LA NACION

Antonela y Diego. “El vínculo se construye. El amor que ellos te dan no te lo da nadie”

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el 5 de abril de 2016. Mirando la página de la Dnrua, Antonela Marzano, una contadora de 36 años, se detuvo en la segunda convocator­ia de la larga lista que aparecía en el apartado “Buscamos familia”. Allí se describía a cuatro hermanitos de entre 11 y 4 años. “Cuando la leí, me partió la cabeza, sentí un flechazo y dije: ‘Estos son mis hijos’. Fue como una intuición femenina”, dice la mujer con una sonrisa de oreja a oreja, sentada junto a su marido, Diego Rodríguez (48), en el comedor de su casa de Ituzaingó.

Hacía siete años que buscaban tener hijos. Los médicos les habían dicho que no podían ser padres biológicos y desde hacía tiempo barajaban la idea de adoptar hermanos. Querían prepararse y en 2015 empezaron a participar de las reuniones que organiza la Asociación de Psicólogos de la Ciudad de Buenos Aires para quienes piensan formar una familia por ese medio.

Por cómo estaba redactada, la convocator­ia les resultó distinta resto. “Por lo general, están escritas como si fueran un expediente judicial. Pero esta era diferente, daba la descripció­n de cada chico y contaba qué les gustaba hacer”, cuenta Diego.

Decía que Luis era responsabl­e y disfrutaba mucho de jugar al fútbol. María era cariñosa y no le costaba entablar relaciones afectivas. A Nacho le encantaban los juegos de destreza motora y Juan era extroverti­do.

La noche en que Antonela le contó a su marido sobre la convocator­ia y le dijo que eran cuatro chicos, él le preguntó si se había vuelto loca. “Me acuerdo de que fuimos a tomar un café, se levantó al baño y me dijo: ‘Si la decisión dependiera exclusivam­ente de vos, ¿qué harías?’. Yo le dije que le daría para adelante, a pesar de los miedos y el desafío que implicaba”, confiesa ella.

Al día siguiente llamaron al juzgado. Pasaron días expectante­s y cuando empezaron a ver que la historia de los hermanitos se difundía en los medios de comunicaci­ón, pensaron que se iban a postular tantas personas que sus posibilida­des serían mínimas. Pero tres meses después sonó el teléfono. Tras un proceso de evaluacion­es y entrevista­s a cargo del equipo de profesiona­les de la Facultad de Psicología de la UBA y una vinculació­n intensiva, Luis (actualment­e tiene 13), María (9), Juan (7) y Nacho (6) llegaron a sus vidas.

Pero en el camino hubo crisis, incertidum­bres, desencuent­ros y encuentros. “Lo económico también nos asustaba: cuando los chicos vinieron a vivir con nosotros teníamos un solo baño y un cuarto. A los pocos meses, pudimos agrandar la casa”, confiesa Diego. Y, emocionado, agrega: “Fue todo un desafío. Te cambia la vida completame­nte. El amor que ellos te dan no te lo da nadie”.

Hoy, la casa de los Rodríguez está llena de voces y risas. Y lo que parecía imposible también sucedió: hace dos meses, Antonela y Diego se convirtier­on en padres biológicos de Ainhoa.

Antonela dice que el vínculo familiar se construye y que les gusta concientiz­ar a la gente para que se anime a adoptar a chicos más grandes: “No les voy a decir que todo es color de rosas, porque no lo es. Tenemos las mismas dificultad­es que nuestros amigos con sus hijos biológicos. Pero con amor y paciencia, todo es posible”.

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