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Si hubiesen tenido la capacidad de sentir, habrían experimentado vagamente dulces movimientos acompasados o, tal vez, unos sacudones amorosos más intensos provenientes del mundo exterior.
Pero todavía ni siquiera eran una unidad y las posibilidades de serlo en algún momento eran más bien remotas. Una parte de ellos permanecía en el interior de la madre y la otra emprendería un vertiginoso viaje desde el cuerpo del padre hasta el encuentro de aquella. Al fusionarse, dieron comienzo a lo que sería una tercera persona.
Fueron afortunados –muy– porque ganaron la carrera entre 250 millones de espermatozoides. Se lo merecían: fueron los más fuertes y hábiles para ganar la carrera a la que solo uno –o unos pocos más, en caso de mellizos múltiples– llega. Al entrar en el óvulo, esas dos partes separadas ya fueron una indivisible, que pronto se convirtió en embrión.
Tras nueve meses –semanas más, semanas menos– nacieron y llegaron hasta este mismo instante. Son los 257 adultos, mujeres y hombres, que representándonos, votarán a favor o en contra, se abstendrán o se ausentarán del debate en la Cámara de diputados por la despenalización o no del aborto. Aceptar en paz el resultado que sea honrará la democracia.