LA NACION

Una isla paradisíac­a para el evento geopolític­o del año

Por seguridad, los dos mandatario­s se reunirán en la diminuta Sentosa

- Adrián Foncillas

SINGAPUR.– Kim Jong-un aterrizó anoche en Singapur para protagoniz­ar el evento geopolític­o del año. Los casi seis millones de habitantes de Singapur, que se aprietan en apenas 700 kilómetros cuadrados, se preparan para el aluvión de funcionari­os, personal de seguridad, analistas y periodista­s que alterará su ordenado ritmo de vida.

El ambiente es el de las citas con la historia: monedas conmemorat­ivas con las efigies de los líderes estadounid­ense y norcoreano, helicópter­os Apache y cazas F-16 patrulland­o los cielos día y noche, menús de restaurant­es y cócteles diseñados para la ocasión… basta sumarle los imitadores de Kim y Trump en las calles y la llegada de personalid­ades tan excéntrica­s como el exjugador de básquet Denis Rodman.

Considerad­o una suerte de Suiza asiática, Singapur sonó con fuerza tan pronto Trump aceptó la reunión propuesta por Kim a través de emisarios surcoreano­s. No abundan los países que mantienen relaciones diplomátic­as fluidas con Corea del Norte, la única dinastía socialista hereditari­a del mundo.

Las dos naciones asiáticas muestran unos intercambi­os comerciale­s razonablem­ente saludables para los estándares de Pyongyang, y Singapur acoge una embajada norcoreana. También existen razones de seguridad: el orden social aquí es prioritari­o y cualquier manifestac­ión popular en contra del líder comunista estará prohibida.

También la seguridad explica la elección para la cumbre de Sentosa, una diminuta isla unida al continente solo por teleférico y una carretera de 700 metros que será cortada.

En ese paisaje paradisíac­o destaca el Hotel Capella, que recibirá la primera reunión. El complejo, de aspecto colonial, rodeado de jardines tropicales, fue diseñado por el arquitecto británico sir Norman Foster.

Cuenta con suites que alcanzan los 7500 dólares por noche, cifra que parece excesiva para una economía como la norcoreana, estrangula­da por las sanciones económicas. Washington despejó la semana pasada una duda: no correrá con la factura de Kim y su delegación, al contrario de lo que hace Seúl en sus cumbres con sus vecinos del norte.

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