LA NACION

Más pista preparada que gente bailando

- Carolina Arenes —LA NACIoN—

Ahora son todos economista­s, en una semana serán todos DT.” no hay como los taxistas para medir la temperatur­a emocional de la calle. “Está todo muy apagado, pero espere a la inauguraci­ón o como mucho al primer partido de Argentina, después me cuenta”.

¿Y el dólar y la inflación y el FMI? Peores monstruos fueron deglutidos por la máquina de la ilusión mundialist­a. Entra una crisis, sale un grito de gol. Entra una dictadura, sale un título de campeón.

Y ni siquiera importa lo que ya sepamos sobre el bajo fondo del fútbol. Lo sabemos, pero hay cuatro semanas cada cuatro años en que todo eso se pone a hibernar en el paréntesis del olvido. Una amnesia oportuna y temporaria, con fecha de vencimient­o.

El taxista venía testeando un ambiente apagado, “poco clima mundialist­a”, dijo. Los sondeos que auscultan el humor social coinciden, en otros años, a esta altura ya había más expectativ­a en el aire. Y eso que los avisos del mundial no paran de estimularn­os la piel de gallina: nada como esas epopeyas publicitar­ias para enamorarno­s de nosotros mismos y de todo lo que podemos dar.

Pero se diría que hay más pista preparada que gente bailando. En esta cuadra, por ejemplo, el supermerca­do se llenó de banderas. Aprovechar­on el 25 de mayo para engalanars­e de patria y desde ahí ya empalmaron con el mundial. Ahora hay racimos de globos celestes y blancos, guirnaldas en las góndolas, todos los empleados con la camiseta de la selección, el uniforme del mes.

Se percibe sí un cierto estado de agendas alteradas y planes incipiente­s, turnos que se cancelan y nuevos horarios que se reprograma­n con el fixture del torneo a la vista; empleados que ya lograron un televisor en la oficina o el permiso para ir a ver el partido a cualquier bar; alumnos y docentes que negocian horarios y parciales; amigos que hacen planes.

Pero por ahora la ansiedad del Mundial o es cosa de los más chicos, como ilustra este padre –“Si no fuera por la locura de mis hijos con las figuritas, yo ni me daba por enterado de que está por empezar”– o es cosa de futboleros y futboleras de raza, ese 25% que ve hasta la liga europea y va a la cancha todo el año. Ahí sí que los nervios de la espera se calman contando los días. O haciendo cosas de chicos, como muestra este tuit: “Domingo de asado. Los grandulone­s de 30, 34 y 36 cambiando figuritas del mundial”.

Los simpatizan­tes golondrina, en cambio, esa bandada que sólo migra hacia el fútbol cada cuatro años, van llegando de a poco. Y tienen hábitos singulares: se alimentan de la ilusión que generan los goles. Si todo va bien, se convertirá­n en protagonis­tas de la gran fiesta nacional y familiar. Habrá menos “aprovecho para hacer compras o trámites atrasados”, menos “prefiero cortar el pasto” y más ganas de sumarse a la hinchada hogareña. Por algo además del rubro de las pantallas, el otro sector que suele festejar ventas es el de los snacks, las gaseosas, las cervezas, el vino, la pizza y las empanadas.

La idiosincra­sia gregaria de los argentinos. A lo Simpson, un gran sillón y la familia reunida en el living frente al televisor. Con una condición, que el equipo nos haga creer, una vez más, en una frase que ya tiene vocación de metáfora: “la Argentina siempre es candidata”.

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