Un apretón de manos para la historia
Tras meses de desencuentros por el plan nuclear, Trump y Kim se reunieron en Singapur
SINGAPUR (Para la nacion).– “Tendremos una relación excelente, no tengo dudas”. La frase, pronunciada anoche por Donald Trump, parecía inimaginable hace apenas unos meses, cuando el mundo estaba en vilo ante el riesgo de un conflicto bélico con Corea del Norte. Ayer, finalmente, el presidente norteamericano y el dictador norcoreano, Kim Jong-un, se reunieron en Singapur para abrir una nueva era en las relaciones bilaterales. Fue la primera cumbre entre líderes de ambos países, enemistados desde hace años por el desafío nuclear de Pyongyang.
SINGAPUR.– Hotel Capella, isla de Sentosa, Singapur. Pasan tres minutos de las nueve de una mañana soleada. Desde la izquierda, Kim Jong-un se acerca con tranco marcial y traje tradicional coreano. Desde la derecha, Donald Trump camina con la sobriedad de las citas con la historia en traje oscuro y corbata. De fondo, una colección de banderas de ambos países, que comparten los colores blanco, azul y rojo. Estrechan sus manos con rigor diplomático primero y relajan después la mueca con leves sonrisas. Es la foto que el mundo ha esperado durante décadas.
Un ligero ademán del presidente estadounidense invitó a su par norcoreano a enfilar juntos por el corredor colonial hacia la sala privada. Allí atendieron durante un par minutos a la prensa. “Vamos a tener una gran relación”, aventuró Trump. “Hemos superado muchos obstáculos hasta llegar hasta aquí”, aclaró Kim. “Va a ser un éxito”, insistió Trump. “Hoy superaremos los viejos prejuicios que entorpecían nuestro camino”, corroboró Kim.
Singapur supone la oportunidad más sólida para acabar con la enemistad que se remonta a mediados del siglo pasado. Pyongyang ha sido la piedra más pertinaz en el zapato estadounidense. Lo intentó todo: se dejó los dientes en la Guerra de Corea (1950-1953) para arrancar un empate y después alternó el palo y la zanahoria. Barack Obama siempre rechazó la reunión con Kim por entenderla como un premio a sus desmanes.
La cumbre empezó con una reunión de los dos líderes en soledad, sin asesores y solo con traductores, durante 45 minutos. Era el momenrara to para ese presunto sexto sentido para negociar de Trump, que había aclarado antes que no necesita estudiar el asunto porque todo depende de la actitud. “Es mi toque, mi sensación. Es lo que hago”, explicó. Si hay acuerdo o no, asegura, lo sabrá “en el primer momento”.
Tras esa toma de contacto se reunieron los respectivos equipos. El estadounidense está integrado por el consejero de seguridad, John Bolton; el secretario de Estado, Mike Pompeo, y su jefe de Gabinete, John Kelly. En el norcoreano destacan la hermana del líder, Kim Yojong, y el jefe de la diplomacia, Kim Yong-chol.
La reunión ya es un éxito si se tiene en cuenta que meses atrás los dos líderes se llamaban “pequeño hombre cohete” y “viejo gagá” mientras se cruzaban inminentes amenazas de destrucción masiva. Es un éxito también que Corea del Norte declade una moratoria de lanzamiento de misiles y pruebas nucleares o que desmantelara su silo atómico. Es un éxito que Trump diera el paso al que sus predecesores no se atrevieron. Pero de esta cumbre se espera que finiquite esa cansina dinámica de tensión-distensión de la que siempre sale Pyongyang en el último minuto a cambio de prebendas. El éxito definitivo radica en enterrar el último fósil de la Guerra Fría, y eso pasa por la desnuclearización de la península que Washington y Pyongyang dicen pretender.
Ambos tienen sobradas razones para la desconfianza. Persisten las dudas de que Corea del Norte quiera desprenderse del instrumento que ha permitido su supervivencia durante décadas. El contexto personal y nacional, sin embargo, permite el optimismo. Kim Jong-un está en su treintena y la tradición dinástica sugiere que morirá en palacio.
Es dudoso que quiera afrontar el resto de su vida como un proscripto global y temiendo ataques militares. Parece más atractiva la alternativa de ejercer la tiranía dentro de límites tolerables por Occidente conservando su riqueza y poder. Su paseo nocturno por Singapur como turista y sus selfies con diplomáticos locales metaforizan esos anhelos de normalidad.
Influyen también las urgencias económicas. Kim llegó al poder aclarando que el bienestar de su pueblo era prioritario y sonó contracultural en la tradición nacional. El líder colocó el desarrollo de económico en paralelo al del programa militar y se rodeó de reformistas que copiaron la hoja de ruta china. Ha evitado el colapso que buscaban las sanciones y mejorado la calidad de vida de muchos norcoreanos. Pero algunos juzgan los progresos de demasiado lentos y el país ya no es impermeable a la entrada de DVD de contrabando que arruinan la versión del paraíso socialista. Un estudio que manejaba Pyongyang décadas atrás sentaba que el bloque soviético cayó cuando el pueblo se dio cuenta de que afuera se vivía mejor.
“Kim no busca solo la foto, quiere que la cumbre funcione. Necesita inversión extranjera y que se levanten las sanciones para mejorar las condiciones de vida de su gente. Está en un punto crítico, tiene que hacer algo con la economía”, señalaba ayer Kim Jiyoon, experta del Instituto Asan de Estudios Políticos, en un panel de analistas en Singapur.
Corea del Norte requerirá para su apertura económica del mismo sosiego del que disfrutó China tras la visita de Richard Nixon a Pekín, en 1972. Los precedentes de Trump empujan al pesimismo: su volatilidad, la reciente ruptura unilateral del tratado de desnuclearización con Irán y sus alusiones a la receta libia que acabó con Khadafy derrocado y asesinado no apuntalan la confianza norcoreana.
Pompeo prometió ayer que ofrecerán “unas garantías de seguridad diferentes de las que Estados Unidos ha dado en el pasado”, aunque no las detalló. Algunos expertos sugieren el compromiso multilateral para vencer el miedo norcoreano a que Trump o futuros presidentes se retraigan. “Las garantías de terceros países tranquilizarán a Kim Jong-un. La opción deseable es que participen los integrantes de las conversaciones a seis”, señalaba ayer Shawn Ho, investigador de la Escuela Internacional de Estudios Internacionales S. Rajaratnam. Alude a aquel proceso negociador entre ambas Coreas, China, Rusia, Japón y Estados Unidos que la década pasada fracasó por los recelos generalizados.
Los acuerdos de 1994 y 2005 demuestran que es mucho más fácil firmarlos que implementarlos y que las malas interpretaciones y las suspicacias esperan en cualquier esquina. La exigencia de Trump de ventilarse en una mañana la desnuclearización ha llevado hacia la comprensión de que serán necesarios años (los expertos hablan de una década) y que lo más urgente en Singapur es forjar los vínculos de confianza.