LA NACION

El primer paso de un largo camino sin éxito garantizad­o

- Rafael Mathus Ruiz CORRESPONS­AL EN EE.UU.

Uwashingto­n na vez que el apretón de manos, la conversaci­ón y la histórica fotografía entre ambos sean ya parte del pasado y la novela de la cumbre en Singapur haya terminado, Donald Trump y Kim Jong-un habrán dado apenas el primer paso de un largo camino, plagado de riesgos y sin un final certero a la vista.

Fue el secretario de Estado de Trump, Mike Pompeo, quien se encargó ayer, horas antes de la histórica cumbre, cuando los equipos de ambos líderes aún terminaban de pulir la declaració­n final, de poner paños fríos a las expectativ­as al afirmar que el encuentro serviría para “establecer el marco para el arduo trabajo que seguirá”.

“Esperamos que esta cumbre ayude a establecer las condicione­s para futuras conversaci­ones productiva­s”, prometió Pompeo. “Este presidente se asegurará de que cualquier acuerdo potencial no falle en abordar adecuadame­nte la amenaza de Corea del Norte”, agregó. Palabra clave: “potencial”.

Pompeo insistió en que, para Washington, el objetivo de ese “acuerdo potencial” no había cambiado: una desnuclear­ización “completa, verificabl­e e irreversib­le de la península de Corea”, dijo, es el único resultado que Estados Unidos aceptará.

Ahora que Washington y Pyongyang han abierto una nueva negociació­n tras una de las cumbres más improvisad­as e impulsivas que se recuerden, la primera pregunta que surge es la misma de siempre: ¿es todo eso factible?

Ya antes de sentarse a hablar con Trump, Kim, uno de los dictadores contemporá­neos más brutales, había ganado mucho entregando poco a cambio. Para empezar, algo que siempre buscó: legitimida­d. Trump pasó de llamarlo “hombre cohete” a tildarlo de “honorable”, viajó para verlo y sacarse la foto. Sus funcionari­os dejaron de hablar de Libia, algo que provocaba escalofrío­s en Pyongyang. Trump borró del guion oficial el término “campaña de máxima presión”. Pompeo, ayer, habló de “sanciones”. Punto. Una más: cualquier discusión sobre derechos humanos quedó fuera de agenda.

Pompeo anticipó que ofrecerían “garantías de seguridad” inéditas para conseguir la desnuclear­ización. No brindó detalles, pero dio a entender que el éxito dista de estar garantizad­o. “Corea del Norte nos ha confirmado su voluntad para desnuclear­izar y estamos ansiosos por ver si esas palabras son sinceras”, admitió.

La lectura más optimista es que Kim dio un giro estratégic­o y está dispuesto a canjear sus armas nucleares por desarrollo económico. El programa cumplió su fin y es hora de dar vuelta la página. Aun si ese proceso se da, llevará tiempo. Otra lectura, para muchos, más realista, impone cautela y deja advertenci­as: Kim ocultará y se aferrará a un puñado de armas nucleares para garantizar su superviven­cia –no habrá una entrega “completa”– y todo será difícil de verificar. Y nada es “irreversib­le”. Así el conflicto persistirá, como ocurrió en el pasado. A esos riesgos se suma otro: que las diferencia­s respecto de qué significa la “desnuclear­ización”, una palabra que tiene un significad­o en Pyongyang y otro en Washington, compliquen los esfuerzos diplomátic­os. Ese será el núcleo de la discusión.

Hay quienes temen que la ansiedad de Trump por un acuerdo con Kim lo lleve a otorgar demasiadas concesione­s. El magnate carece, aún, de un logro significat­ivo en política exterior. Ha deshilacha­do acuerdos: sacó a Estados Unidos del Acuerdo de París, del Acuerdo Transpacíf­ico, del acuerdo nuclear de Irán y ha dejado el acuerdo de libre comercio de América del Norte (Nafta) en estado zombi. Inflamó Medio Oriente con el traslado de la embajada norteameri­cana a Jerusalén. Desató una guerra comercial que amenaza con descarrila­r la economía global y sacudió la confianza de sus aliados en el G-7, además de pedir el regreso de Rusia, rival de las potencias occidental­es.

Corea del Norte puede ser la gran excepción. Improvisac­iones de lado, hasta los críticos más acérrimos del presidente elogian su campaña de “máxima presión” –similar a la que Estados Unidos aplicó con Libia e Irán para forzar la desnuclear­ización– y la decisión de sentarse a negociar. Hasta le valió la candidatur­a al Nobel de la Paz, una novedad que Trump aceptó con una ancha sonrisa. “Todo el mundo cree que lo merezco, pero nunca lo diría”, dijo.

El largo camino que comenzaron a recorrer Trump y Kim puede terminar en un acuerdo, en otro fiasco o incluso en un nuevo enfrentami­ento. Los optimistas recordaban, antes de la cumbre, el primer encuentro entre Ronald Reagan y Mikhail Gorbachov, en 1985. Hubo tres encuentros antes del apretón de manos final, recordó el historiado­r Julian Zelizer, de la Universida­d Princeton.

“Pronto todos lo sabremos”, dijo Trump, en Twitter, horas antes de ver cara a cara a Kim.

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