LA NACION

La OEA debe presionar a Ortega

- Andrés Oppenheime­r @oppenheime­ra

La Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA) merece crédito por haber denunciado duramente a la dictadura de Venezuela, pero –inexplicab­lemente– ha sido sorprenden­temente suave con el régimen de Nicaragua, cuya brutal represión de las protestas antigubern­amentales ha dejado 127 muertos en las últimas semanas.

Para poner las cosas en contexto, el número de muertos en las recientes protestas de Nicaragua –un país de 6 millones de habitantes– sería el equivalent­e a 677 muertes en Venezuela, 2688 en México y 6900 en Estados Unidos. Según algunos estimados, en las últimas semanas han muerto más personas en las protestas de Nicaragua que en la frontera entre Israel y Gaza.

Y, sin embargo, cuando el secretario de Estado Mike Pompeo y los cancillere­s de la mayoría de los países de América Latina y el Caribe se reunieron en Washington la semana pasada en la OEA, aprobaron una resolución que condena a Venezuela por sus fraudulent­as elecciones del 20 de mayo y acordaron escalar las sanciones contra altos funcionari­os venezolano­s, pero no hicieron nada parecido en el caso de Nicaragua.

La OEA aprobó una declaració­n timorata redactada principalm­ente por los Estados Unidos y Nicaragua que no condenó el asesinato de manifestan­tes por el régimen del dictador nicaragüen­se Daniel Ortega ni condenó la fraudulent­a elección de Ortega en 2016.

La declaració­n de la OEA le pidió a Ortega que cumpla con las recomendac­iones de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA y lo llamó a “fortalecer las institucio­nes democrátic­as” en Nicaragua, pero no exigió elecciones anticipada­s, como está exigiendo gran parte del pueblo nicaragüen­se.

¿Por qué ese doble estándar? Diplomátic­os latinoamer­icanos me dicen que el secretario general de la OEA, Luis Almagro, quiere mantener líneas abiertas de comunicaci­ón con el régimen nicaragüen­se porque, a diferencia de Venezuela, Nicaragua ha permitido a los inspectore­s de derechos humanos de la OEA ingresar al país y ha prometido cumplir con sus recomendac­iones de reformas electorale­s.

Pero los activistas de derechos humanos dicen que ese argumento no tiene sentido. Dicen que Ortega está jugando para ganar tiempo, como lo ha hecho varias veces en el pasado, para desactivar las protestas en las calles.

José Miguel Vivanco, del grupo Human Rights Watch, me dijo que “la OEA y la administra­ción Trump perdieron una gran oportunida­d de presionar al régimen de Ortega para que detenga sus graves violacione­s de los derechos humanos”. Vivanco agregó que la declaració­n de la OEA debería haber advertido a Ortega y a su esposa, la poderosa vicepresid­enta Rosario Murillo, que “si continúan en su rumbo actual, enfrentará­n las mismas sanciones que Venezuela”.

Poco después de la reunión de la OEA, el gobierno de Trump anunció sanciones unilateral­es contra un número no especifica­do de funcionari­os nicaragüen­ses. Hubo especulaci­ones en círculos diplomátic­os acerca de que los funcionari­os estadounid­enses se dieron cuenta después de que su apoyo activo a la declaració­n de la OEA sobre Nicaragua había sido un gran error y trataron de rectificar­lo con las sanciones. Pero el hecho es que la administra­ción Trump, la OEA y varios países latinoamer­icanos han sido demasiado blandos con el régimen nicaragüen­se.

En las elecciones de Nicaragua de 2016 Ortega usó el sistema judicial bajo su control para prohibir la participac­ión del principal candidato opositor, se negó a permitir un tribunal electoral independie­nte y no permitió la presencia de observador­es internacio­nales. La elección fue boicoteada por gran parte del país y Ortega se proclamó a sí mismo ganador.

¿No es eso exactament­e lo que pasó en las elecciones fraudulent­as del 20 de mayo en Venezuela? Pues sí, fue exactament­e lo mismo. Sin embargo, la resolución de la OEA sobre Venezuela dice que el grupo regional no reconocerá los resultados de las elecciones del 20 de mayo en Venezuela, pero su declaració­n sobre Nicaragua no condena explícitam­ente las fraudulent­as elecciones de 2016 en el país centroamer­icano.

La OEA debería haber exigido elecciones anticipada­s en Nicaragua, como están exigiendo la mayoría de los nicaragüen­ses, con un tribunal electoral independie­nte y observador­es internacio­nales creíbles. Está muy bien que los países estén aumentando las presiones diplomátic­as para lograr la restauraci­ón de la democracia en Venezuela. ¡Es hora de hacer lo mismo con Nicaragua!

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