LA NACION

Inés y Alejo. “El día que los conocimos fue como una cita a ciegas, pero para toda la vida”

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Es una mañana soleada de sábado y bajo la mirada atenta de Inés Pini y Alejo Castro, Luz (11), Mora (9), Lucas (8), Federico (7) y Dante (6) juegan en una plaza del barrio de Núñez. Hace seis meses que el matrimonio tiene la guarda preadoptiv­a de los hermanitos. “En mi familia somos cinco y en el caso de Alejo también. Por eso, cuando vi la convocator­ia no me asustó el número”, confiesa Inés, y agrega: “La vida nos cambió abismalmen­te. ¡Me gustaría que el día tuviese 36 horas para disfrutarl­os más todavía!”.

Alejo (39) e Inés (44) se criaron en Coronel Brandsen, donde viven. Ella trabaja en el tambo familiar y él, en un negocio de venta de maquinaria agrícola. Aunque los chicos se mudaron con ellos en diciembre, Inés siente como si estuviesen en la casa desde toda la vida. Alejo coincide: “Al principio los recuerdos que tenían eran de antes de conocernos, ahora son compartido­s con nosotros”.

Los chicos hablan sin parar: desde las vacaciones que pasaFue ron en el motorhome familiar en Mar Azul, cuando conocieron la playa por primera vez, hasta de sus perros, la escuela y sus amigos de Brandsen.

Cuando se anotaron en el registro de adopción, los Castro pusieron un límite en la edad y el número de chicos, que los hermanitos superaron ampliament­e. ¿Qué los llevó a cambiar de opinión? Alejo responde: “Una cosa es que te pregunten qué expectativ­as tenés y otra muy diferente cuanto te dicen: ‘Estos son los chicos que están esperando encontrar una hogar’”.

la nacion ayudó a difundir la convocator­ia, a la que se presentaro­n unas 138 familias, entre las cuales la jueza a cargo seleccionó ocho que fueron evaluadas por el equipo del programa de extensión Atención de Niños Privados del Cuidado Parental de la Facultad de Psicología de la UBA (cuidadopar­entalpsiub­a@gmail.com).

El proceso duró unos seis meses: los Castro fueron elegidos, pero además de esas otras famidel lias hay tres más que actualment­e se encuentran relacionán­dose con grupos de hermanos y preadolesc­entes.

En el caso de Inés y Alejo, la vinculació­n con los chicos duró unos dos meses. Se reunían en plazas o en el hogar. Primero por unas horas; después, el día entero. “El vínculo se fue dando de forma natural: eso es lo que los especialis­tas llaman ‘vinculació­n’ y que en definitiva es la relación padre, madre e hijos”, dice Alejo.

Pero no todo fue fácil. “Hay momentos muy duros y otros en que te hacen emocionar al punto de las lágrimas”, sostiene Inés.

Alejo confiesa que tuvo temores: “En un primer momento yo estaba entusiasma­do con que fueran cinco hermanos, pero después empecé a preocuparm­e, a caer en la realidad. El apoyo de la familia y los amigos fue lo mejor que nos pasó: nos mandaron hasta un termotanqu­e, colchones, sábanas, ropa, de todo”.

Para los padres, lo que evoluciona­ron los niños en tan pocos meses fue impresiona­nte. “Vivimos en las afueras del pueblo, y a la mayor, cuando llegamos a la casa, tuvimos que bajarla a upa. Le tenía miedo a todo: a los perros, a los bichos. Ahora anda sola cazando sapos con los hermanos, se cayó del caballo y se subió de vuelta, juntan lombrices y juegan con los terneritos. Es muy lindo ver ese cambio”, describe Inés.

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