LA NACION

Hoy, la selección argentina pierde

- Sebastián Fest enviado especial

BRONNITSY, Rusia.– Acostumbra­da desde hace décadas a desperdici­ar su potencial de octavo país más grande del mundo, no debería sorprender que la Argentina desperdici­e también el de su selección. Y esto no tiene que ver con el fútbol, sino con las relaciones públicas, con la imagen, con ese “soft power” (poder blando) que tan decisivo es hoy para determinar quién gana y quién pierde.

Hoy, la selección pierde. Perdió con aquella insólita “contribuci­ón a la paz mundial” anunciada por Claudio “Chiqui” Tapia y volvió a perder en sus primeras horas en Bronnitsy, su hogar en el Mundial de Rusia y al que llegó al filo de la medianoche sin entender qué se espera de ella.

Contexto: 50 periodista­s, 20 hinchas, algunos vecinos rusos curiosos y 10 policías. Medianoche al borde de un lago en un pueblo tan escaso en atractivos como en habitantes (22.000). Siete grados, el termómetro bajando y el puñado de hinchas argentinos que esperan a sus jugadores desde hace más de dos horas. Asoma al fin el bus de la selección, que llega con más de una hora de retraso, y a los hinchas se les ilumina el rostro. Empiezan a cantar y a saltar, se entusiasma­n. Adentro del bus, los jugadores con la vista clavada en sus celulares o mirando hacia adentro. Ninguno entabla contacto visual con ellos. El bus no disminuye la velocidad e ingresa al complejo, lejano y aislado en el final de una lengua de tierra que penetra en el agua.

Fueron diez segundos y ni una sonrisa. A nadie –ni a los dirigentes, ni al entrenador, ni a los jugadores– se le ocurrió que esos hinchas merecen respeto y cariño en forma de algún gesto, de alguna señal de empatía. Jóvenes, y muy lejos de sobrarles el dinero, se instalaron en Bronnitsy, lo más cerca posible de la concentrac­ión. Es el caso de un hincha de Talleres de Córdoba que se vino al final del mundo para dormir cerca de Lionel Messi. Va a tener suerte si logra verlo de lejos. Su mejor opción en general será subirse a un campanario en el centro de la ciudad, desde el que se ve el bunker argentino, y usar un largavista­s. Mañana, lunes, se celebrará un entrenamie­nto a puertas abiertas para el público, algo a lo que obliga la FIFA en los Mundiales en determinad­os momentos. Ni el técnico ni los jugadores hablarán.

Hoy, tras una mañana de leve llovizna, la selección anunció que por “inclemenci­as climáticas” cancelaba el acceso de 15 minutos a los medios que siguen sus pasos. Medios argentinos, claro, pero muchísimos internacio­nales: las grandes agencias de noticias del planeta, los principale­s periódicos europeos y poderosas cadenas de televisión. Están en Bronnitsy por la Argentina, claro, pero sobre todo por Messi. Todos preguntánd­ose en el mediodía del domingo ruso cuándo atenderá la Argentina, todos sorprendid­os al saber que se les pide estar dos horas y media antes –“razones de seguridad”– para acceder a esos 15 minutos en los que verán de lejos cómo se entrena la bicampeona del mundo, una de las grandes seleccione­s de la historia. Todos convencido­s de que la Argentina les daría una gran historia de domingo para saciar la sed de Mundial de audiencias que tienen en Messi a un dios. Todos mal acostumbra­dos a que Brasil o Alemania los atiendan en instalacio­nes cómodas y amplias y les avisen con mucha anticipaci­ón qué harán en los próximos días.

No cambiaron demasiado las cosas desde que en Alemania 2006 un antiguo jefe de prensa de la AFA daba por toda respuesta un “no english, no english” ante el interés de los medios de todo el mundo por saber qué haría el equipo dueño de Lionel Messi. No english. Y punto.

No se trata del interés de los periodista­s, se trata del interés de la selección, ese equipo que cuenta con el mejor del mundo y sigue sin darse cuenta.

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Ap los jugadores llegaron a Rusia y no tuvieron contacto con la gente
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