Tragedia en el mar
La tragedia marítima, representada en estos días por la desaparición del pesquero Rigel, es un nuevo y angustiante llamado de atención. Si parte de la sociedad no alcanza a magnificarlo, la comunidad náutica y naviera así lo entiende, y el Gobierno debería tomar nota de las falencias y conciencia de sus responsabilidades.
Los hundimientos de pesqueros, barcazas y chatas areneras son periódicos. Con creciente frecuencia, como en este caso, se llevan consigo a los tripulantes. Las colisiones de grandes buques en el río Paraná y de embarcaciones deportivas en el Delta son también noticias alarmantes. El número de víctimas es otro motivo que clama un serio análisis. La policía marítima, fluvial y lacustre se ha orientado por el Ministerio de Seguridad y la Justicia a la custodia de jueces, la vigilancia de barrios y los controles de alcoholemia. Mientras las costas y los cursos de agua no sean foco de la prioridad operativa para la Prefectura Naval, como las inspecciones de barcos y el equipamiento de las naves, seremos testigos de nuevos casos de incidentes, frutos de la indolencia y el descontrol.
Alberto Otamendi
DNI 16.602.796