para la cumbre. Kim tiene alrededor de 30 años (su edad exacta es un secreto de Estado), asumió el cargo de líder supremo en 2011 y ha tenido escaso o nulo contacto con mandatario­s extranjero­s. En los últimos meses, viajó dos veces a China para reunirse con el presidente Xi Jinping, en parte, según los analistas, para informarse de lo que le esperaba en un encuentro cara a cara con Trump.

Daniel Russel, exdiplomát­ico que negoció con los norcoreano­s durante el gobierno de Obama, dice que los altos asesores de Kim tienen un conocimien­to bastante completo de Estados Unidos.

“El equipo de Kim está repleto de veteranos negociador­es con amplia experienci­a con Estados Unidos, y queda más que claro que están investigan­do y estudiando a sus adversario­s, mientras que el conocimien­to en materia regional del equipo de Trump es notoriamen­te pobre”, dice Russel.

Según los analistas, el verdadero peligro que enfrenta Trump es subestimar la capacidad de la delegación norcoreana para superar intelectua­lmente a los norteameri­canos.

“Van pensando encontrars­e con un ha to de desarrapad­os, confiados en que pueden manejarlos como quieren y que alcanza con tratarlos medianamen­te bien”, dice Cha. “Pero los norcoreano­s van a encontrar la vuelta para poner sobre la mesa algo que a Trump le permita salvar su imagen, pero sin compromete­rse del todo a desnuclear­izar el país. Y quien no esté familiariz­ado con la historia de las negociacio­nes y todas sus triquiñuel­as puede caer como un chorlito”.

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