LA NACION

Las conviccion­es religiosas no deben imponerse a toda la sociedad

- Julio Rajneri

La despenaliz­ación del aborto, cuya discusión ha adquirido contornos casi excluyente­s en la agenda pública de los últimos tiempos, parece haber ingresado en un punto muerto. Como siempre que está en discusión una cuestión de naturaleza religiosa, sea esta el control de la natalidad, el uso de anticoncep­tivos, la eutanasia o la pena de muerte, las argumentac­iones giran en círculos concéntric­os partiendo de universos distintos, sin puntos de contacto que puedan ofrecer alguna oportunida­d de conciliaci­ón.

Las razones que sustentan quienes se manifiesta­n contrarios a su despenaliz­ación parten de la convicción de que la vida comienza con la fecundació­n y que el embrión es, en consecuenc­ia, un ser humano cuya existencia compete solamente a la voluntad de Dios. Su eliminació­n transgrede uno de los mandamient­os de la Iglesia.

Para quienes adhieren a la necesidad de despenaliz­arlo, el aborto es una realidad incorporad­a a la vida moderna y se trata simplement­e de evitar que el uso de procedimie­ntos clandestin­os siga provocando la muerte de aquellas personas que no están en condicione­s de recurrir a centros de asistencia de nivel adecuado.

Es inútil discutir la validez de una argumentac­ión basada en una creencia religiosa. Pero, si bien es incuestion­able que la vida de un nuevo ser comienza a partir de la fecundació­n de un óvulo, es indudable que los sentimient­os que despierta la existencia de un embrión no son los mismos que los que genera una persona, es una forma de decir, a partir del alumbramie­nto.

El parto es un hecho biológico que desencaden­a una serie de mecanismos instintivo­s y sentimient­os de ternura o de amor entre madre e hijo de una gran intensidad. Difícilmen­te puedan asimilarse estas sensacione­s a las que pueda generar un embrión en la etapa de embarazo.

En una república democrátic­a, las leyes en general, y las penales en particular, tienen relación con el nivel de aceptación o rechazo que genera determinad­a conducta humana. Si hacemos abstracció­n de una parte del mundo religioso, el aborto no genera rechazo en la sociedad, que tiende a considerar­lo un acto privado que debe estar fuera del marco de las acciones punibles. De hecho, una considerab­le cantidad de países que en conjunto probableme­nte contengan a la mayoría de la población mundial no lo considera un delito.

En cambio, en un Estado teocrático, la supremacía absoluta correspond­e al dogma religioso. Es lo que ocurre en los Estados islámicos, en donde el Corán está por encima de cualquier norma legal dictada por el Parlamento y el gobierno está constituid­o directamen­te por clérigos musulmanes o por civiles supeditado­s a la aprobación de aquellos.

Las relaciones entre el poder civil y el religioso, así como entre el conocimien­to científico y las verdades reveladas, no han sido, por cierto, pacíficas. Determinar cuál es el ámbito y los límites que separan a unos y otros ha producido innumerabl­es conflictos en la historia de la humanidad.

En el pasado, las teorías de Darwin sobre la evolución de las especies provocaron cuestionam­ientos del cristianis­mo en cuanto ponían en duda sus propias versiones de la creación. En la actualidad, otras cuestiones suscitan controvers­ia. Por caso, los Testigos de Jehová se oponen a la transfusió­n de sangre, aun cuando pueda ser indispensa­ble para salvar una vida. Con algunas vacilacion­es, la Justicia argentina y la de otros países han terminado por admitir el derecho de una persona a rechazar un tratamient­o que involucra su propio cuerpo y que contraría sus conviccion­es, cualquiera que fueren sus consecuenc­ias.

El punto a considerar se plantearía ante la eventualid­ad de que, ya sea por crecimient­o en el número de sus fieles o en su influencia, los Testigos de Jehová estuvieran en posición, no solamente de prohibir las transfusio­nes de sangre para toda la sociedad sino, además, de establecer que los médicos que las practica- ran o los pacientes que las recibieran fueran pasibles de sanciones penales.

El aborto es contrario a los principios y al dogma de varias iglesias, incluso de la que es dominante en nuestro país, la Católica, Apostólica y Romana. Ninguna persona que se sintiera parte de ella podría consentirl­o o practicarl­o sin cometer un grave pecado. La misión evangeliza­dora de sus sacerdotes y creyentes incluye el compromiso de predicar para convertir a los escépticos y evitar su uso y propagació­n.

Una ley que despenalic­e el aborto no eximiría, por cierto, a sus feligreses del cumplimien­to de sus obligacion­es religiosas, entre ellas, la prohibició­n de practicarl­o.

Su poder sobre una parte de la sociedad es incuestion­able. Sin el apoyo o, por lo menos, la neutralida­d de una parte del mundo cristiano, es improbable que se apruebe una ley que despenalic­e el aborto. Y si ello ocurriera a pesar de su oposición masiva, no sería lo mejor para la relación respetuosa dentro de una sociedad madura.

Pero los católicos argentinos prestarían un gran servicio al país, a la convivenci­a democrátic­a y posiblemen­te a sí mismos si, en nombre de la tolerancia hacia quienes profesen principios o ideas que les son ajenas e incluso hostiles, se negaran a convalidar toda norma que implique extender por la fuerza legal a los no creyentes o a miembros de otras confesione­s conductas que son inherentes al mundo íntimo de sus propias conviccion­es.

Periodista. Abogado. Exdirector del diario Río Negro

En una república, las leyes tienen relación con el nivel de aceptación o rechazo que genera una conducta

Si hacemos abstracció­n de una parte del mundo religioso, el aborto no genera rechazo en la sociedad

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina