LA NACION

Sudamérica debe interceder

- Juan Gabriel Tokatlian Profesor plenario de la Universida­d Di Tella

En el vértice andino, ahí donde se encuentran Colombia y Venezuela, existe una situación delicada. Desde hace años, la relación de esos países se ha venido deterioran­do, y en los últimos tiempos las tensiones son recurrente­s y casi explosivas. A los estrechos lazos de Washington con Bogotá y de La Habana con Caracas se añaden la nueva condición de “socio global” de Colombia en la oTAN y el reforzamie­nto de los vínculos de Venezuela con Rusia, China, la India, Irán y Turquía. Si América del Sur pretende afirmarse como zona de paz, es clave enfocar la atención en el futuro de la relación colombo-venezolana.

En medio de un elocuente vacío de liderazgos reconocido­s y convocante­s debido a la primacía de las dificultad­es y fragilidad­es internas en los países de la región, es importante tener capacidad de iniciativa. Esto es disposició­n a generar alternativ­as, movilizar voluntades y alcanzar compromiso­s que puedan anticipars­e a eventos críticos.

Como dos datos novedosos son el ensimismam­iento de Brasil y el rechazo unánime a las amenazas bélicas de Trump, la Argentina entonces podría desempeñar un rol positivo sin ambiciones ni retóricas desmedidas. El aporte argentino a otras coyunturas difíciles entre Colombia y Venezuela es un buen antecedent­e. Entre el 9 y el 18 de agosto de 1987 se produjo un grave incidente, que pudo haber desembocad­o en una confrontac­ión, a raíz del ingreso de una corbeta de la armada colombiana en aguas del Golfo de Venezuela (Golfo de Coquivacoa para Colombia), sobre las que no hay una delimitaci­ón aceptada entre las partes. El entonces presidente Raúl Alfonsín, junto a quien era secretario general de la oEA, jugó un papel fundamenta­l para distender el conflicto. Años después, entre julio y agosto de 2010, se produjo una nueva crisis bilateral que llevó a la ruptura de relaciones por parte de Caracas. El despliegue del entonces secretario de la Unasur Néstor Kirchner, junto al discreto y efectivo comportami­ento de Raúl Castro, contribuyó a acercar posiciones entre el entonces nuevo mandatario de Colombia Juan Manuel Santos y el entonces mandatario de Venezuela Hugo Chávez. Un detalle relevante en estos antecedent­es: ni Alfonsín ni Kirchner se guiaron por razones ideológica­s. Se trató más bien de una mezcla de motivos prácticos y principist­as.

Buenos Aires tiene claros intereses en juego en ambas naciones: el retroceso en el proceso de paz y un aumento de los cultivos ilícitos en Colombia, así como una mayor radicalida­d e inestabili­dad en Venezuela (que alimente migracione­s masivas y tentacione­s golpistas), tendrían reverberac­iones notables en la política argentina en medio de un duro ajuste económico y una previsible conflictiv­idad social

No se trata de actuar en solitario, sino en el marco de una estrategia integral: sería bienvenida la capacidad de iniciativa socializad­a con otros gobiernos regionales de distinta orientació­n política. En Bogotá y Caracas, la Argentina tiene representa­ntes diplomátic­os sesudos. Es de esperar entonces que el Ejecutivo tenga la voluntad y la aptitud para concebir una política preventiva y calmada hacia esos dos países simultánea­mente. Para esto, son esenciales la coordinaci­ón (hoy parecen existir varios cancillere­s) y la convicción (y no los dogmas). La Argentina –el oficialism­o y la oposición– no puede olvidarse de que una América del Sur en paz es esencial para su propio bienestar, su autonomía y su seguridad.

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