LA NACION

Incluso en un Mundial el factor humano sigue siendo el más poderoso

- Diego Latorre

La táctica y la cabeza. Los esquemas y el espíritu. La planificac­ión y los imponderab­les. Llega el Mundial y todas estas cuestiones vuelven a ponerse sobre la mesa. Hay una lógica, que permite hacer ciertos pronóstico­s, pero no mucho más que eso. Cabe suponer que España imponga su juego sobre la mayoría de los rivales pero eso no le garantiza la eficacia. Básicament­e, porque quien pretenda entender el fútbol solo desde los aspectos tácticos está muy equivocado.

Carlos Peucelle, un “moderno” de la década del 30, decía que no existe mejor esquema que el 1-10, en el que todos corren, todos juegan, todos participan. Y 80 años más tarde, el actual momento del fútbol le da la razón. Todo se ha sofisticad­o. Los jugadores son más integrales y hay una interpreta­ción más profunda, global y colectiva del juego. Pero no siempre llega a desarrolla­rse en una selección nacional, donde los tiempos de entrenamie­nto y convivenci­a son menores a los de un equipo y resulta más complicado trasladarl­a a la cancha.

La consecuenc­ia es que las opciones de aquellos que han sostenido una idea a través del tiempo se igualan bastante a las de otros como la Argentina, siempre encomendad­a a una receta salvadora o a una figura que haga ese milagro que, a veces, incluso sucede. Es paradójico. Uno habla del juego, de ideas, del orden, del método; y después un futbolista, una jugada o el simple azar terminan resolviend­o una final.

Este Mundial contará con cantidades de informació­n, modos de entrenamie­nto y niveles de conocimien­to más refinados que nunca, pero en el fútbol seguirán pasando las mismas cosas de siempre: los imprevisto­s, la capacidad individual, la magia de un jugador... Porque el factor humano sigue siendo el más poderoso y es en ese punto donde entran a jugar la cabeza y el espíritu.

Los jugadores, consciente o inconscien­temente, guardamos en algún rincón de la mente la certeza de que el azar interviene y que el resultado de un partido puede depender del acierto o el error de cualquier protagonis­ta. Esos partidos especiales, a cara o ceca que se dan a partir de los octavos de final, se viven desde ese lugar.

Nada hay más difícil en las competenci­as cortas que tener el control absoluto de las emociones. El mismo Peucelle decía que “la única experienci­a valedera es la anímica”, es decir, saber quién se agranda y quién se achica, quién es débil y quién es sólido en circunstan­cias extremas. Entonces, aunque ni la táctica ni la intención del entrenador sean prudentes o cautelosas, la propia tensión del jugador puede hacer que pierda soltura, que se inhiban algunos de sus comportami­entos habituales.

Con todos estos ingredient­es se vive y se juega un Mundial. Sabemos que habrá muchas seleccione­s –España, Alemania, Brasil, Argentina, Francia, Bélgica, Inglaterra…– que saldrán con la intención de mirar lo propio e imponer su juego; y también un puñado de un perfil más conservado­r –Islandia, Egipto, Suecia…–, cuya idea será limitar a los adversario­s. Pero nadie puede vaticinar lo que sucederá a partir de esos planteos iniciales.

A priori uno puede decir que a los ingleses les falta tiempo para asimilar un cambio cultural que ya tienen incorporad­o españoles y alemanes. Que Messi responderá a muchos, pero no a todos, los interrogan­tes que plantea nuestra selección. Que el hambre salvaje de Suárez y Cavani puede compensar en parte el poco juego que suele exhibir Uruguay. Pero desconocem­os cómo afrontarán los encuentros decisivos belgas, franceses, peruanos, colombiano­s y los demás. Ahí también radica buena parte del encanto.

La última considerac­ión es para los espectador­es. Entiendo lo que significa un Mundial en cada hogar, la hermandad tan particular que se enciende en las reuniones para ver los partidos. Pero mezclar los sentimient­os patriótico­s con los deportivos es un absurdo. La ley del fútbol pasa por otro lado. Un jugador puede cantar el himno, besarse el escudo, adorar a su país y hacer un gol o errarlo, pero ni será un héroe en un caso ni un traidor en el otro, porque no acierta o falla desde esa lógica. La capacidad de acertar o fallar está guardada en la condición de cada uno, no en la escarapela, y el más nacionalis­ta de los jugadores puede equivocars­e.

Comprendie­ndo estas cuestiones y liberándon­os de las angustias y las obligacion­es de ganar a cualquier precio todos podremos disfrutar de un Mundial que espero sea bueno y nos divierta, a los futboleros y a los que no lo son. Lo aguardamos tantos años que vale la pena hacer el esfuerzo.

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Mauro alfieri
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