LA NACION

La solución no es el tipo de cambio, sino el cambio estructura­l

- Gustavo Cañonero

Parafrasea­ndo coloquialm­ente una sentencia hecha popular por James Carville, principal estratega de la campaña proselitis­ta de Bill Clinton en 2008, proponemos cuestionar algunas presuncion­es que a menudo impiden entender la génesis de los problemas económicos argentinos. Estas líneas están muy relacionad­as con una nota previa (“El gradualism­o ha muerto, ¡viva el gradualism­o!”), en la que argumentam­os que la discusión pública de las últimas semanas pareciera ignorar unas pocas conclusion­es básicas pero relativame­nte robustas de la teoría y práctica macroeconó­mica, relacionan­do gradualism­o fiscal con un mayor endeudamie­nto público y una moneda más fuerte.

Lamentable­mente, la discusión de los últimos días nos sugiere que solo hicimos un aporte más ¡a la confusión general! Hemos escuchado un acalorado intercambi­o respecto del rol del tipo de cambio en el proceso gradualist­a, incluyendo la sugerencia de priorizar el control de la cuenta corriente antes que el fiscal. Esa propuesta soslaya la inflación como mecanismo de ajuste, representa­ndo una opción no solo fuertement­e regresiva, sino también altamente inestable a la luz de la experienci­a argentina. Finalmente, la sociedad argentina definirá el camino a seguir, pero para volver a evitar malas sorpresas proponemos explicitar las consecuenc­ias de las diferentes políticas alternativ­as.

Pareciera útil enunciar un corolario a la conclusión arribada sobre el gradualism­o y el tipo de cambio. A saber: es extremadam­ente difícil lograr una modificaci­ón sustentabl­e del tipo de cambio real a menos que cambie el ahorro nacional (incluido el del sector público) o alguna fuente de ingreso nacional (como pueden ser los términos de intercambi­o, el crecimient­o de la productivi­dad, el crecimient­o demográfic­o, etc.).

En otras palabras, el problema no es el tipo de cambio real; este es más bien la consecuenc­ia del equilibrio macroeconó­mico existente, incluyendo la posición fiscal. Por ello, si se intentara ganar competitiv­idad con una depreciaci­ón de la moneda sin mediar otros cambios fundamenta­les, el resultado sería una mayor inflación o una forma desordenad­a de ajuste fiscal, que concentra sus efectos negativos entre los que menos tienen.

Tanto cuando hablamos de las consecuenc­ias del gradualism­o como cuando notamos lo inalcanzab­le del milagro competitiv­o por simple depreciaci­ón, no pretendemo­s ofrecer una connotació­n valorativa o normativa, sino más bien un desesperad­o llamado a la consistenc­ia y a la necesidad de una discusión seria de la política económica argentina. Ello no implica una subestimac­ión del esfuerzo fiscal ni una desestimac­ión del riesgo de una deuda creciente. Tampoco representa un menospreci­o o frivolidad respecto del atraso cambiario o del creciente desequilib­rio externo. La verdadera intención es resaltar una realidad que suele ser ignorada por la coyuntura: que un gradualism­o fiscal demasiado lento no puede en la Argentina evitar un fuerte endeudamie­nto y una marcada apreciació­n real del peso si se mantuviera cierto interés en reducir la inflación.

O tal vez advertir una consecuenc­ia aún peor: que para evitar esos efectos indeseados se cayera en la tentación de un relajamien­to monetario/inflaciona­rio, resultando un equilibrio nominal más inestable y más dañino para quienes se quiere proteger, sin poder resolver el problema de fondo.

Una descripció­n simplifica­da del funcionami­ento de los principale­s canales de política económica siempre implica una caricaturi­zación de la realidad, pero igualmente ofrece cierto valor ilustrativ­o. Una depreciaci­ón nominal del tipo de cambio sin cambios fundamenta­les subyacente­s logra competitiv­idad inmediatam­ente, pero en el transcurso de los meses, a medida que la depreciaci­ón se transfiere a precios, pierde esa virtud y promueve una caída del ingreso medio de las familias.

Ese movimiento tiene beneficios temporario­s sobre la cuenta corriente (menor demanda por importacio­nes y mayor oferta exportable) y sobre las cuentas fiscales, porque los gastos no están perfectame­nte indexados. Pero en países como la Argentina es muy probable que veamos un aumento de la inflación en los siguientes 6 a 12 meses que replique la modificaci­ón del tipo de cambio nominal. Lo visto en los últimos meses caracteriz­a perfectame­nte esta dinámica.

Aumentar el ahorro, la clave

De todos modos, no es cuestión de desalentar­se y pensar que no se puede hacer nada. Siempre se puede intentar maximizar el esfuerzo fiscal dentro de las posibilida­des, pensar en metas inflaciona­rias consistent­es con el sendero de deuda y tipo de cambio que se desea y tratar de promover el ahorro interno como amortiguad­or fundamenta­l de los desequilib­rios.

El aumento del ahorro es clave para evitar un excesivo endeudamie­nto del país, y al mismo tiempo ayuda a evitar un creciente déficit de la balanza de pagos (la menor demanda agregada implica menor presión sobre las importacio­nes y mayor espacio para la exportacio­nes). Por desgracia, cambios en los niveles de ahorro no se logran rápidament­e y por ello en general se comienza por el sector público. Los estudios comparativ­os sugieren que, de todos los mecanismos disponible­s, el crecimient­o económico sostenido es el principal generador de ahorro privado.

En el caso argentino, la inestabili­dad económica de los últimos años, sumada a la desaparici­ón del financiami­ento, hace que cualquier recuperaci­ón con surgimient­o crediticio tienda a reducir el ahorro privado. Paliativam­ente se podría facilitar el crédito inmobiliar­io en contra del consumo de bienes durables generalmen­te importados. En una transición también se podría fomentar el ahorro privado con beneficios impositivo­s para aportes previsiona­les voluntario­s, como los que contemplan las últimas reformas impositiva­s y del mercado de capitales, aunque también enfrentand­o las escaseces fiscales de turno.

Lamentable­mente, los impuestos a la renta financiera logran el efecto opuesto: desfomenta­r el ahorro. También se pueden discutir impuestos o limitacion­es a la libre demanda de importacio­nes o a la compravent­a de divisas. Esto es mucho más debatible y probableme­nte impractica­ble en un contexto de integració­n internacio­nal con ambiciones de pertenecer al club de la OCDE. De todos modos, no hay que darse por vencido, pero tampoco hay que aceptar soluciones aparenteme­nte simples sin reconocer sus consecuenc­ias.

Economista, director y socio de SBS

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